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sábado, 13 de octubre de 2018

Padilla, el torero de las siete vidas


FOTOGRAFÍAS: CARLOS GARCÍA POZO
GONZALO I. BIENVENIDA

La carrera de Juan José Padilla es una continua superación sobrehumana. De niño soñaba con el toro porque su padre había querido ser torero. El mundo del toro reconoce a Padilla su infatigable lucha. En Jerez se le conocía como el panaderito porque repartía el pan con una bici. Su carácter arrollador conquistaba al personal como después lo haría con las aficiones de todas las plazas en las corridas más duras. Esas que hacen sentir a los toreros que no saben torear. Miura, Victorino , Pablo Romero, Cebada... Fueron los hierros que le elevaron a la gloria por la senda más compleja.

Lucha de gladiador. Jamás se dio por vencido: 25 años llenos de remontadas heroicas, reapariciones imposibles, éxitos a sangre y fuego. Un ídolo en Pamplona. Un lidiador admirado en todo el norte -desde aquel indulto a un Victorino en Illumbe-. La Francia más exigente, entregada con el Ciclón de Jerez. Así le apodaron en el rincón del sur en sus años de novillero.

Su carismático espíritu se forjó a la vera de Rafael Ortega. Casi 40 cicatrices estigmatizan su piel. El primer tabacazo llegó en Arcos de la Frontera siendo un chaval con 20 años. La femoral y la safena. Después las terribles cornadas en el cuello de San Sebastián y Pamplona. La del vientre en Huesca. Y la vuelta a la vida tras la espeluznante de Zaragoza.

Antes del parche, Padilla ya era un personaje. Recuperó una montera del siglo XVIII, hizo el paseíllo sin liarse el capote, utilizó unas manoletinas marrón chocolate. Encontró un lugar para la provocación en las corridas más agrias de cada feria. Con Madrid tuvo sus dimes y diretes. Lanzó unos besos al tendido 7 que le posicionaron como el enemigo. Cuando volvió, tras algunos años de ausencia, firmó su mejor actuación ante un toro de Samuel Flores. Toreó la Beneficencia, la cita más anhelada de la temporada venteña. Su palmarés está coronado por la Puerta del Príncipe de Sevilla en 2016.

Un torero respetado y admirado, al que nadie le ha regalado nada, con dos etapas divididas por la frontera de Zaragoza pero protagonizadas por un gladiador ciclópeo que ya forma parte de la historia.

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