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martes, 23 de mayo de 2017

Continúa el desastre ganadero en San Isidro

Dos sobreros en una aburrida tarde por la flojedad de los toros de Valdefresno 




Fortes comienza de rodillas su faena al segundo toro
Fortes comienza de rodillas su faena al segundo toro - Paloma Aguilar
 
ANDRÉS AMORÓS Madrid

Con buena entrada, aunque el cartel no sea de los mejores, el fracaso rotundo vuelve a ser el de los toros; esta vez, de Valdefresno (y los sobreros): flojos, mansos, parados, descastados. El resultado, un verdadero tostón, algo que echa al público de las Plazas.

Los aficionados conocen las notables cualidades de Daniel Luque; sin embargo, ha dejado de estar en muchas Ferias. ¿Le ha flaqueado el ánimo, es una cuestión de carácter? No lo sé. Sigue siendo de los que mejor torean con el capote. Derrengado de atrás el primero, se corre turno: también este toro flojea, tampoco se le pica; en la muleta, se cae y se para: un nuevo desastre, que encrespa con razón al personal. No hay nada que hacer. El sobrero de Adelaida Rodríguez, flojísimo, también es devuelto. Mansea de salida el de Carriquiri, se le dan demasiados capotazos, logra picarlo Jabato.

Luque se dobla bien, le saca algunos muletazos notables pero el toro se para pronto. Con pocas opciones, ha mostrado su capacidad pero no un triunfo para remontar su carrera.
Daniel Luque, en un pase de pecho
Daniel Luque, en un pase de pecho- Efe
En su segunda y última actuación, el muy valeroso Fortes se muestra reposado, seguro. El segundo sale suelto, sin celo y flojo: la bronca crece. Comienza con el cartucho de pescao, en naturales de rodillas. El toro es noble pero muy soso, se desentiende: los suaves muletazos tienen un eco sólo moderado. Mata con decisión. El quinto flaquea, echa la cara arriba, embiste sin celo, rebrincado.

Fortes se muestra muy firme pero no cabe lucimiento alguno y no acierta con la espada.

El francés Juan Leal dejó buen recuerdo, en su confirmación de alternativa. El tercero, huido, se mueve, no humilla. Brinda –me dicen– a Pedrés y comienza con una pedresina. Varias veces está al borde de la cogida. Recurre al encimismo, estilo Ojeda, con más corazón que cabeza: tiene mérito pero es necesario dominar más para no estar a merced del toro. El último, grandón, no se entrega, sale del caballo coceando y perdiendo las manos. Los intentos del diestro francés se truncan por las caídas de la res. El arrimón final no arregla nada y recibe un trompazo. Mata mal.

Concluye la corrida con el grito coreado, ya habitual: «¡Toros! ¡Toros!» Es lo que estamos echando de menos, lo que la afición reclama, con toda razón, lo que da sentido a este espectáculo. ¿Qué remedio piensan poner los profesionales a este repetido desastre ganadero? Desgraciadamente, no alcanzo a imaginarlo. ¿Hasta cuándo?

Postdata. Por la mañana, en Las Ventas, el ministro Zoido ha presentado el libro de Carlos Crivell y Antonio Lorca, «Pepe Luis Vázquez, torero de culto». El «Sócrates de San Bernardo» (así lo bautizó Vicente Zabala padre) no tenía sólo la gracia atribuida tradicionalmente a los sevillanos: era un gran lidiador, un técnico, con una cabeza privilegiada para ver las condiciones del toro: por eso lo admiraba tanto Marcial Lalanda, el discípulo de Joselito; por eso era capaz de matar, todos los años, la corrida de su amigo Eduardo Miura, en la Feria de Abril. Lo definió poéticamente Gerardo Diego: «La esencia de un toreo de cristal fino, fino, / la elegancia ignorándose de la naturaleza, / la trasparencia misma hallaron ya su cauce». Todo eso se resume en dos palabras: Pepe Luis.

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