Rafaelillo y Escribano pinchan el premio que el murciano se gana con dos buenas estocadas; Juan José Domínguez sufre una cornada
Dramáticos momentos, con Juan José Domínguez intentando zafarse del toro mientras acuden sus compañeros / efe
andrés amorós
andrés amorós
Cierra la Feria Victorino Martín con una gran corrida:
toros serios, encastados que dan buen juego, aplaudidos todos. ¿Qué más
se puede pedir? Logra el triunfo Ureña; lo rozan Rafaelillo y
Escribano. [Así lo narramos en directo]
El primer toro, cárdeno como sus hermanos, humilla mucho,
pero embiste pegajoso (como la tarde), vuelve rápido. Con oficio y
valor, Rafaelillo –que sustituye a Ferrera–
logra unos naturales estupendos, a costa de un pitonazo en la cara y de
varios sustos. Faena emocionante, toda por la izquierda. Con los
aceros, pierde la merecida oreja. Al cuarto, el de más peso (585 kilos),
lo recibe con una larga de rodillas. Pica bien Esquivel, muy
ovacionado. Dándole distancia, Rafaelillo consigue excelentes muletazos,
con mando y con suavidad, tan seguro como si estuviera delante de un
«toro artista». Vuelve a perder trofeo por la espada pero muestra un
excelente momento de madurez.
El segundo, muy serio, topa en el capote, va a media altura pero con muchos pies. Escribano traga, en banderillas:
quiebra en tablas al violín y levanta una gran ovación. En la muleta,
el toro resulta suave. Alegrándolo con la voz, consigue buenos
muletazos, con decisión y profesionalidad. Pincha en hueso antes de la
estocada, el toro tiene una hermosa muerte pero pierde el trofeo.
También es pegajoso el quinto. En banderillas, hiere a Juan José
Domínguez. Escribano banderillea con facultades, liga muletazos con
mando y mano baja, muy asentado, a un toro que repite mucho: una faena
con mucha transmisión porque el toro es noble pero no un borrego. La
estocada defectuosa vuelve a frustrar el merecido premio.
Su arma decisiva: la espada
Sale suelto el tercero, no luce en varas, embiste como dormido, reservón, pero le permite a Ureña templados muletazos
(incluido algún susto, para confirmar que no es tan dócil como puede
aparentar). Al final, traza naturales muy lentos, que levantan el
entusiasmo. Se vuelca con la espada: justa oreja. Cierra estas Corridas
Generales «Jaqueto», un negro entrepelado (el
único que no es cárdeno), que embiste con nobleza al capote de Ureña.
Pica bien Iturralde, igual que lidia Víctor Hugo. El toro tiene
movilidad y recorrido. Ureña logra suaves naturales y buenos pases de
pecho. Una labor irregular, coronada con otra gran estocada: oreja. La
espada ha sido, esta tarde, su arma decisiva.
Todo lo que se hace a toros serios, encastados, tiene mérito.
Los toros de Victorino han sido nobles pero no «la tonta del bote». Ni
un instante nos hemos aburrido. Ésta es la Fiesta auténtica,
emocionante. Si Rafaelillo y Escribano hubieran matado mejor, se habría
cortado trofeos a todos los toros: un resultado que hubiera sido
histórico.
Postdata. Me
despido de Bilbao recordando unos versos ácidos y tiernos, como él era–
de un gran poeta bilbaíno, Blas de Otero: «Ciudad donde nací, turbio
regazo/ de mi niñez.../ te llamo desoladamente, desde Madrid,/ porque
sólo tú sostienes mi mirada,/ das sentido a mis pasos/ sobre la tierra».
Hasta el año que viene.
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