Lea Vicens sufre un aparatoso percance y corta una oreja en una mansa corrida de Bohórquez
Sergio Galán, sonriente, por la Puerta Grande de Las Ventas - Paloma Aguilar
ANDRÉS AMORÓS Madrid
Después de las emociones de una apasionante «semana torista», pasamos a un espectáculo más amable, con otro público: el último festejo de rejones, en el que también se cuelga el «No hay billetes». El gran atractivo es la actuación de Hermoso de Mendoza, en su primera Feria de la temporada española, pero el que triunfa rotundamente es Sergio Galán, que corta tres orejas y abre la Puerta Grande de Las Ventas por octava vez. Los toros de Bohórquez han tenido un comportamiento desigual: excelente, el segundo; mansos y deslucidos, los demás.
Llega Pablo de México, donde ha pasado el invierno (no ha actuado en Valencia ni Sevilla; irá luego a Pamplona, su tierra, donde es un ídolo). Ha sido el indiscutible número uno; conserva su sabio clasicismo, aunque falle, a veces, en el rejón de muerte. El lunar es que se niega a competir con Diego Ventura, la gran figura actual. El primero es noble pero se apaga; se llama «Elocuente» pero dice poco. Hermoso recorta fácil, con «Napoleón»; pega «muletazos» con «Disparate». Esta vez, «Nevado» sustituye a «Pirata», en la suerte suprema: mata a la segunda. Una labor pulcra, clásica, de escasa emoción. El cuarto mansea y lo protestan (una muestra clara de ignorancia). Pablo tira de recursos y de maestría, con un toro muy deslucido, nada «Resultón». No ha tenido fortuna con su lote.
Sale con pies el segundo, un bravo «Pastelero», que regala dulces embestidas (el mismo nombre del extraordinario de Victorino, que lidió Ureña). La faena de Sergio Galán es entusiasta y completa: lo recibe a portagayola con «Amuleto»; templa mucho con «Ojeda», a dos pistas; «Titán» emociona con cinco piruetas seguidas. Mata con acierto: dos orejas. El quinto, «Ubicador», se ubica, se para y se echa. Sergio hace alardes con «Apolo», citando de cerquísima, y clava dos pares a dos manos. No parece acertar con el rejón de muerte pero el toro cae: una nueva oreja, para redondear una tarde muy feliz.
El tercero barbea tablas, intenta saltar. La gentil Lea Vicens, discípula de don Ángel Peralta, se luce en quiebros con «Gacela». El toro derriba a «Jazmín» y a la amazona, que, en la arena, sufre varios derrotes: un momento dramático; sale aparentemente ilesa, dolorida pero sonriente. El último también huye a tablas; efectivamente, tiene «Malvista». Se luce, al violín, con «Bético», su estrella, y con las corvetas de «Deseado». Se ha librado Lea de un serio percance y ha demostrado su casta torera: oreja al conjunto de su actuación.
La salida en hombros de Sergio Galán es el mejor epílogo de una tarde en la que los caballeros se han enfrentado a toros complicados.
Posdata. En el Museo Guggenheim de Bilbao se ha visto una exposición del gran pintor inglés Francisco Bacon, centrada en la huella que, en su obra, ha dejado el arte español: «de Picasso a Velázquez». Y, junto a la pintura, la influencia que en él ejerció la Tauromaquia. Señala Duncan Wheeler que Bacon presenció bastantes corridas, en España y en Francia (era amigo de Michel Leiris), y que, según afirmó, no entendía «todas esas cosas estúpidas que se dicen sobre los toros.
¿Por qué hay gentes que comen carne y lamentan las corridas, vestidos con pieles?» Creía Bacon que sus obras eran «copias descafeinadas, frente a las violentas emociones que suscitan las corridas». Se ha hecho famosa su sentencia: «Los toros, como el boxeo, son un maravilloso aperitivo para el sexo».
Pintó un «Tríptico» sobre el «Llanto por Ignacio Sánchez Mejías», de García Lorca. En Bilbao, se expuso su última obra, pintada poco antes de su muerte: «Study of a bull». Como Picasso y Miguel Hernández, se identificaba Francis Bacon con el toro, peligroso pero noble.
No hay comentarios:
Publicar un comentario