La alternativa en Santander en 1922, la confirmación en
Madrid, los triunfos en la capital, en Barcelona, en Zaragoza, en
América..., el dolor de las cogidas.
Y Gitanillo en la cúspide. Las temporadas se sucedían con especial
brillantez. El 16 de mayo de 1926 consiguió en la capital de España su
mayor triunfo al cortar los máximos trofeos y ser aclamado por la cátedra.
Nadie podía esperar que un año después, el día de San Isidro de 1927 un toro de Argimiro Pérez de nombre «Doradito» fuera a apagar todas sus luces.
El taller del dolor
«En la enfermería los cirujanos cortan, miran, suturan, pulsan. Tienen en sus manos órganos vitales, que examinan con pericia de tasadores, y tasan una vida, como un joyero tasa una piedra. La costilla rota, el pulmón partido, todo es reparado en el taller del dolor. En una mesa hay unos instrumentos que se clavan en la carne y duelen con mirarlos: pinzas, tijeras, bisturíes, agujas... fue tarde de triunfo y dolor. Contrastes.
La vida, que tiene siempre una razón suprema de equilibrio... La tarde se acabó... En la enfermería la ciencia seguía vigilante», fue el tremendo relato de Gregorio Corrochano en ABC. Martín Agüero y Nicanor Villalta salieron
en triunfo aquella tarde. «A Gitanillo le cogió el segundo por ponerse
en su camino, intentando echarse el capote a la espalda, y de rodillas,
al salir el toro sin fijeza del caballo. Y le diría a don Argimiro que sus toros fueron buenos, muy buenos, pero no lo digo porque hay un hombre grave, muy grave».
«Adiós. Ya no os veré más, que me ha calao», dijo a su banderillero
El torero fue ingresado en el Sanatorio del Perpetuo Socorro,
en la misma habitación que tres años antes ocupó tras ser corneado en
la femoral. El pesimismo se apoderó de sus allegados. «Adiós. Ya no os
veré más, que me ha calao», dijo Braulio a su banderillero Rubio y a su mozo de espadas Francisco Moreno en
la enfermería. De Zaragoza llegó su hermana María y desde Ricla una
comisión de su ayuntamiento, del Círculo y del Sindicato Agrícola y de
la Junta del Hospital. Contaban que la ansiedad sufrida en el pueblo fue
enorme, acudiendo todo el vecindario a la plaza del Olmo donde se
expusieron los telegramas que llegaban de Madrid.
La gravedad del torero era crítica y hasta corrieron rumores sobre su
muerte tanto en Madrid como en Zaragoza. En el consejo de ministros
celebrado al día siguiente de la terrible cornada, su presidente, marqués de Estella, se interesó por el estado de Gitanillo, expresando el sentimiento que le había producido la desgracia.
La recuperación fue lenta y dolorosa, pero el torero de Ricla no quiso que le apartara de los ruedos y toreó cuatro corridas en 1928 para su despedida en Alicante, Madrid, Zaragoza y Barcelona. «Gitanillo se va. Se le despide con aplauso. También hubo más voluntad que lucimiento en su beneficio. Hemos hecho poco por él. Merecía más de la plaza de Madrid, donde las cornadas le han quitado de torero», escribía Corrochano en la crónica del adiós a Madrid.
Braulio Lausín murió en Zaragoza el 4 de noviembre de 1967, pero su luz en los ruedos se apagó una tarde de San Isidro en el ruedo madrileño.
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