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miércoles, 18 de mayo de 2016

Talavante acaba arrancando una oreja

 Mansa corrida de Fuente Ymbro en otra tarde de San Isidro de «No hay billetes»



Alejanro Talavante demostró su buen momento y dejó algunos muletazos estupendos - Paloma Aguilar
 
ANDRÉS AMORÓSMadrid  

Después de una docena de corridas, las protestas por las reses llegan desde dos frentes opuestos. Se quejan bastantes profesionales de que unos toros tan grandes («mulos, caballos, elefantes», les llaman) no pueden embestir... pero, a veces, sí embisten. Es un hecho. Recuerdo el fuenteymbro que casi pesaba 700 kilos y ganó todos los premios, en Pamplona. Elogian los mismos, en cambio, a otros toros, que no pueden fallar («un zapato, un dije, un tacazo», les llaman)... pero fallan. Por su parte, el sector exigente del público protesta, por chicos, otros toros («gatos», les llaman)... pero, a veces, sí embisten. Recuerdo a «Bastonito», protestado de salida, antes de convertirse en símbolo de bravura. ¿Cómo salir de este irracional laberinto, tan hispano? Una propuesta muy concreta: suprimir la exhibición de la tablilla, con el peso de los toros. No sirve para nada y es contraproducente, predispone a favor o en contra (según el sector). Si se intenta colar reses demasiado chicas, para eso está el reconocimiento.

Con un cartel de figuras, vuelve a llenarse la Plaza y vuelven las polémicas sobre las reses. Algunos reclaman «¡Toros!», cuando lo que hay en el ruedo no es precisamente un gato; manso, eso sí, pero toro. Fuente Ymbro lidió una gran camada el año pasado pero éste, no le ha ido bien en Valencia, Sevilla ni, ahora, Madrid: toros serios, astifinos, pero mansos y deslucidos, en general.

Devuelto el primero por flojo, Urdiales aprovecha la nobleza del sobrero de Buenavista para lograr, al final, algunos naturales clásicos, de categoría, pero tarda en matar. El cuarto es andarín, no se entrega y Diego no logra que el público entre en la faena.

Reaparece Perera en Madrid después de su grave cornada y el público lo recibe con exigencia: le afean alguna colocación, al ligar los muletazos. Se muestra firme y seguro, salvo con la espada. El segundo huye descaradamente a chiqueros. No entiendo que le piten por mover el caballo, en la segunda vara. Somete con poderío las inciertas embestidas pero no mata bien. En el quinto, saluda Curro Javier, con los palos, pero el toro es incierto y deslucido: «como la economía», apunta mi compañero. No ha tenido material para lucirse.

En su última actuación en la Feria, Talavante vuelve a mostrar su buen momento. En el tercero, saluda Trujillo por un gran par. El toro es soso, manso, manejable; va quedándose más corto, hasta que lo entrampilla. La faena es desigual, valiente, algo deshilvanada; culmina con un brillante cambio de mano, casi una circunferencia completa: uno de esos rasgos de originalidad que son propios de este torero. Le piden la oreja, que no se concede. El sexto, rebrincado y huido, pega arreones. En su último toro de la Feria, Talavante le consiente mucho, no se desanima: en tablas, acaba logrando excelentes naturales y derechazos, que el toro toma a regañadientes. Nadie esperaba esta faena, de indudable mérito, bien rematada: justa oreja. Sin suerte en los sorteos, deja buen sabor.

Una tarde más, no recuerdo el peso de los toros; sí he lamentado su escaso juego, la falta de entrega y bravura: en eso debemos fijarnos. Si hubieran suprimido la inútil tablilla, con el peso, no hubiéramos perdido absolutamente nada. No me cansaré de insistir: me importan la casta, la fuerza, la emoción de un toro; no me importan los kilos que pesa.

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