El próximo 15 de agosto se cumplirán 120 años |
Dentro de las fiestas de San Sebastián en agosto de 1896, el célebre José Arana organizó en la primitiva plaza de Atocha cinco festejos, con "toros elegidos, entre los de mayor precio, de las más renombradas ganaderías" y con quienes entonces mandaban en el escalafón. Mazzantini y "Guerrita" iban a dirimir en tres mano a mano, el correspondiente al 15 de agosto con toros colmenareños de Aleas. Aunque la opinión entre los aficionados no era unánime, el apoderado de Mazzantini forzó a que el orden de lidia de esa tarde se estableciera por sorteo, el primero que se celebraba en la historia, porque consideraba que de no hacerse se estaría beneficiando a "Guerrita". Tardarían aún años hasta que se establecieran normas en esta materia, pero el precedente se estableció hace ahora 120 años.
Carmen de la Mata Arcos
El empresario José Arana había organizado para esa temporada de 1896
en la plaza donostiarra de Atocha cinco grandes corridas de toros,
figurando entre el elenco de ganaderías y toreros contratados la flor y
nata de la época. Los astados que pisaron el ruedo de la plaza de San
Sebastián llevaban los hierros del Conde de Espoz y Mina, Aleas, Duque de Veragua, Herederos de Félix Gómez y Marqués del Saltillo. En cuanto a los diestros anunciados en la ciudad vasca, se encontraban Luis Mazzantini, Rafael Guerra “Guerrita”, Antonio Fuentes, Emilio Torres “Bombita” y José García “El Algabeño”.
Centrando la atención en la segunda de las funciones dispuestas, fijada para el 15 de agosto, Mazzantini y “Guerrita” estoquearían, mano a mano, un serio encierro de la divisa de Aleas.
Las nubes cubrían el cielo de San Sebastián en la mencionada jornada,
si bien esa circunstancia no fue óbice para que los espectadores
acudieran masivamente al recinto taurino de Atocha. Tanta expectación
había despertado el festejo que, días antes de la fecha indicada, las
poco más de 10.000 localidades que tenía el coso estaban vendidas
al completo. A ello contribuyó, indudablemente, la numerosa presencia
de aficionados foráneos que habían llegado a Donosti desde diversos
puntos de la geografía española y francesa para presenciar una corrida
que enfrentaba a los principales espadas del momento. El primer teniente
de alcalde de la ciudad, Sr. Marquece, ocupaba la presidencia.
Las mujeres asistentes se situaban, preferentemente, en palcos y gradas,
ataviadas, en su mayor parte, con mantillas blancas. Diferentes
personalidades del ámbito cultural comparecieron también en la plaza
proyectada, allá por 1876, por José Goicoa, como fueron la actriz María Guerrero, el compositor Ruperto Chapí o el violinista Pablo Sarasate.
El estado de la cuestión en años anteriores | ||||
Haciendo un paréntesis en cuanto al desarrollo
del festejo se refiere, narrar lo acontecido con anterioridad al inicio
de la citada función en la que se produjo un hecho insólito hasta ese
instante, como fue el sorteo de los cornúpetas de Aleas que
habían sido conducidos desde la sierra de Madrid hasta la plaza ubicada
en las inmediaciones de la estación de ferrocarril de la capital
donostiarra.
A
raíz de las primeras competencias surgidas a mediados del siglo XIX,
algunos de los toreros implicados en ellas empezaron a tomar conciencia
de las supuestas irregularidades existentes a la hora de señalar, por
parte del ganadero, el lugar en el que cada ejemplar saltaría al
redondel. Esta costumbre, que le otorgaba al criador de bravo un inmenso
poder de decisión en el festejo taurino, comienza a implantarse cuando
disminuye el número de astados que debían jugarse en un determinado
espectáculo, quedando reducido a media corrida. Es entonces cuando en el
cartel aparece el nombre de un único representante del hierro cuyos
bureles saldrían por la puerta de toriles del coso correspondiente.
Durante
bastantes años no hubo opinión contraria a este sistema que también le
brindaba al primer espada la facultad de ceder el toro que deseara,
habitualmente el que estaba reseñado como postrero de la función, al
sobresaliente. Uno de los primeros diestros que alzó la voz contra el
más que probable favoritismo de ciertos matadores, fue Francisco Arjona “Cúchares”,
quien ya expresó su disconformidad con dicho mecanismo. El parecer
manifestado por el torero sevillano, fue ganando adeptos entre los que
vestían el traje de luces, sin embargo no mostraban públicamente su
desacuerdo por miedo a ser censurados por el público y la prensa e
incluso a que se tomara la citada pretensión como “preocupación” por su
parte, como la califica Luis Carmena y Millán en una carta que dirige al ganadero y crítico taurino Antonio Fernández Heredia “Hache”.
Este asunto también se introduce de lleno en la rivalidad que mantenían en el último cuarto del siglo XIX “Lagartijo” y “Frascuelo”,
pues el diestro cordobés no tenía, precisamente, entre sus vacadas
predilectas las situadas en la zona de Colmenar, entre otras cuestiones a
causa de la estrecha amistad de Salvador con los criadores allí ubicados. De forma recíproca, “Frascuelo” hacía patente su ansiedad cada vez que los animales anunciados pertenecían a divisas andaluzas.
La
cuestión genera gran interés entre aficionados y periodistas, que
proclaman abiertamente su rechazo o aprobación a tal medida. En este
sentido, cabe subrayar el artículo que José Sánchez de Neira publica en La Lidia,
en el que admite la posibilidad de algunas anomalías en el sistema
vigente hasta entonces pero que las atribuye a “la casualidad”. Concluye
pues afirmando que “no había de cambiar la costumbre”. El mencionado anteriormente Luis Carmena y Millán llega a declarar que el sorteo “estropea y desluce la presentación de la corrida”, instando además a las partes implicadas (empresas, público y prensa) a favorecer la supresión de este hábito.
Justamente la opinión opuesta es la que sostiene Federico Mínguez, apoderado de Luis Mazzantini, quien fue el principal promotor de la modificación de la práctica desarrollada desde tiempo atrás. En el escrito difundido en El Heraldo de Madrid acusa a los ganaderos de ser “poco escrupulosos”, doblegándose al poder de ciertos toreros, caso de “Guerrita”,
para colocar a las reses de mayor nota, buscando siempre el beneficio
de aquéllos. Antes de que el sorteo se hiciera habitual cada mañana de
festejo, los criadores disponían para abrir plaza al astado de más
trapío y que, en principio, mejores cualidades se le suponían. A
continuación, saltarían al ruedo ejemplares que bajarían el listón
alcanzado por el cornúpeta que salió en primer lugar, dejando como
quinto de la suelta el que más se acercaba a éste por las virtudes
atribuidas a su familia de procedencia. El burel que cerraba la corrida
era, en todo caso, el de menos presencia de todos los enchiquerados ya
que, como se indicó con anterioridad, era frecuente que este animal
fuera pasaportado por el medio espada de turno. Mazzantini junto
con otros toreros, reflejaba en sus contratos el derecho a exigir el
sorteo de los toros a lidiar ante la autoridad, si así era conveniente. A
pesar de que la tarea no era sencilla, poco a poco la idea fue calando
entre los distintos profesionales que integraban el sector, aceptándose
totalmente a partir de la retirada de la profesión de Rafael Guerra.
El mano a mano de San Sebastián | ||||
Retomando el festejo que tuvo por escenario el coso de San Sebastián, el encierro de Aleas lució una magnífica presentación, cumpliendo ampliamente en el primer tercio. “Zafreño”
era el nombre del burel que rompió plaza, su pelaje era retinto y se
presentó en el redondel con muchos pies. Hasta en cinco ocasiones saltó “Zafreño” la barrera, evidenciando con ello su clara tendencia a la huida. Con escasa voluntad tomó cinco varas, recetadas por “El Chato” y Sastre,
provocando una caída y dejando para el arrastre a uno de los caballos. A
banderillas llegó algo quedado, como fue norma general en el resto de
ejemplares, colocándole entre Galea y “Regaterillo” dos pares y medio de rehiletes. Luis Mazzantini,
que vestía un traje verde y oro, efectuó un breve y desconfiado
trasteo, siendo además ayudado por la cuadrilla. Manejando el estoque
tampoco estuvo muy afortunado, entrando a herir desde lejos y cuarteando
en exceso. Tras sucesivos pinchazos y espadazos defectuosos, el
respetable se dividió en el juicio emitido acerca de la labor del
matador vasco.
El segundo ejemplar de la tarde respondía por “Ermitaño”,
su pinta era colorada y estaba armado con dos astifinos pitones. Fue
éste un toro bravo y de poder, que se creció ante el castigo
suministrado por los piqueros, recibiendo hasta siete puyazos. Por tres
veces cayeron los varilargueros de su montura, resultando especialmente
peligrosa la originada a “Pegote” que quedó a merced del astado de Aleas y que, gracias a un extraordinario quite de “Guerrita”,
salvó su integridad física. La ovación tributada por el público fue
clamorosa. Un trío de jamelgos quedaron sobre la arena tras finalizar el
primer tercio. Entre José Bejarano y Juan Molina le prendieron a “Ermitaño” tres pares de garapullos. “Guerrita”,
que lucía un terno gris plomo y oro, llevó a cabo una faena muy
meritoria, consiguiendo sujetar al burel en la franela. Lo finiquitó de
buena estocada y descabello, siendo muy aplaudido por la numerosa
concurrencia, que demostró su complacencia con el trasteo ejecutado por
el diestro cordobés lanzándole cigarros y sombreros.
Al igual que la res con la que se inició el espectáculo, “Guindo”,
que así se llamaba el tercero de la suelta, presentaba una capa
retinta, calificado además por alguno de los cronistas que informan del
festejo como “bien puesto” de defensas. Su comportamiento en varas fue
también bastante aceptable, puesto que se acercó hasta en seis
oportunidades a los equinos, conducidos en este turno por “El Chato”, Sastre
y el reserva. Como era habitual en aquella época, se produjeron varios
derribos, así como también tres de los pencos utilizados pasaron a mejor
vida. Los dos matadores manejaron el capote de forma brillante, con
excelentes formas en los quites que instrumentaron. El toro esperaba en
banderillas, por lo que Tomás Mazzantini y “Regaterillo” tuvieron que emplearse a fondo para colocarle los palitroques. En el momento que D. Luis
tomaba muleta y espada, el cielo que, hasta ese instante había
aguantado sin descargar ni una gota de agua, se abrió, no cesando ya en
el resto del festejo. Las virtudes que había mostrado “Guindo” de salida no las conservó, manifestándose reservón y cobarde a la hora de acometer a la pañosa. Mazzantini
lo pasó siempre desde cerca, cuadrándolo enseguida y coronando su labor
con una buena estocada. La mayoría de los espectadores premiaron al
torero con aplausos, si bien otros se enfrascaron en diversas disputas a
causa de la apertura de paraguas que, inevitablemente, disminuían la
visibilidad.
De pelo castaño era “Sabandijo”,
cuarto cornúpeta de la función, que desde que pisó la arena de la plaza
de San Sebastián exhibió menos codicia que los anteriores, correteando
sin parar por el redondel, señal más que palpable de escasez de fijeza.
Un total de ocho puyazos le endosaron al de Aleas entre “Pegote”, “Zurito” y Sastre, produciéndose varios derribos monumentales, finiquitando a un equino. Con los rehiletes destacar el buen hacer de Antonio Guerra que, en unión de Bejarano, le adornaron el morrillo al ejemplar de la divisa colmenareña. La faena de Rafael se compuso, según el crítico de La Correspondencia de España,
de seis muletazos, tratando de dominar la áspera embestida de la res.
Arrancando en corto y por derecho, dejó un espadazo algo contrario,
necesitando por ello el uso del verduguillo. Precisó de cuatro intentos
hasta atronar de manera definitiva a “Sabandijo”, desluciéndose en parte lo realizado con anterioridad.
El último animal de los que correspondieron a Mazzantini atendía por “Cardoso”, presentando al igual que otros de los ya lidiados, una capa retinta. De muchas libras era el toro de Aleas, que empujó con bravura en cada uno de los encuentros con los picadores. Subrayar el sensacional quite que ejecutó D. Luis a “Zurito”,
librándolo de una cornada segura. Por lo demás, el tercio se desarrolló
con los frecuentes sobresaltos tanto para los varilargueros como para
sus famélicas monturas, pereciendo tres de ellas. El hermano del
matador, Tomás, sobresalió con las banderillas, colocando un par tildado como “superior” por el corresponsal de El Enano. El diestro trasteó a “Cardoso” con un excesivo movimiento de pies, en palabras del informador de La Lidia,
revelándose desconfiado y medroso en demasía. A todo lo relatado hay
que sumar los dos desarmes sufridos en el transcurso del quehacer
muleteril. Pasaportó a su oponente de estocada perpendicular y tres
descabellos.
El burel que puso punto y final a la corrida fue “Zancajoso”, colorado bragado, con unas defensas más que respetables. Nada más saltar al ruedo, empezaron a sonar los acordes del Guernikako
por parte de la banda de música, himno que fue también coreado por el
público. Pese a que la res se acercó por siete veces a las plazas
montadas, la mayoría de esos encuentros fueron simples refilonazos,
acometiendo con una absoluta falta de entrega. Parecer contrario es el
que sostiene R. de la Mata, periodista de El Liberal, que
indica que la nefasta lidia que le dieron al astado fue determinante
para su posterior juego. Tres jamelgos más fenecieron en este sexto
burel, que proporcionó también grandes tumbos a los piqueros
correspondientes. En esta ocasión, los responsables de parear fueron Antonio Guerra y Juan Molina, distinguiéndose, fundamentalmente, los que colocó el primero de los peones citados. El ejemplar de Aleas llegó al tercio final con evidentes complicaciones, “buscando la taleguilla”, afirma el cronista de Pan y Toros,
circunstancia que conllevó, sin duda, la falta de decisión del torero
cordobés. Éste lo pasó de muleta encorvado, resultando una labor
exclusivamente preparatoria para la suerte suprema. La ejecución de la
misma por parte de “Guerrita” fue muy defectuosa, dejando un
horrendo metisaca en los bajos que provocó la muerte casi instantánea
del toro. División de opiniones fue el balance de Rafael, pues según la narración de Vicentillo, informador de La Lidia, unos “aplaudieron con entusiasmo”, mientras que otros “protestaron ignorando que a cada toro hay que darle su lidia”.
Tanto
los aficionados como los medios impresos más anclados en el
tradicionalismo tardaron un tiempo en aceptar la reforma del sistema, si
bien ya no había vuelta atrás, encomendándose a la suerte para designar
el orden de salida a la arena de los animales previstos en los
corrales.
BIBLIOGRAFÍA.
Cossío, José María de: “Los Toros. El Toreo”. Tomo 4. Editorial Espasa Calpe. Madrid, 2007.
Pizarroso Quintero, Alejandro: “La Liturgia Taurina”. Colección “La Tauromaquia”, nº 12. Espasa Calpe. Madrid, 2000.
HEMEROGRAFÍA.
Vinyes, Fernando: “Enigmas del Toreo”. Revista 6 Toros 6, nº 154, 10 de junio de 1997.
PÁGINAS WEB.
© Carmen de la Mata Arcos/2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario