Mayúscula frustración: Roca Rey pincha en Pamplona
El peruano sale por primera vez andando de Pamplona con una destartalada
y decepcionante escalera de Jandilla; Castella pone el trofeo y
Urdiales, la calidad
Manoletina de compás abierto al bajo y cornalón tercero de la corrida de Jandilla.
EMILIO MÉNDEZ CULTORO
ZABALA DE LA SERNA
Pamplona
Volvía el amo
de Pamplona con ruido de cosa grande. Que fue globo pinchado y
frustrante. Una pancarta lo saludaba desde una barrera de sol:
«Silencio, por favor, torea Roca Rey». Que no falte el
humor. Cuando apareció en escena el fenómeno del Perú, el estruendo
aventó la pancarta del silencio.
La escena sísmica de Roca en San
Fermín. Tiembla el misterio. ¿Y el dueño del misterio? Diego Urdiales
salió a lo suyo. Que es torear. Lacio el capote, sueltos los brazos,
intermitente el toro de principio. Y acarnerado y cuesta arriba. Como si
saliese de un embudo. Un par de verónicas limpias y una media
enroscada. No tan arrebujada como la del cadencioso quite por
delantales. Mal y traseramente castigado, no ayudó el piquero a que
descolgara. Sólo en el embroque. Y Urdiales se reunía ahí con la
embestida. Ese instante de belleza en su derecha. Antes de que perdiese
la humillación según dibujaba el muletazo. Que a veces la embestida
enrazadita amontonaba con su repetición antes de hora, sin salirse de
los vuelos. Los retazos, la fidelidad a un concepto que no vende ni se
vende, esbozos de naturales como si escanciara la muñeca. Las
trincherillas salpicaron como perlas el cierre hacia las tablas. Un
pinchazo, la estocada atravesada sin muerte y el descabello no evitaron
la ovación. Un leve milagro de torería.
La
cruz de la cruceta supuso un calvario para Roca Rey. Que cambió las
orejas por los avisos. No podía su hombro lesionado cortar el
cerviguillo: 13 golpes, 13, para acabar con aquella cabeza cornalona que
sostenía un cuerpo fino y menor, proporcionalmente enano. El fuego se
convirtió en humo; las llamas, en ceniza. La faena vibrante y eléctrica
quedó mutilada. RR conectó su soberbia más que el temple desde que el
cinqueño apareció por toriles con su fuerza contada y su testa
destartalada. Apenas lo sangró en el caballo como seña de identidad. La
intervención por chicuelinas y tafalleras volteó Pamplona. Todo lo
vendía, todo lo compraban. De rodillas extendió su puesto como obertura
del acto final. Penitente y en redondo corrió la mano derecha. La cabeza
despejada a mil revoluciones para interpretar la larga distancia del
jandilla. Que por inercias funcionó. Con un tornillazo último que a
veces enganchó. Un viaje sin calidades. Una fiesta de calimocho. De
adaptación al medio y al toro. De persecución del triunfo a toda costa.
Forzada más que fluida. Como en las manoletinas de despedida a compás
abierto. Cuando la embestida, ya sin metros, acusaba desde hacía rato
los defectos tapados. Un pinchazo hondo y el verduguillo aguaron la
piñata, el festín presentido, los fuegos artificiales.
Sebastián Castella
resucitó en el quinto después de un naufragio de planteamiento con su
basto y manso toro anterior. Aún se desconoce el sentido de abrirle
faena por alto para después presentarle la muleta lacia y tonta en su
izquierda: los cabezazos lo desarmaron. Y siguieron marcando la pauta
del deslucimiento. Lo que no quita para que Castella anduviera sin
luces. Que se encendieron con el penúltimo, un toro de normal armonía
dentro de la anormalidad destartalada de la corrida de Borja Domecq, un
despropósito: el cuarto había sido el antitoro, Apis en la tierra,
infumable Uro, transgénero de expresión avacada. Diego Urdiales
navegó. Incluso demasiado tiempo con tan desabridas formas y desaborido
fondo. Castella le cortó una oreja al suyo por una faena tipo de la
casa, centrada y técnica, que exprimió al vulgarote y rendido enemigo.
No falló la fórmula infalible de estocada (trasera) y muerte pronta.
A
Roca Rey todavía le quedaba un toro para evitar la noticia. Pero el
sexto, de Vegahermosa como el primero, sacó genio desde sus largas
líneas zancudas y no la esquivó: RR, que no conocía otra Pamplona que no
fuese desde las alturas, salió andando. De nuevo falló la espada; el
hombro y no sólo el hombro.
Jandilla, que por la mañana había recogido el premio de la Feria del Toro 2018, devolvió hasta el abrazo de la entrega.
JANDILLA Y VEGAHERMOSA
Diego Urdiales, Sebastián Castella y Roca Rey
Monumental de Pamplona.
Miércoles, 10 de julio de 2019. Sexta de feria. Lleno de «no hay
billetes». Toros de Jandilla y dos de Vegahermosa (1º y 6º), un cinqueño
(3º), una escalera destartalada; de juego también muy desigual.
Diego Urdiales, de azul pavo y oro . Pinchazo, estocada atravesada y dos descabellos. Aviso (saludos). En el cuarto, media estocada (silencio).
Sebastián Castella, de malva y oro. Pinchazo, media estocada caída y descabello. Aviso (silencio). En el quinto, estocada trasera (oreja) .
Roca Rey, de gris perla y plata.
Pinchazo hondo tendido y 13 descabellos. Dos avisos (silencio). En el
sexto, dos pinchazos hondos y dos descabellos (silencio).
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