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domingo, 10 de junio de 2018
Corrida de la Prensa: Don Felipe, en los victorinos
«Como las cosas humanas no son eternas, yendo siempre en declinación desde sus principios hasta llegar a su último fin» –comienzo del último capítulo del «Quijote»–, también concluye la Feria taurina de San Isidro. Pero el final no es melancólico, como el del caballero (ya animó Carmen Calvo a las mujeres a que fueran «caballeras y Quijotas»), sino emocionante: los toros de Victorino Martín, serios y encastados, tienen mucho que torear. Sin lograr el triunfo, los tres diestros se justifican, con su entrega.
Manuel Escribano, que indultó en Sevilla a «Cobradiezmos», sabe bien cómo lidiar a estos toros. En los dos, acude a porta gayola y pone banderillas. El primero es deslucido, queda corto, cada vez vuelve más rápido. Se muestra como correcto profesional pero sin posibilidad de brillo. Mata fácil pero caído. En el cuarto, se salva, en la portagayola, porque el toro flaquea; enlaza con vibrantes verónicas; los palos le quedan desiguales. Inicia con dos pases cambiados, dibuja algunos estimables pero el toro no se entrega. Acierta con la espada a la segunda. Comenta un vecino chusco: «Matar tan pronto a un “Hebreo” resulta de lo más feo».
Merece elogios que reaparezca, con este hierro, el lesionado Paco Ureña, al que se recibe con una ovación. El segundo, encastado, da buen juego en varas y mete bien la cabeza, humillando mucho.
Ureña lo lleva cosido a la muleta, en derechazos muy ligados; cuando se confía, casi lo entrampilla.
Los naturales a cámara lenta levantan aplausos pero no mata bien. El quinto, abierto de pitones, es recibido con ovación, aprieta en tablas, no quiere caballo, pero también humilla. Vuelve a lograr lentos derechazos hasta que el toro se apaga. Mata con decisión pero con el mismo defecto de la vez anterior: debe entrenar más esa técnica.
Gracias a los toros de Victorino, Emilio de Justo ha renacido como lidiador, no sólo artista. En el tercero, muy encastado y pegajoso, saludan, en banderillas, Morenito de Arles y Pérez Valcarce.
Emilio se coloca bien pero el toro derrota, al final de cada muletazo, y se producen enganchones: una faena de mérito, valiente pero irregular. Mata atracándose de toro pero lo estropea con cinco descabellos. Dice mi vecino Pepe: «Ahora, casi ninguno sabe descabellar». Y añade: «Roberto, ¡enséñales!» En el último, realiza un gran quite José Luis Neiro. El toro es complicado, se quiere quitar la muleta. Emilio se muestra muy firme, traga, traza buenos naturales. No se advierte que haya toreado poco. Vuelve a matar con decisión: se ha justificado, deja buena impresión.
Se alegran algunos de que haya terminado la Feria. Prefiero yo recordar lo que decía Rafael el Gallo: «¿Qué harán los domingos por la tarde los ingleses, si no tienen toros?» Era un sabio. Han pasado, en la Feria, cosas importantes. Como dice Jorge Manrique, «nos dejó harto consuelo/ su memoria». Y el domingo 17 se anuncia ya otro interesante cartel…
Postdata. En Las Ventas admiro una exposición del colombiano Diego Ramos: un gran pintor, más allá del tema que trate. Cualquiera que entienda un poco de pintura, le guste o no la Fiesta, disfrutará con su dominio del color. Es un eslabón más de la larguísima cadena de artistas que se han enamorado de los toros. Para él, como para tantos otros, el valor cultural de la Tauromaquia es algo evidente, casi obvio. Aunque algún ministro no se quiera enterar…
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