El torero extremeño corta dos orejas a un gran toro de Fuente Ymbro en una tarde de «No hay billetes»
El diestro Miguel Ángel Perera durante el segundo festejo de la Feria de San Isidro - EFE/ Juanjo Martín
Andrés Amorós
Se pone el cartel de «No hay billetes», en un ambiente de gran expectación. Asiste el Rey Emérito, con la Infanta Elena y su hija, Victoria Federica, muy aplaudidos. Le brindan los toros tercero y quinto. Varias veces, la gente estalla en vivas a España y al Rey. Miguel Ángel Perera corta dos orejas al tercer toro de Fuente Ymbro y abre la Puerta Grande.
El día de «El santo de la Isidra» (usando el título de Arniches), los madrileños solían celebrar la fiesta del Patrón acudiendo a la pradera de San Isidro y a los toros. En los dos sitios se mezclaban todas las clases sociales, todas las fortunas. A los dos lugares acudía también el Alcalde José María Álvarez del Manzano. Ahora, evidentemente, Manuela Carmena, presa de su ideología y de sus pactos, no viene a Las Ventas. En cambio, sí acude con un mensaje electoral no deseado al teléfono de mi casa: los tiempos cambian y no siempre para bien.
Acierta le Empresa con el cartel del día del Santo Patrono: la ganadería triunfadora en la Feria de Abril y tres diestros veteranos que últimamente han reverdecido sus laureles. Fuente Ymbro lidió en Sevilla tres toros de vuelta al ruedo. Los de esta tarde, serios, encastados, bien armados, dan juego desigual. Sólo Perera, con su poderío, logra imponerse a sus dificultades: corta dos orejas al tercero (protestada la segunda).
En estas Fallas volvió a mostrar Finito las grandes cualidades técnicas y estéticas que siempre ha tenido. «¡Si él hubiera querido!...», se lamentan algunos aficionados. Y otros, más populares: «¡Si no fuera por el de los rizos» (el toro , se entiende). La afición madrileña espera, con respeto, ver cuál de sus dos caras ofrece. Por desgracia, no la mejor. El primero, bien armado, como toda la corrida, se queda fijo en el caballo mucho tiempo. Como no le sujetan, campa a sus anchas. Pide paciencia; un poco agachado, intenta engancharlo pero no logra confiarse. Ha dado tres muletazos buenos y treinta, anodinos: ni siquiera las «pildoritas» de que habla don Hilarión, en «La verbena de la Paloma». Mata en los sótanos. El cuarto supera los 600 kilos, es un pedazo de toro, precioso… para verlo de lejos. No parece que Finito esté en desacuerdo con eso. El toro derriba y mete bien los riñones. Finito se dobla pero el toro queda corto, el viento le molesta… y desiste. Le quita las moscas, mata sin confiarse, muy malamente.
Vuelve a esta Plaza, después de su memorable faena de la Feria de Otoño, Diego Urdiales. Y vuelve vencedor (como el general de la «Aida» de Verdi: «Ritorna, vincitor»), después de haber logrado mostrar, en Sevilla, la naturalidad de su toreo aunque no llegara el triunfo rotundo. Lo reciben con una ovación, ha de saludar. El segundo es brusco, derriba, con vuelta de campana, al picador Óscar Bernal; espera, en banderillas; embiste a oleadas. Urdiales se dobla, traza algunos naturales suaves, con naturalidad; al final, con el toro ya más cansado, tres derechazos limpios, pero no ha acabado de dar el paso adelante. Mata sin convicción y falla, con el descabello. Brinda al Rey Emérito el quinto, que se mueve y repite, pero es pegajoso, no logra quitárselo de encima: surgen enganchones y división. Le ha faltado dominar más a sus toros . Tampoco mata bien. No ha mantenido el nivel de su anterior tarde en Las Ventas.
En la Feria de Abril logró Miguel Ángel Perera una faena completa, cortó una oreja que debieron ser dos. Demostró que sigue teniendo una capacidad grande, con el toro bravo que su poderosa muleta necesita. Y esta tarde vuelve a encontrarlo, en el tercero, el mejor del encierro, «Pijotero», un castaño de 549 kilos: un gran toro. Lo recibe con buenas verónicas. En banderillas, lidia bien Curro Javier. Brinda Perera –por primera vez, en la tarde– al Rey Emérito. La faena tiene una base fundamental, el poderío. Y un acierto rotundo: dar mucha distancia al toro, eso que tanto gusta en esta Plaza, lo que encumbró a César Rincón. Llamándolo de lejos, el toros se arranca como una centella, con enorme emoción, porque el diestro, firmísimo, no se mueve un pelo sino que manda, con la muleta muy baja («rastrera», decía Antoñete). Da alegría ver galopar así a un toro bravo y a un diestro, en el platillo, mandando, con tal firmeza. La faena baja un poco, cuando el toro tardea y va peor al natural. Vuelve a subir, al coger de nuevo la derecha y enroscárselo a la cintura, con majeza; logra dos circulares que levantan un clamor. Como tarda en igualar, suena un aviso antes de entrar a matar (¡el sentido de la medida!, me insistía, hace poco, el duque de Alba). Mata con decisión, algo desprendido: la primera oreja es evidente; la segunda, algo discutible, por la pequeña bajada y la colocación de la espada, pero el Presidente acaba concediendo las dos y eso provoca una notable división.
En el sexto, también serio, se lucen Curro Javier y Vicente Herrera, con los palos, y Ambel, lidiando. Brinda Perera a su paisano Antonio Ferrera. El toro cae, al comienzo de la faena. Aunque el trasteo es firme, con buena técnica, la flojedad del toro impide que remache el triunfo. Mata a la segunda, sin estrecharse. Sale triunfalmente por la Puerta Grande, por sexta vez. Es bueno para él y para la Feria, en la que, apenas comenzada, se ha vivido ya un triunfo grande. Y una lección clara: cuando salen toros encastados, lo primero es poderles; luego, ya vendrá la estética de cada uno. Sin eso, toda la lidia se viene abajo.
Araba sus campos el Santo Labrador con dos bueyes (no los confundía, como una dirigente de Pacma, con dos toros bravos) . Los madrileños seguimos celebrando su fiesta con una corrida de toros. Según la tradición, cuando el santo se distraía, rezando, unos ángeles le sustituían, en su labor.
Lo recoge Lope de Vega, en su largo poema «El Isidro»: «Veo que los bueyes andaban / entre los surcos, ligeros,/ y que los seis compañeros / al lado de Isidro estaban / como el carro y los luceros».
Creen algunos malpensados que por eso se adoptó al Labrador como patrono de la capital: para un madrileño, ¿existe ilusión mayor que poder dedicarse a nobles tareas espirituales mientras los ángeles realizan tu pesada faena? En tiempos de mayor incredulidad, sabemos que no hay que dejar todo en manos de los ángeles. Esta tarde, Perera ha toreado como los ángeles –si es que los ángeles torean– pero también ha mandado en el toro como un hombre y los madrileños se lo han agradecido.
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