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lunes, 20 de julio de 2015

Roca Rey, la emoción de la verdad


Cuatro Caminos no aísla a sus jóvenes. El coso santanderino aplicó el antiguo mandamiento de la ONU -«la sociedad que corta amarras a la juventud está condenada a desangrarse»- y dio la oportunidad a seis noveles. Más ocasiones debería haber para y por el futuro de la Fiesta. No fue la novillada soñada, pues el conjunto de El Freixo, propiedad de El Juli, no resultó precisamente lucido, sino mermado de casta y fuerza en líneas generales. 

La esperanza del mañana brotó desde primera hora cuando un chaval toledano ganó terreno a la verónica con un temple de privilegiados. Aquello llevaba la firma de Álvaro Lorenzo y el sello de los Lozano. Al dueño de la ganadería brindó su faena, principiada con un suave tanteo para ligar una ronda diestra en el mismísimo platillo. No era un dechado de fortaleza este potable novillo, que humillaba con nobleza aunque reponía. Lorenzo lo entendió con inteligencia y aplicó su clásico concepto en notables series por ambos pitones, muy asentado siempre y con esa templanza sorprendente. Abrochó milimétrico entre los pitones y, despojado de la ayuda, se firmó unas valientes luquinas. Lo cazó con efectividad y se ganó una merecida oreja. 

En el inicio y el epílogo se degustaron los momentos más ricos. Y hubo que esperar al final para vivir lo de mayor emoción y la obra de puerta grande. Andrés Roca Rey fue su conquistador. El peruano, imparable desde su triunfo venteño, enseñó una tarde más su madera de torero y su verdad.

Tremendo, con una seguridad apabullante desde que tomó el capote con variedad y brillantez. De milagro se salvó de la cornada en el galleo. ¡Fuera academicismos! En novillero arrancó la faena, caminando de rodillas hacia la gloria. Ya en pie, midió tiempos y distancias, con la muleta adelantada y el pecho ofrecido en algunos muletazos sensacionales frente a un buen novillo... Hasta que duró, pues acabó rajado. Lo que no se cortó fue la ambición del limeño, que se tiró a matar o morir. Las dos orejas fueron pedidas con unanimidad. 

Entre el entrante y el postre, lo más destacado fue la actuación de Alejandro Marcos, dispuesto con el capote y la muleta ante un cuarto de castita geniuda, que fue limando el salmantino en su destacado quehacer. Si el drama se rozó en banderillas con el Millonario, volvió a aparecer cuando Marcos se volcó en la estocada, tanto que cayó contraria. Paseó un trofeo. 

Ginés Marín no tuvo su mejor actuación con un segundo que manseó desde la salida. Valor en las cercanías, aunque quizá pecó de ahogar en exceso a un torete que no había recibido noticias de la casta. Tanto que se echó mediada ya la faena, dedicada a Curro Romero. Puso broche por ajustadas bernadinas, pero pinchó.

No andaba sobrado de fuerzas el tercero, lo que unido a la resbaladiza arena hacía que patinara. Varea, que se había lucido en dos medias y brindó a Ferrera, dejó apuntitos en una labor que apenas trascendió. Lo mejor: el espadazo. Pitos para el toro y ovación para el torero. 

José Ruiz Muñoz, sobrino-nieto de Curro, descorchó hace un año en esta plaza el tarro de las esencias «Romero». Pero ayer no fue igual y, con sus trastos de talla S, solo apuntó algún detallito con un quinto manejable.

Andrés Roca fue el «Rey» de la tarde. Y el temple, de Lorenzo.

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