La Venezuela opresora que vive estos días como Bastilla en rebeldía libertaria no merece a un matador que dejó su patria para hacerse libre: Jaén le ha dado la gracia y Madrid, hoy, la credibilidad
JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO / FOTOGALERÍA:
LUIS SÁNCHEZ-OLMEDO
Esa es la del Colombo que tiene en su mano llevar de nuevo la gloria del toreo a su patria, la que será de todos como lo está siendo el Perú taurino porque Roca Rey lo está consiguiendo. No merece Maduro al torero que vino a la antigua a presentarse en Madrid: primero de la terna, pasando estival quina previa entre el terror de los pueblos que visitó y las noches de insomnio por esperar el momento justo de ir a la catedral de la Fiesta. Y llegó con El Montecillo, la encastada movilidad sin clase –solo la tuvo el quinto- con la que Paco Medina viene justificando su presencia menor en San Isidro durante estos años.
Porque le dio patria a ese cuarto en el que la frescura ya impregnó el tendido desde el saludo capotero. Y le metió riñones en el quite. Y le enjaretó gracia ante la alegre movilidad del Montecillo que vende como genial clase y lidia como geniudo motor toreable. Ese fue el que toreó Colombo: el "medina” de la transmisión emotiva en el que las tandas a diestras fructificaron patria en el tendido. Y patria venezolana le dio también a zurdas, por donde era más zorrón el animal.
Y de nuevo a diestras le formó un lío de frente antes de las bernadinas ya con la casta motora transformada en bruto vaivén. Y el final por diabluras, en el que la chispa eléctrica que aún salpicaba el novillo no se chocó contra el muro hierático con el que la figura erguida de Jesús Enrique le planteó el toreo. Y el hambre trastabillada con la que se tiró a matar. Y el robo de un palco que le birló el pan al novillero que hoy más lo necesitaba. En banderillas mostró desparpajo en ese novillo además de domeñar la situación en el animal abreplaza: aduanas para traerse a Jaén el pan y llevarse a Venezuela de nuevo la ilusión por la tauromaquia
En medio del venezolano, dos sevillanos en la recta final de sus carreras novilleriles volvían a la capital antes de la alternativa a la vera del Guadalquivir. El oficio de Aguado no se hizo con la embestida del pasador segundo y fue silenciado. Una ovación se llevó del quinto, novillo enclasado por el derecho del que sí pudo obtener premio de haberlo cuajado por ese lado. Serna, sin lote, dejó detalles de querer y saber ante el tercero.
Para entonces Madrid ya sabía que Maduro no merecía a Colombo. El que vino a tirar la moneda a la antigua, a quemar el último y el primer cartucho a la primera del mundo, a combinar la seguridad con la tranquilidad para saberse libre ante el peligro que Venezuela le niega y España le ofrece para transformarlo en gloria. Hoy solamente un palco protagonista le robó la oreja. Que se mantenga al mismo nivel durante toda la Feria: a ver cuántos Colombos sobreviven a la guerra presidencial de este San Isidro.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas. Duodécima de la Feria de San Isidro. Novillada picada. 18157 espectadores.
Novillos de El Montecillo, soso el primero; pasador sin más y con la cara alta el segundo, que se dejó la vida en el caballo; de movilidad sin entrega la del tercero; chispa encastada la del novillo cuarto; enclasado tranco el del quinto; imposible por peligroso el sexto.
Jesús Enrique Colombo, ovación y vuelta tras fuerte petición.
Pablo Aguado, silencio tras aviso y ovación.
Rafael Serna, silencio y silencio.
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