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sábado, 7 de marzo de 2015

Así fue la gran corrida de toros de Oriente Medio que puso de acuerdo a musulmanes y católicos

Bajo el sol del Oriente Medio, hacen el paseíllo las cuadrillas de Julio Aparicio, Juan Bienvenida y Mondeño. Entre el griterío jubiloso de 60.000 espectadores [ninguna corrida se ha visto por tanta gente en vivo, la plaza más grande es la Monumental de México, con 50.000]se mezclan las notas de un pasodoble muy torero. No es una banda de música, es una orquesta integrada por trece muchachos: españoles que trabajan en uno de los ciento cuarenta cabarets que funcionan en Beirut.
La ciudad deportiva Camille Chamun, a orillas del Mediterráneo, donde se ha dispuesto el tinglado taurino, presenta un aspecto impresionante. En los altos la bandera española; en el graderío, un público compuesto por armenios, bizantinos, maronitas, sumitas, hititas, drusos, coptos, latinos, todo muestrario de razas y religiones que esta tarde, por la gracia de unos españoles, están de acuerdo.
Son las tres y media de la tarde. El sol abrasa. En los corrales hay doce toros, porque el domingo próximo también hay corrida en Beirut. Los toreros, dispuestos a ganarse el respeto y la admiración del mundo árabe, acordaron presentarse con los seis toros más lucidos. Los doce están en el peso reglamentario que exige cualquier capital española. Para hoy eligieron tres toros de cada gariadería. La suerte ha querido que el primer toro que se lidie en el Líbano esté marcado con el número 1, es de la ganadería andaluza de Hidalgo Rincón; el segundo y el tercero, hermanos, y los tres últimos, de Quesada, divisa que la temporada próxima se anunciará a nombre de Julio Aparicio.

¿Hay mulillas?

Ya está el primero de la tarde en el ruedo. Un extraño murmullo lo recibe, pero el bicho defrauda a los libaneses. No se arranca con furia como esperaban ellos. En el primer encontronazo derriba el caballo contra el estribo. Algunos se regocijan; otros protestan; los menos aplauden. Otra vara y otra vez el jaco al suelo. Ya no aplaude nadie.Julio Aparicio lo torea con buen aire y lo mata estupendamente de una estocada. Presencio la corrida en el palco de las autoridades, junto a D. Emilio García Gómez, nuestro embajador en el Líbano, y su señora. Esta, cuando el toro rueda, me pregunta: «¿Hay mulillas?», y yo la contesto: «Ahora lo vamos a ver, señora». Vemos aparecer un camión, que arrastra al primer toro que ha muerto en esta plaza.
En el cuarto toro resplandece el arte y la maestría de Aparicio. El público, que ya se va aficionando, jalea la faena del madrileño. El toro cae de una estocada y la plaza se cuaja de pañuelos. Esto va tomando color. El primer toro de Juanito Bienvenida sale con gas. Esto satisface a la gente, pero como zarandea y acuesta dos veces al caballo, el clamor se apaga. Bienvenida empieza sentado en el estribo. Gusta. Sale con el toro al centro del ruedo, y se adorna. Media estocada y descabella a la primera. En su segundo, Bienvenida toma los palos y prende tres pares con el salero de la casa. Juanito ha acertado con el gusto de los libaneses. Faena variada, vistosa, artística, en los medios. Entra a matar y clava medio estoque. Descabella al segundo golpe. La esposa de nuestro embajador me pregunta de nuevo: «Oiga usted, ¿hay enfermería?». «No señora; hay un equipo de ambulancias dispuesto a la puerta de cuadrillas», la contesto.

Entusiasmo general

Mondeño [el hombre que fue torero antes que fraile] veroniquea al tercero de la tarde. El toro aprieta en la suerte de varas, pero el caballo se mantiene en pie. (Aplausos.) Los banderilleros siguen cosechando aplausos. Mondeño hace la estatua. El toreo de Mondeño causa estupor en Beirut. Un pinchazo sin soltar y descabella. Sobre la derecha da pases escalofriantes y hace nuevamente la estatua. El torero aguanta impávido los codiciosos viajes de la res. Entusiasmo general. Un pinchazo, media y descabello.
El festejo ha durado exactamente una hora y cuarenta y cinco minutos. Los toreros han cortado orejas en todos los toros, pero esto hoy no tiene importancia; lo que hay que proclamar es que la corrida se ha presentado en serio y ha interesado. Ni un solo espectador abandonó su asiento hasta el final, y para certificarlo, aquí está nuestro embajador. Esto ha resultado mejor de lo que yo esperaba. El espectáculo ha sido digno, decente.
Una larga caravana de coches lujosos, espectaculares, siguió a los toreros en su recorrido, triunfal por las calles de la capital el día de su llegada. Las gentes se asoman a los balcones para darles la bienvenida. Julio Aparicio, Juan Bienvenida y Mondeño han llegado en olor de popularidad. Sus nombres y sus retratos se anuncian por todas las esquinas de esta estupefaciente población.

Propaganda en tres idiomas

La propaganda se ha lanzado en tres idiomas, árabe, inglés y francés. En el Líbano, mosaico de razas y religiones, se habla de toros con la misma pasión que de Nasser, pero al revés. Hubo rueda de Prensa. Un ejército de reporteros literarios y gráficos, incansables en sus preguntas y en sus disparos, en torno a los matadores, banderilleros y picadores. Los picadores, no sé por qué razón, tienen aquí más cartel que los banderilleros.
Ocurrió una cosa muy buena: un periodista preguntó a Aparicio que si eran de verdad los toros que matan. Y Julio Aparicio, qué es muy serio en la plaza y muy bromista en la calle, ni corto ni perezoso mostró la enorme cicatriz de la cornada que sufrió en la pasada feria de San Isidro.
No hace falta decir que fue el momento supremo de los flahs. Los noventa y un periódicos que se publican diariamente en Beirut inmortalizan el muslo derecho del famoso diestro madrileño.

Los toreros y el presidente toman café

A la caída de la, tarde, el presidente del Gobierno libanés invitaba a café, en su residencia particular, a los embajadores taurinos; una excepción en el régimen protocolario del primer ministro, nos aseguran. Saeb Salam, musulmán cordial, participó a sus invitados su complacencia porque la fiesta de los toros vuelva, al cabo de los siglos, a su origen. Y ahora, la gran anécdota: un muchacho libanés ha escrito una carta al presidente del Gobierno en la que le dice que, enterado de que se van a celebrar corridas de toros, se le permita bajar al ruedo a torear, ya que su deseo es morir en los cuernos de un toro. Como contestación, Saeb Salam ha ordenado que ss le encarcele. En el Líbano no quieren espontáneos.
Esta era la amplia crónica que Santiago Córdoba enviaba para ABC y se publicaba el 3 de octubre de 1961 del festejo celebrado en Beirut, escenario de tantas tragedias humanas. Nuestro embajador allá, Emilio García Gómez, brindaba por el éxito de la Fiesta Nacional. Si la primera corrida ya dejó boquiabiertos a los sesenta mil espectadores, «en la segunda corrida, la nueva afición ya le había tomado el pulso a la Fiesta». «Aplaudía, silbaba, agitaba pañuelos y hacía "¡humm! a coro, rumor equivalente a una bronca en la plaza Monumental de Madrid -escribía Córdoba en Blanco y Negro-».
Y remataba: «Esto quiere decir que el público nunca yerra en sus setimientos; lo mismo en Beirut que en Quintanar de la Orden se admira el valor, principal virtud humana».
Los toreros acapararon toda atención durante su estancia. Escribía Córdoba en ABC: «Mondeño no quiere regresar a España sin visitar Jerusalén. Aparicio, en cuyo nombre se acentuó la propaganda, anda entretenido con la hija de un magnate del petróleo. Bienvenida se pasa las horas escuchando música moderna. Cada cual con sus aficiones».

Lo que la prensa de Beirut dijo

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