Jesús Soto de Paula: "Rafael y Curro duelen en distintos costados"
'Revoluciones y revelaciones toreras' es su último libro. Un camino muy
bien contado desde las broncas de El Gallo hasta las grandes faenas de
Belmonte, los sismos de El Cordobés y Ojeda y el duende de Cagancho,
Romero y Paula. Su "primera y última inspiración"
EL MUNDO
MARÍA VALLEJO
"Manolete, dame fuerzas", se decía Rafael de Paula
entre dientes cuando su frágil rodilla de cristal temblaba en el
oscuridad larga y fría de los patios de cuadrillas. Cada tarde, antes de
partir plaza, invocaba al Monstruo fatigosamente para sí. Su hijo, Jesús Soto de Paula, que se hace torera escritura admirado por Goethe y Bergamín, la pintura de Caravaggio, la voluntad trágica de Richard Wagner,
el cante de Agujetas, no tiene "un dios espiritual" al que asirse antes
de trenzar ese constate paseíllo por uno mismo que es la vida del
escritor. "Siempre le pido al Espíritu Santo que me baje la inspiración,
que sé que existe y deambula por algún lado. Pero escribir es algo tan
íntimo que sólo me puedo encomendar a mí mismo para que me muerda ese
veneno que convierto en escritura", confiesa.
El último envenenamiento de Soto de Paula alumbró Revoluciones y Revelaciones Toreras. "Un camino de la inocencia al pecado", por el que "se pueden escuchar aquellas grandes broncas de El Gallo y Joaquín Rodríguez Cagancho,
hasta llegar, por esa inercia mía que transcurre siempre desde el
fracaso, a las grandes faenas. A las revoluciones de toreros como Belmonte, Chicuelo, Manolete, El Cordobés y Paco Ojeda.
Y a las revelaciones que para mí supusieron maestros como Cagancho,
Romero o Paula, que encierran el lado más místico y espiritual del
toreo".
¿Cuál es el germen de su último libro?
Mi
primer impulso fue hablar del legado de los toreros revolucionarios.
Quise diferenciar las revoluciones de Belmonte, Chicuelo y Manolete, que
aportaron mucho al buen torear, y la revolución que fueron El Cordobés y
Ojeda para la llamada Fiesta, que aún siendo necesaria no aporta nada
al toreo clásico. No es un ataque a El Cordobés y a Ojeda, sino una
defensa al toro. Soy partidario de su potencial creador, pero hay que
respetar la franja de dignidad del toro. Necesita su distancia, su poder
respirar, repetir, pararse... Y no se puede confundir su dominio con
anularlo a base de medios muletazos como si fuera un león ante el
domador.
¿Cómo llega entonces hasta las tauromaquias de Cagancho, Romero o Paula, que califica de revelación?
Lo
fantástico de los libros es que sabes donde empiezas, pero no donde
acabas. Esa transmutación kafkiana encierra mucho de duendística. Me
puse a escribir inconscientemente sobre toreros que fueron para mí esa
gran revelación. No estoy loco cuando le digo que la mitad del libro se
escribió sola.
Se lo dedica a Curro Romero por su aventura interior...
Curro
casi forma parte de mi ADN. Cuando escribía, me decía calladamente que
le dedicaría este libro. Su aventura interior y su cultura de vida son
maravillosas. A pesar de haber sido un torero bellamente muy sufrido por
esas broncas tan fatales, su gozo, su ángel y esa majestad de su toreo
eran un reflejo de su propio espíritu. Curro Romero tiene mucho de
filósofo y de poeta sin él saberlo ni pretenderlo. Y esa filosofía suya
me ha enseñado humanidad.
¿Podría entenderse a Romero sin Paula y a Paula sin Romero?
Ha
sido una rivalidad maravillosa y una unión bellamente acontecida, pero
hay un Curro Romero sin Rafael de Paula y un Rafael de Paula sin Curro
Romero. Siendo ambos toreros de duende, son totalmente distintos. La
tragedia de Rafael tiene un cante por seguidillas muy sufrido y muy
barroco y la de Curro es un cante por soleás más gozoso. Duelen en
distintos costados.
¿Cómo afectan al torero esas grandes broncas que sufrían Curro y Rafael?
El
torero, como último héroe romántico de nuestro tiempo, posee la
capacidad para asimilar el sufrimiento de los más grandes artistas.
Fíjese en las genialidades que sacaba Rafael 'El Gallo' de aquellas
broncas tan terribles. Cuando la gente decía eso de "¡A la cárcel con El
Gallo!" y él contestaba "¿A la cárcel? ¡Qué más quisiera yo, con el
toro que me queda aún dentro por matar!". El arte es buscar de tu propia
nada y el torero no puede torear pendiente del público.
Ni siquiera de
Dios. Debe torear para sí mismo y en su propia nada o todo carecerá de
alma.
Volviendo
a las rivalidades geniales, cuenta en su libro como la responsabilidad
recaía en Joselito y Belmonte era esperado con incertidumbre. ¿Era esto
fruto del antagonismo entre el duende y la regularidad?
Totalmente.
Nacer con duende no significa que puedas someterlo a tu antojo. Por más
que le reces, baja cuando le da la gana y a veces con desgana. En
Joselito recaía la responsabilidad porque ha sido el torero mejor de los
nacidos. En cambio, Belmonte se veía abocado a que le bajara o no
aquello. Esa lucha espiritual lo llevaba a esa tragedia y ese patetismo
barroco tan maravilloso que poseía. Por eso, cuando tenía su tarde,
superaba a José. El duende lo han tenido sólo seis o siete toreros en la
historia, y su grandeza ha sido convertir en toreo la incertidumbre
trágica de no saber cuándo volverá, destrozarse y morir en la obra para
vivir eternamente.
La sufrida catarsis que vaciaba a Rafael
de Paula poseído por el duende, o consumido en su ausencia, arrojó a
Jesús a los brazos de la escritura. Como si de la costilla de Eva se
tratatara, creó Rafael de un jirón de su alma torera, arrancado entre
trincheras y barrocos muletazos, la pluma de frágil compás gitano que
hoy su hijo empuña como digno legatario del padre. "Él fue mi primera
inspiración y será la última", dice Soto de Paula. Que escribió su
primer libro, De negro y azabache, cuando seguía por las plazas
al genial torero de Jerez: "Al llegar hotel no podía conciliar el sueño
ni en las tardes buenas ni en las malas. Como el toreo de Paula no me
dejaba dormir, escribía. Estaba tan embriagado de emoción y había pasado
tantísimo miedo, que lo único que podía ser era coger un papel y un
lápiz y sacar aquello que me desbordaba".
¿Se sufre también frente a la hoja en blanco?
El
escritor siempre está escribiendo. Escribo mientras estoy en el campo,
cuando voy por la calle o cuando paseo por la playa, aunque no tenga
papel y boli en las manos. Es una condena gozosa. Digo gozosa porque la
disfruto, pero esa búsqueda constante de lo que eres capaz de decir trae
mucho sufrimiento. Cuando te inspiras, la pluma vuela sola a su antojo,
pero hay que esperar a que llegue el veneno. Esa espera hace que sienta
la escritura como una tragedia griega.
¿Pasa miedo en esa espera?
Padezco
de incertidumbre. Pienso que cada libro va a ser el último. Me quedo
cohibido al acabar porque la escritura es algo muy íntimo y muy en
soledad. Es como sumergirte en tus propias aguas, sin esperar nada más.
No espero absolutamente nada de ningún libro, salvo adentrarme en ese
pozo y ser capaz de refrescarme en él. Es una necesidad espiritual.
A
la dificultad de poner en palabras el misterio del toreo se suma la
osadía que supone ser escritor taurino en una época como la actual,
¿cómo lleva esa doble complejidad?
Descifrar la belleza del
toreo es complejo. Yo, más que explicarla, busco decirla. Sólo cuando
traspaso esa frontera un poco infernal entre el pensamiento y el
sentimiento, alcanzo ese estado de embriaguez en el que logro decir el
toreo a través de la escritura. Luego me llevan los demonios cuando voy a
una librería y no hay títulos taurinos. Sé que soy una especie en
peligro de extinción, pero forma parte de la ignorancia y las modas de
nuestro tiempo. Asumo que escribo para unos pocos como una suerte de
romanticismo.
¿No le preocupa saber que escribe para un público reducido?
No
me interesa escribir sobre cosas que no siento. Las ventas son son
importantes, pero no puedo preocuparme de eso. Si no vendo, moriré con
esa pena. Dicen que el arte es morirse de frío. Y yo encuentro calor en
escribir una poesía, que no da de comer, pero me alimenta el alma.
"Hoy
se torea peor que nunca" a ojos de quien engrasa su pluma en el
manantial del clasicismo por genial y doliente disconformidad con el
tiempo que al nacer le fue dado. "Los nuevos toreros se han contagiado
de la prisa de las redes sociales y de los tiempos que corren. El mérito
del toreo es ir en contra de la sociedad para proteger su propia
pausa", dice Soto de Paula. Y su confesa querencia al Áyax quiebra en
gracia centelleante al pronunciar los nombres de sus renovadas y recién
florecidas esperanzas: "Juan Ortega y Pablo Aguado están despertando una nueva revelación". ¡Que así sea!
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