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lunes, 17 de septiembre de 2018

La redonda calma de Perera y la loca tempestad de Talavante

FERIA DE LA VIRGEN DE LOS LLANOS

El temple pererista cuaja la faena de la tarde pero sólo corta una oreja. La otra figura extremeña abre la puerta grande con una versión ligera y eléctrica de su toreo. La bien presentada corrida de Parladé apuntó sin romper

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Fotografía | MARÍA VÁZQUEZ



Como broche de la feria de la Virgen de los Llanos, el milagro de otra magnífica entrada. Si el nivel de asistencia en los otros ciclos septembrinos fuera el de Albacete, otro gallo cantaría.

La oscuridad del cielo presagiaba la lluvia anunciada que nunca cayó. Los focos iluminaron, ya encendidos, el paseíllo. La piel colorada del redondo, bajo y recortado toro de Parladé brillaba como retinta. Frenado en el saludo, sueltecito después del contado castigo. Noble pero sin finales en la muleta de El Juli. Que principió rodilla en tierra. Y gobernó por abajo la embestida que no terminaba.

 Y que, cuando no iba apretada, punteaba y enganchaba. Perdió el celo paulatinamente el toro en el sereno hacer julista. La estocada trasera y caída enfrió una petición que no cuajó. Más voces que pañuelos.

La armonía del hondo y cuajado toro de Miguel Ángel Perera prometió. Derribó con estrépito de bravo la cabalgadura de Ignacio Rodríguez. Que fue rescatado desde el callejón. Javier Ambel anduvo presto al quite del caballo. El hermoso ejemplar de Domecq apenas sangró. Perera se clavó en la misma boca de riego. Un obús la arrancada. Como cuando interrumpió el brindis al personal. Los cambiados por la espalda incendiaron la pasión. MAP jugó con la distancia generosa entre series. Y con la prontitud del juampedro de Parladé. Que humillaba pero que de cerca contaba con un punto gazapón. Sin entrega ni clase. A una primera serie de ajuste -el animal hizo varios extraños- le siguieron dos mandonas de encajados derechazos. Mas en el paso por la izquierda el toro protestó.

 No quiso. Y nunca volvió a darse igual ni del mismo modo. El fondo desapareció. Y el espadazo en los blandos apagó totalmente el fuego ya extinguido.
Y Alejandro Talavante salió al ataque. O muy atacado. Presionado por su situación. Con un ansia desenfrenada por reivindicarse. Por hacer muchas cosas. Desde el momento en que saludó al sardo parladé. Muy estrechito y liviano de carnes bajo su rica pinta. Soltando el capote a una mano, las largas genuflexas quedaron liosas. Nada propicias para el abanto galope. De rodillas se clavó en el principio de faena. Una espaldina, varios redondos, uno de ellos mirando al tendido. No sería el único. Que ya en la media verónica de la enredada salutación anunció el torero el guiño permanente.

 Un populismo muy loco. La informal y santa embestida y la informalidad endemoniada de Talavante trepidaban por uno y otro pitón. Más aminorada la derecha, ligera la izquierda. Ligada una y otra sin poso ni reposo. Como desordenado y tempestuoso el todo. Hasta el desplante final a cuerpo limpio. La locura contagió en los tendidos. Que pidieron incluso la segunda oreja con aquella estocada caída. No hubo caso. Y la gente se puso a merendar a la velocidad de lo visto y no visto. Mientras AT paseaba el trofeo a su actitud volada.

La suerte volvió a ser esquiva con El Juli. Que coronaba un fin de semana desentendido con el buen bajío. Fue un mulo el cuarto. Tras sus fina armada cornidelantera, el vacío. No hubo nada que hacer. Paradojas del destino: a éste lo mató bien.

Sobre el tempo y el temple, cuajó Miguel Ángel Perera una sólida faena al bastote quinto. Que manseó y embistió luego con pacífico son. El asiento de Perera, la cabeza en el tacto y en el trato, se sintió en su derecha. En el larguísimo trazo, en la exigencia exacta para acompañar sin quebrantar.

 Tres rondas de redondez. Atalonado y en el sitio preciso. Todo teníasu porqué en la calma. Como la izquierda guiando la embestida al paso en tono menor. Una última tanda de derechazos infinitos, muy despatarrado, y el epílogo en los terrenos del toro. El arrimón mayúsculo, los pitones lamiendo la taleguilla, los circulares invertidos y la trenza pererista. La imposición absoluta. Un clamor. Y el desplante a cuerpo gentil acariciando la testuz. La estocada, mínimamente ladeada, rindió la plaza. Pero no al palco. Enrocado ante la gran obra de la tarde. Una sola oreja no hacía justicia.

Y menos, comparada con el último regalo a Alejandro Talavante con el sexto. Que apuntó, cambió el ritmo y se rajó. La última puerta grande se abrió por el calambre viral de Talavante. Hay una versión muchísimo mejor. Más lúcida y templada. Y, sobre todo, más torera.

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