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domingo, 7 de agosto de 2016

Un mano a mano de Mazzantini y Guerrita forzó en San Sebastián al primer sorteo de la historia

El próximo 15 de agosto se cumplirán 120 años


Dentro de las fiestas de San Sebastián en agosto de 1896, el célebre José Arana organizó en la primitiva plaza de Atocha cinco festejos, con "toros elegidos, entre los de mayor precio, de las más renombradas ganaderías" y con quienes entonces mandaban en el escalafón. Mazzantini y "Guerrita" iban a dirimir en tres mano a mano, el correspondiente al 15 de agosto con toros colmenareños de Aleas. Aunque la opinión entre los aficionados no era unánime, el apoderado de Mazzantini forzó a que el orden de lidia de esa tarde se estableciera por sorteo, el primero que se celebraba en la historia, porque consideraba que de no hacerse se estaría beneficiando a "Guerrita". Tardarían aún años hasta que se establecieran normas en esta materia, pero el precedente se estableció hace ahora 120 años.

Carmen de la Mata Arcos
Una de las ceremonias previas a cada festejo taurino que cuenta con más raigambre y tradición es, sin duda, el sorteo de las reses a lidiar. El inminente 15 de agosto se cumplirán 120 años desde que, por primera vez, se dejara al arbitrio de la diosa Fortuna la designación del orden de salida al ruedo de los animales previstos en los corrales. Aunque se necesitarían unos años para su implantación definitiva, aquel día del verano de 1896 el coso de San Sebastián fue el escenario de un ritual que, andando el tiempo, acabaría convirtiéndose en clásico.

El empresario José Arana había organizado para esa temporada de 1896 en la plaza donostiarra de Atocha cinco grandes corridas de toros, figurando entre el elenco de ganaderías y toreros contratados la flor y nata de la época. Los astados que pisaron el ruedo de la plaza de San Sebastián llevaban los hierros del Conde de Espoz y Mina, Aleas, Duque de Veragua, Herederos de Félix Gómez y Marqués del Saltillo. En cuanto a los diestros anunciados en la ciudad vasca, se encontraban Luis Mazzantini, Rafael Guerra “Guerrita”, Antonio Fuentes, Emilio Torres “Bombita” y José García “El Algabeño”

Centrando la atención en la segunda de las funciones dispuestas, fijada para el 15 de agosto, Mazzantini y “Guerrita” estoquearían, mano a mano, un serio encierro de la divisa de Aleas. Las nubes cubrían el cielo de San Sebastián en la mencionada jornada, si bien esa circunstancia no fue óbice para que los espectadores acudieran masivamente al recinto taurino de Atocha. Tanta expectación había despertado el festejo que, días antes de la fecha indicada, las poco más de 10.000 localidades que tenía el coso estaban vendidas al completo. A ello contribuyó, indudablemente, la numerosa presencia de aficionados foráneos que habían llegado a Donosti desde diversos puntos de la geografía española y francesa para presenciar una corrida que enfrentaba a los principales espadas del momento. El primer teniente de alcalde de la ciudad, Sr. Marquece, ocupaba la presidencia. Las mujeres asistentes se situaban, preferentemente, en palcos y gradas, ataviadas, en su mayor parte, con mantillas blancas. Diferentes personalidades del ámbito cultural comparecieron también en la plaza proyectada, allá por 1876, por José Goicoa, como fueron la actriz María Guerrero, el compositor Ruperto Chapí o el violinista Pablo Sarasate.
El estado de la cuestión en años anteriores
Haciendo un paréntesis en cuanto al desarrollo del festejo se refiere, narrar lo acontecido con anterioridad al inicio de la citada función en la que se produjo un hecho insólito hasta ese instante, como fue el sorteo de los cornúpetas de Aleas que habían sido conducidos desde la sierra de Madrid hasta la plaza ubicada en las inmediaciones de la estación de ferrocarril de la capital donostiarra. 

A raíz de las primeras competencias surgidas a mediados del siglo XIX, algunos de los toreros implicados en ellas empezaron a tomar conciencia de las supuestas irregularidades existentes a la hora de señalar, por parte del ganadero, el lugar en el que cada ejemplar saltaría al redondel. Esta costumbre, que le otorgaba al criador de bravo un inmenso poder de decisión en el festejo taurino, comienza a implantarse cuando disminuye el número de astados que debían jugarse en un determinado espectáculo, quedando reducido a media corrida. Es entonces cuando en el cartel aparece el nombre de un único representante del hierro cuyos bureles saldrían por la puerta de toriles del coso correspondiente. 

Durante bastantes años no hubo opinión contraria a este sistema que también le brindaba al primer espada la facultad de ceder el toro que deseara, habitualmente el que estaba reseñado como postrero de la función, al sobresaliente. Uno de los primeros diestros que alzó la voz contra el más que probable favoritismo de ciertos matadores, fue Francisco Arjona “Cúchares”, quien ya expresó su disconformidad con dicho mecanismo. El parecer manifestado por el torero sevillano, fue ganando adeptos entre los que vestían el traje de luces, sin embargo no mostraban públicamente su desacuerdo por miedo a ser censurados por el público y la prensa e incluso a que se tomara la citada pretensión como “preocupación” por su parte, como la califica Luis Carmena y Millán en una carta que dirige al ganadero y crítico taurino Antonio Fernández Heredia “Hache”

Este asunto también se introduce de lleno en la rivalidad que mantenían en el último cuarto del siglo XIX “Lagartijo” y “Frascuelo”, pues el diestro cordobés no tenía, precisamente, entre sus vacadas predilectas las situadas en la zona de Colmenar, entre otras cuestiones a causa de la estrecha amistad de Salvador con los criadores allí ubicados. De forma recíproca, “Frascuelo” hacía patente su ansiedad cada vez que los animales anunciados pertenecían a divisas andaluzas. 

La cuestión genera gran interés entre aficionados y periodistas, que proclaman abiertamente su rechazo o aprobación a tal medida. En este sentido, cabe subrayar el artículo que José Sánchez de Neira publica en La Lidia, en el que admite la posibilidad de algunas anomalías en el sistema vigente hasta entonces pero que las atribuye a “la casualidad”. Concluye pues afirmando que “no había de cambiar la costumbre”. El mencionado anteriormente Luis Carmena y Millán llega a declarar que el sorteo “estropea y desluce la presentación de la corrida”, instando además a las partes implicadas (empresas, público y prensa) a favorecer la supresión de este hábito. 

Justamente la opinión opuesta es la que sostiene Federico Mínguez, apoderado de Luis Mazzantini, quien fue el principal promotor de la modificación de la práctica desarrollada desde tiempo atrás. En el escrito difundido en El Heraldo de Madrid acusa a los ganaderos de ser “poco escrupulosos”, doblegándose al poder de ciertos toreros, caso de “Guerrita”, para colocar a las reses de mayor nota, buscando siempre el beneficio de aquéllos. Antes de que el sorteo se hiciera habitual cada mañana de festejo, los criadores disponían para abrir plaza al astado de más trapío y que, en principio, mejores cualidades se le suponían. A continuación, saltarían al ruedo ejemplares que bajarían el listón alcanzado por el cornúpeta que salió en primer lugar, dejando como quinto de la suelta el que más se acercaba a éste por las virtudes atribuidas a su familia de procedencia. El burel que cerraba la corrida era, en todo caso, el de menos presencia de todos los enchiquerados ya que, como se indicó con anterioridad, era frecuente que este animal fuera pasaportado por el medio espada de turno. Mazzantini junto con otros toreros, reflejaba en sus contratos el derecho a exigir el sorteo de los toros a lidiar ante la autoridad, si así era conveniente. A pesar de que la tarea no era sencilla, poco a poco la idea fue calando entre los distintos profesionales que integraban el sector, aceptándose totalmente a partir de la retirada de la profesión de Rafael Guerra.

El mano a mano de San Sebastián
Retomando el festejo que tuvo por escenario el coso de San Sebastián, el encierro de Aleas lució una magnífica presentación, cumpliendo ampliamente en el primer tercio. “Zafreño” era el nombre del burel que rompió plaza, su pelaje era retinto y se presentó en el redondel con muchos pies. Hasta en cinco ocasiones saltó “Zafreño” la barrera, evidenciando con ello su clara tendencia a la huida. Con escasa voluntad tomó cinco varas, recetadas por “El Chato” y Sastre, provocando una caída y dejando para el arrastre a uno de los caballos. A banderillas llegó algo quedado, como fue norma general en el resto de ejemplares, colocándole entre Galea y “Regaterillo” dos pares y medio de rehiletes. Luis Mazzantini, que vestía un traje verde y oro, efectuó un breve y desconfiado trasteo, siendo además ayudado por la cuadrilla. Manejando el estoque tampoco estuvo muy afortunado, entrando a herir desde lejos y cuarteando en exceso. Tras sucesivos pinchazos y espadazos defectuosos, el respetable se dividió en el juicio emitido acerca de la labor del matador vasco. 

El segundo ejemplar de la tarde respondía por “Ermitaño”, su pinta era colorada y estaba armado con dos astifinos pitones. Fue éste un toro bravo y de poder, que se creció ante el castigo suministrado por los piqueros, recibiendo hasta siete puyazos. Por tres veces cayeron los varilargueros de su montura, resultando especialmente peligrosa la originada a “Pegote” que quedó a merced del astado de Aleas y que, gracias a un extraordinario quite de “Guerrita”, salvó su integridad física. La ovación tributada por el público fue clamorosa. Un trío de jamelgos quedaron sobre la arena tras finalizar el primer tercio. Entre José Bejarano y Juan Molina le prendieron a “Ermitaño” tres pares de garapullos. “Guerrita”, que lucía un terno gris plomo y oro, llevó a cabo una faena muy meritoria, consiguiendo sujetar al burel en la franela. Lo finiquitó de buena estocada y descabello, siendo muy aplaudido por la numerosa concurrencia, que demostró su complacencia con el trasteo ejecutado por el diestro cordobés lanzándole cigarros y sombreros. 

Al igual que la res con la que se inició el espectáculo, “Guindo”, que así se llamaba el tercero de la suelta, presentaba una capa retinta, calificado además por alguno de los cronistas que informan del festejo como “bien puesto” de defensas. Su comportamiento en varas fue también bastante aceptable, puesto que se acercó hasta en seis oportunidades a los equinos, conducidos en este turno por “El Chato”, Sastre y el reserva. Como era habitual en aquella época, se produjeron varios derribos, así como también tres de los pencos utilizados pasaron a mejor vida. Los dos matadores manejaron el capote de forma brillante, con excelentes formas en los quites que instrumentaron. El toro esperaba en banderillas, por lo que Tomás Mazzantini y “Regaterillo” tuvieron que emplearse a fondo para colocarle los palitroques. En el momento que D. Luis tomaba muleta y espada, el cielo que, hasta ese instante había aguantado sin descargar ni una gota de agua, se abrió, no cesando ya en el resto del festejo. Las virtudes que había mostrado “Guindo” de salida no las conservó, manifestándose reservón y cobarde a la hora de acometer a la pañosa. Mazzantini lo pasó siempre desde cerca, cuadrándolo enseguida y coronando su labor con una buena estocada. La mayoría de los espectadores premiaron al torero con aplausos, si bien otros se enfrascaron en diversas disputas a causa de la apertura de paraguas que, inevitablemente, disminuían la visibilidad. 

De pelo castaño era “Sabandijo”, cuarto cornúpeta de la función, que desde que pisó la arena de la plaza de San Sebastián exhibió menos codicia que los anteriores, correteando sin parar por el redondel, señal más que palpable de escasez de fijeza. Un total de ocho puyazos le endosaron al de Aleas entre “Pegote”, “Zurito” y Sastre, produciéndose varios derribos monumentales, finiquitando a un equino. Con los rehiletes destacar el buen hacer de Antonio Guerra que, en unión de Bejarano, le adornaron el morrillo al ejemplar de la divisa colmenareña. La faena de Rafael se compuso, según el crítico de La Correspondencia de España, de seis muletazos, tratando de dominar la áspera embestida de la res. Arrancando en corto y por derecho, dejó un espadazo algo contrario, necesitando por ello el uso del verduguillo. Precisó de cuatro intentos hasta atronar de manera definitiva a “Sabandijo”, desluciéndose en parte lo realizado con anterioridad. 

El último animal de los que correspondieron a Mazzantini atendía por “Cardoso”, presentando al igual que otros de los ya lidiados, una capa retinta. De muchas libras era el toro de Aleas, que empujó con bravura en cada uno de los encuentros con los picadores. Subrayar el sensacional quite que ejecutó D. Luis a “Zurito”, librándolo de una cornada segura. Por lo demás, el tercio se desarrolló con los frecuentes sobresaltos tanto para los varilargueros como para sus famélicas monturas, pereciendo tres de ellas. El hermano del matador, Tomás, sobresalió con las banderillas, colocando un par tildado como “superior” por el corresponsal de El Enano. El diestro trasteó a “Cardoso” con un excesivo movimiento de pies, en palabras del informador de La Lidia, revelándose desconfiado y medroso en demasía. A todo lo relatado hay que sumar los dos desarmes sufridos en el transcurso del quehacer muleteril.  Pasaportó a su oponente de estocada perpendicular y tres descabellos. 

El burel que puso punto y final a la corrida fue “Zancajoso”, colorado bragado, con unas defensas más que respetables. Nada más saltar al ruedo, empezaron a sonar los acordes del Guernikako por parte de la banda de música, himno que fue también coreado por el público. Pese a que la res se acercó por siete veces a las plazas montadas, la mayoría de esos encuentros fueron simples refilonazos, acometiendo con una absoluta falta de entrega. Parecer contrario es el que sostiene R. de la Mata, periodista de El Liberal, que indica que la nefasta lidia que le dieron al astado fue determinante para su posterior juego. Tres jamelgos más fenecieron en este sexto burel, que proporcionó también grandes tumbos a los piqueros correspondientes. En esta ocasión, los responsables de parear fueron Antonio Guerra y Juan Molina, distinguiéndose, fundamentalmente, los que colocó el primero de los peones citados. El ejemplar de Aleas llegó al tercio final con evidentes complicaciones, “buscando la taleguilla”, afirma el cronista de Pan y Toros, circunstancia que conllevó, sin duda, la falta de decisión del torero cordobés. Éste lo pasó de muleta encorvado, resultando una labor exclusivamente preparatoria para la suerte suprema. La ejecución de la misma por parte de “Guerrita” fue muy defectuosa, dejando un horrendo metisaca en los bajos que provocó la muerte casi instantánea del toro. División de opiniones fue el balance de Rafael, pues según la narración de Vicentillo, informador de La Lidia, unos “aplaudieron con entusiasmo”, mientras que otros “protestaron ignorando que a cada toro hay que darle su lidia”. 

Tanto los aficionados como los medios impresos más anclados en el tradicionalismo tardaron un tiempo en aceptar la reforma del sistema, si bien ya no había vuelta atrás, encomendándose a la suerte para designar el orden de salida a la arena de los animales previstos en los corrales. 

BIBLIOGRAFÍA.
Cossío, José María de: “Los Toros. El Toreo”. Tomo 4. Editorial Espasa Calpe. Madrid, 2007.
Pizarroso Quintero, Alejandro: “La Liturgia Taurina”. Colección “La Tauromaquia”, nº 12. Espasa Calpe. Madrid, 2000.

HEMEROGRAFÍA.
Vinyes, Fernando: “Enigmas del Toreo”. Revista 6 Toros 6, nº 154, 10 de junio de 1997. 

PÁGINAS WEB.
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