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martes, 16 de julio de 2019

Jesús Soto de Paula: "Rafael y Curro duelen en distintos costados"

'Revoluciones y revelaciones toreras' es su último libro. Un camino muy bien contado desde las broncas de El Gallo hasta las grandes faenas de Belmonte, los sismos de El Cordobés y Ojeda y el duende de Cagancho, Romero y Paula. Su "primera y última inspiración"

EL MUNDO  

MARÍA VALLEJO 
"Manolete, dame fuerzas", se decía Rafael de Paula entre dientes cuando su frágil rodilla de cristal temblaba en el oscuridad larga y fría de los patios de cuadrillas. Cada tarde, antes de partir plaza, invocaba al Monstruo fatigosamente para sí. Su hijo, Jesús Soto de Paula, que se hace torera escritura admirado por Goethe y Bergamín, la pintura de Caravaggio, la voluntad trágica de Richard Wagner, el cante de Agujetas, no tiene "un dios espiritual" al que asirse antes de trenzar ese constate paseíllo por uno mismo que es la vida del escritor. "Siempre le pido al Espíritu Santo que me baje la inspiración, que sé que existe y deambula por algún lado. Pero escribir es algo tan íntimo que sólo me puedo encomendar a mí mismo para que me muerda ese veneno que convierto en escritura", confiesa.

El último envenenamiento de Soto de Paula alumbró Revoluciones y Revelaciones Toreras. "Un camino de la inocencia al pecado", por el que "se pueden escuchar aquellas grandes broncas de El Gallo y Joaquín Rodríguez Cagancho, hasta llegar, por esa inercia mía que transcurre siempre desde el fracaso, a las grandes faenas. A las revoluciones de toreros como Belmonte, Chicuelo, Manolete, El Cordobés y Paco Ojeda. Y a las revelaciones que para mí supusieron maestros como Cagancho, Romero o Paula, que encierran el lado más místico y espiritual del toreo".
¿Cuál es el germen de su último libro?
 
Mi primer impulso fue hablar del legado de los toreros revolucionarios. Quise diferenciar las revoluciones de Belmonte, Chicuelo y Manolete, que aportaron mucho al buen torear, y la revolución que fueron El Cordobés y Ojeda para la llamada Fiesta, que aún siendo necesaria no aporta nada al toreo clásico. No es un ataque a El Cordobés y a Ojeda, sino una defensa al toro. Soy partidario de su potencial creador, pero hay que respetar la franja de dignidad del toro. Necesita su distancia, su poder respirar, repetir, pararse... Y no se puede confundir su dominio con anularlo a base de medios muletazos como si fuera un león ante el domador.
 
¿Cómo llega entonces hasta las tauromaquias de Cagancho, Romero o Paula, que califica de revelación?
 
Lo fantástico de los libros es que sabes donde empiezas, pero no donde acabas. Esa transmutación kafkiana encierra mucho de duendística. Me puse a escribir inconscientemente sobre toreros que fueron para mí esa gran revelación. No estoy loco cuando le digo que la mitad del libro se escribió sola.
 
Se lo dedica a Curro Romero por su aventura interior...
 
Curro casi forma parte de mi ADN. Cuando escribía, me decía calladamente que le dedicaría este libro. Su aventura interior y su cultura de vida son maravillosas. A pesar de haber sido un torero bellamente muy sufrido por esas broncas tan fatales, su gozo, su ángel y esa majestad de su toreo eran un reflejo de su propio espíritu. Curro Romero tiene mucho de filósofo y de poeta sin él saberlo ni pretenderlo. Y esa filosofía suya me ha enseñado humanidad.
 
¿Podría entenderse a Romero sin Paula y a Paula sin Romero?
 
Ha sido una rivalidad maravillosa y una unión bellamente acontecida, pero hay un Curro Romero sin Rafael de Paula y un Rafael de Paula sin Curro Romero. Siendo ambos toreros de duende, son totalmente distintos. La tragedia de Rafael tiene un cante por seguidillas muy sufrido y muy barroco y la de Curro es un cante por soleás más gozoso. Duelen en distintos costados.
 
¿Cómo afectan al torero esas grandes broncas que sufrían Curro y Rafael?
 
El torero, como último héroe romántico de nuestro tiempo, posee la capacidad para asimilar el sufrimiento de los más grandes artistas. Fíjese en las genialidades que sacaba Rafael 'El Gallo' de aquellas broncas tan terribles. Cuando la gente decía eso de "¡A la cárcel con El Gallo!" y él contestaba "¿A la cárcel? ¡Qué más quisiera yo, con el toro que me queda aún dentro por matar!". El arte es buscar de tu propia nada y el torero no puede torear pendiente del público.
 
Ni siquiera de Dios. Debe torear para sí mismo y en su propia nada o todo carecerá de alma.
Jesús Soto de Paula ante los micrófonos en una comparecencia pública.
Volviendo a las rivalidades geniales, cuenta en su libro como la responsabilidad recaía en Joselito y Belmonte era esperado con incertidumbre. ¿Era esto fruto del antagonismo entre el duende y la regularidad?
 
Totalmente. Nacer con duende no significa que puedas someterlo a tu antojo. Por más que le reces, baja cuando le da la gana y a veces con desgana. En Joselito recaía la responsabilidad porque ha sido el torero mejor de los nacidos. En cambio, Belmonte se veía abocado a que le bajara o no aquello. Esa lucha espiritual lo llevaba a esa tragedia y ese patetismo barroco tan maravilloso que poseía. Por eso, cuando tenía su tarde, superaba a José. El duende lo han tenido sólo seis o siete toreros en la historia, y su grandeza ha sido convertir en toreo la incertidumbre trágica de no saber cuándo volverá, destrozarse y morir en la obra para vivir eternamente. 
 
La sufrida catarsis que vaciaba a Rafael de Paula poseído por el duende, o consumido en su ausencia, arrojó a Jesús a los brazos de la escritura. Como si de la costilla de Eva se tratatara, creó Rafael de un jirón de su alma torera, arrancado entre trincheras y barrocos muletazos, la pluma de frágil compás gitano que hoy su hijo empuña como digno legatario del padre. "Él fue mi primera inspiración y será la última", dice Soto de Paula. Que escribió su primer libro, De negro y azabache, cuando seguía por las plazas al genial torero de Jerez: "Al llegar hotel no podía conciliar el sueño ni en las tardes buenas ni en las malas. Como el toreo de Paula no me dejaba dormir, escribía. Estaba tan embriagado de emoción y había pasado tantísimo miedo, que lo único que podía ser era coger un papel y un lápiz y sacar aquello que me desbordaba".
¿Se sufre también frente a la hoja en blanco?
 
El escritor siempre está escribiendo. Escribo mientras estoy en el campo, cuando voy por la calle o cuando paseo por la playa, aunque no tenga papel y boli en las manos. Es una condena gozosa. Digo gozosa porque la disfruto, pero esa búsqueda constante de lo que eres capaz de decir trae mucho sufrimiento. Cuando te inspiras, la pluma vuela sola a su antojo, pero hay que esperar a que llegue el veneno. Esa espera hace que sienta la escritura como una tragedia griega.
 
¿Pasa miedo en esa espera?
 
Padezco de incertidumbre. Pienso que cada libro va a ser el último. Me quedo cohibido al acabar porque la escritura es algo muy íntimo y muy en soledad. Es como sumergirte en tus propias aguas, sin esperar nada más. No espero absolutamente nada de ningún libro, salvo adentrarme en ese pozo y ser capaz de refrescarme en él. Es una necesidad espiritual.
 
A la dificultad de poner en palabras el misterio del toreo se suma la osadía que supone ser escritor taurino en una época como la actual, ¿cómo lleva esa doble complejidad?
 
Descifrar la belleza del toreo es complejo. Yo, más que explicarla, busco decirla. Sólo cuando traspaso esa frontera un poco infernal entre el pensamiento y el sentimiento, alcanzo ese estado de embriaguez en el que logro decir el toreo a través de la escritura. Luego me llevan los demonios cuando voy a una librería y no hay títulos taurinos. Sé que soy una especie en peligro de extinción, pero forma parte de la ignorancia y las modas de nuestro tiempo. Asumo que escribo para unos pocos como una suerte de romanticismo.
 
¿No le preocupa saber que escribe para un público reducido?
 
No me interesa escribir sobre cosas que no siento. Las ventas son son importantes, pero no puedo preocuparme de eso. Si no vendo, moriré con esa pena. Dicen que el arte es morirse de frío. Y yo encuentro calor en escribir una poesía, que no da de comer, pero me alimenta el alma.
"Hoy se torea peor que nunca" a ojos de quien engrasa su pluma en el manantial del clasicismo por genial y doliente disconformidad con el tiempo que al nacer le fue dado. "Los nuevos toreros se han contagiado de la prisa de las redes sociales y de los tiempos que corren. El mérito del toreo es ir en contra de la sociedad para proteger su propia pausa", dice Soto de Paula. Y su confesa querencia al Áyax quiebra en gracia centelleante al pronunciar los nombres de sus renovadas y recién florecidas esperanzas: "Juan Ortega y Pablo Aguado están despertando una nueva revelación". ¡Que así sea!

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