Solo destaca la lidia de Antonio Ferrera en una deslucida corrida de Adolfo Martín en San Isidro
Antonio Ferrera, en un pase de pecho al cuarto toro - Julián López
ANDRÉS AMORÓS Madrid
Es una historia que se ha repetido varios años, en San Isidro: los toros del monoencaste Domecq salen nobles y flojos, acaban aburriendo a la afición. Acudimos todos ilusionados a la llamada «semana torista» pero estos toros plantean muchas dificultades. Respiran algunos taurinos: «¿Veis por qué eligen los Domeqs?» Así ha sucedido otras veces… pero este año, no. Fallaron los Cuadris pero llevábamos nada menos que cuatro días seguidos con toros nobles y encastados de Dolores Aguirre, Victorino Martín, Rehuelga y Alcurrucén. Lo que los aficionados han discutido, estas tardes, ha sido sobre si los toros y los toreros han merecido más premios. ¡Laus Deo! Pero la dicha no es eterna, ni siquiera en Las Ventas de Simón Casas. Las reses de Adolfo Martín, tan esperadas por la afición, decepcionan mucho: complicadas, deslucidas, paradas, mansas… Ninguno de los tres diestros logra triunfar. Sólo Antonio Ferrera se luce lidiando al cuarto, en una faena de mérito, mal rematada con la espada.
Es famosa la anécdota de Juan Belmonte. Cuando le preguntaron cómo un banderillero suyo había llegado a gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, comentó, tartamudeando, con sabia socarronería: «De…de…degenerando». Es una regla habitual de muchas profesiones; sobre todo, cuando son de tanto riesgo como la taurina. También existen excepciones: Ponce está toreando ahora con más gusto que nunca. Y otro caso singular: la transformación artística de Antonio Ferrera. De ser un diestro bullicioso y rápido, ha pasado a convertirse, ahora mismo, en uno de los mejores lidiadores clásicos, que intenta realizar el ideal de la lidia total: cuida con esmero todos los detalles, realiza el trasteo adecuado a las condiciones del toro, busca un mayor sosiego y armonía, en su estética… Esta tarde, atrae la afición de muchos buenos aficionados pero no tiene fortuna.
El primer toro se le queda debajo, recibe un pitonazo del que se dolerá, toda la tarde. El toro no llega a ser una alimaña pero es reservón, complicado; consintiéndolo mucho, logra algunos naturales. De repente, el toro, que parecía dormido, saca un genio endemoniado. Un trasteo aseado, sin acabar de entregarse. El cuarto mansea claramente, derriba, echa la cara arriba, huye: ¡vaya desastre! Envuelto en una faja, Ferrera se mete con él, en los terrenos del «6», y le va sacando naturales templados, de gran mérito, con sabiduría y serenidad; hasta acompaña con gusto las embestidas, mientras le rozan los pitones. Entrando de largo, mata mal y por pelos se libra del tercer aviso. Resume mi vecino Pepe: «Todo lo ha hecho él». Y Federico: «Sin triunfar, ha valido la pena verlo».
Tarde para olvidar
El segundo es manejable. Juan Bautista lo brinda al público: es buen profesional pero su trasteo es gris, anodino, entre paradas y tropezones. ¿Qué es lo que falta? Alma, entrega, pasión… muchas cosas. ¿Para eso lo brindó? Mata yéndose. Una vez más, recuerdo a Cervantes. «Miró al soslayo, fuese y no hubo nada». El quinto se queda muy corto, pisa mal: lo protestan, por aburrimiento, pero no hay razón concreta para devolverlo. En la muleta, cae dos veces. Insiste en muletazos insustanciales que acaban encrespando al público. Un pinchazo hondo basta para que se eche. Una tarde para olvidar.
El valeroso Manuel Escribano recibe a portagayola al tercero, se luce en banderillas. El toro sale de los muletazos desentendiéndose, buscando, en el tendido, alguna cara conocida. Mata rápido. En el último, Ferrera pasa otro momento de apuro al sacarlo del caballo toreando (como hacía Gallito). Se la juega Escribano en un par por dentro, muy comprometido; lo intenta por la izquierda, se justifica pero el toro se para. Mata bien.
Todo ha quedado gris, como los cárdenos de Adolfo Martín. Aunque no haya triunfado, vale mucho la pena ver a Ferrera, en esta nueva etapa. Para los que tenemos cierta edad, nos ilusiona pensar que podemos mejorar en algo. Y, en todo caso, nos devuelve la emoción y el interés de la lidia clásica.
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