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domingo, 10 de junio de 2018

Otra vez Victorino lejos de su leyenda

FERIA DE SAN ISIDRO CORRIDA DE LA PRENSA

 
Largo derechazo de Ureña al segundo toro de Victorino, que fue el mejor dentro de un orden A. HEREDIA


Paco Ureña se quedó a las puertas de cortar una oreja con el mejor toro. Firme y meritísimo Emilio de Justo con el lote más complicado de una decepcionante corrida.

El regreso de Su Majestad el Rey Felipe VI a Las Ventas daba lustre y esplendor a la Corrida de la Prensa y a la Tauromaquia. O viceversa. El Rey de todos los españoles -de los taurinos también, que no son pocos- volvía a los toros. A un lado, en la barrera del "9", el secretario de Estado de Comunicación del nuevo Gobierno socialista de España, Miguel Ángel Oliver, disipaba sombras e inyectaba tranquilidad con su sola presencia; al otro, la presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid, Victoria Prego, saludaba exultante por la recuperación de la salud del centenario festejo de los periodistas. En las dos últimas temporadas, Simón Casas le ha devuelto la categoría perdida. Que la propia APM se había dejado ir. Los victorinos y su A coronada -tan ligada la Prensa a su leyenda con aquel indulto de Velador en el 82- colocaron el ansiado "no hay billetes". Como en los viejos tiempos. Tan lejanos...

Con una ovación aclamó Madrid al Rey. Y con otra a Paco Ureña, que forzó la máquina reaparecer. Una lesión vertebral lo había apartado de su penúltimo compromiso isidril. Las palmas sonaron tibias para Manuel Escribano. Que marchó a portagayola. Pasó el victorino de largo con toda su enjuta alzada. En la cabeza, la cuerna veleta; en la culata, el poder ausente. Escribano fijó su escasa fijeza en el "2", le cambió los terrenos y bregó con él hasta los medios. Mal picado su triste celo. No humilló entonces ni nunca. Las solvencia del matador sevillano con las banderillas dio paso a una faena estéril: el toro embestía por el palillo con desgana. Sin empuje. Con la mirada ida. La espada cayó de la cruz.
El toro de Paco Ureña traía aires de victorino antiguo en la expresión. Que coronaba su eterna anatomía. Lo desarmó del capote con las manos por delante. De lejos se arrancó en el caballo. Paco así lo quiso. Generoso. Más que el empleo en el caballo. Cumplimentó el lorquino a Don Felipe.

Como Escribano. Sólo que después de brindar al público. Un lío. Humillaba el albaserrada. Noblecito y despacio.Como sin gas y pacífico. El torero se lo sacó del tercio con doblones suaves. Y lo templó en su derecha en una tanda corta y otra muy larga. Sin soltarlo ni quitarle la muleta de la cara. El toro tampoco se iba de ella. La rueda acabó con Ureña sin poder vaciar el de pecho. Encajado en la tabla del cuello el apuro. Dos rondas de lentos y largos naturales ligados todavía subieron más la temperatura de los oles. La banda sonora de la faena. Que ya estaba hecha. Y por eso se fue a por la espada. Pero no se sabe por qué planteó el hombre una última tanda. Por la diestra y sin la ayuda. Con el fondo contado ya gastado entero. Y se enredó. La colocación del acero no correspondió a la rectitud del volapié. Y además asomaba. El verduguillo demoró la muerte. Adiós a la oreja que acarició antes del final.
Bajo como ningún otro anterior era el tercero. Cárdeno claro. Bonito y serio a la par. Lo lidió con orden Emilio de Justo. El victorino se cobijó en el caballo. Descolgó siempre. Y siempre por dentro. De Justo tragó mucho más de lo que el personal percibió. Porque además, en el último tramo de cada muletazo, el toro tiraba del freno. Y lanzaba un derrote. La faena se desarrolló trabada. Más limpia de mitad en adelante. Nunca fácil. Y, sin embargo, extensa. Un esfuerzo sordo rematado con una estocada muy trasera. Y varios descabellos.

De milagro escapó Manuel Escribano, de nuevo en toriles postrado. Aguantó el parón del hechurado cuarto. Y su revuelta. Si no es por la fuerza de sus piernas, no se va íntegro a casa. Las verónicas fueron poderosas. Como el manejo de los palos. El par al quiebro que nace del estribo apenas se valoró. Ni nada. La sosería del victorino descafeinado jamás rompió. Aislado quedó el trepidante prólogo por cambiados.

Un tío se hacía el quinto. Con su cabeza totémica. Paco Ureña lo paró muy cerrado en tablas. Y, como el victorino apretó y le arrebató el capote, no hubo otra que tomar el olivo. Caminó mucho el victorino en los tercios previos. Y sorprendió con el regalo de un manojo de embestidas de calidad por el derecho en los albores de faena. Cuando Ureña corrió la mano prometiendo el paraíso. Pero el toro se fue durmiendo al paso. Apagándose como una vela sin oxígeno. El pulso del murciano lo esperó y lo estiró en otra tanda. Que concluyó en desarme y fue todo. Por el izquierdo ni humilló ni se dio. Nunca jamás. Otra vez por los blandos la estocada.

El tipo del último en cuesta arriba no venía preñado tampoco de la casta añorada. Falto de humillación y agarrado al piso. Sobrado de complicaciones. Pensándoselo todo dos veces. Emilio de Justo derrochó firmeza. Muy bragado. Por todo lo que aguantó y más. Pisando tierra de fuego.

Imagen reforzada la suya. Un estoconazo puso punto final a 34 tardes de toros. Victorino anduvo otra vez muy lejos de su leyenda. Y de aquellos apoteósicos cierres isidriles. Vaya año.

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