El
jurado distingue a los ángeles de la Fiesta, «representados en los
doctores Val-Carreres y García Padrós, por su sabiduría científica y
ejemplar entrega»
Gonzalo Caballero brinda a Máximo García Padrós en Las Ventas - Paloma Aguilar
Rosario Pérez
«Doctor, ¿me estoy muriendo?», preguntó Román al cirujano de Las Ventas cuando llegó a la enfermería con litros de sangre derramada. «Y con la misma ganadería que mató a Iván Fandiño», alcanzó a decir antes de ser sedado. Mientras Máximo García Padrós y su equipo comenzaban una intervención de ingeniería, con la arteria femoral contusionada, rotura de las láminas internas y casi sin pulso, los tendidos seguían helados. Retumbaba una frase: «¡El toro lo ha matado, lo ha matado!». Pero latía una esperanza: «Está en manos de Padrós». Cinco días después, el valenciano ya pensaba en la reaparición.
No fue el único milagro en Alcalá 237. Ni en la Monumental madrileña ni en otras muchas plazas, con Zaragoza como escenario de la mayor tragedia: Mariano de la Viña pasó al hule en situación cataclísmica. «Sinceramente, yo creía que había entrado muerto a la enfermería», relata a ABC el doctor Carlos Val-Carreres. Como también lo pensaba su jefe de filas, Enrique Ponce: «Está muerto, está muerto», decía entre lágrimas. Pero el cirujano de la Misericordia obró el mayor prodigio en una temporada especialmente sangrienta, con los médicos como ángeles de la Fiesta. Y para ellos es el XII Premio Taurino ABC, «representados por los doctores Val-Carreres y García Padrós, que, con su sabiduría científica y ejemplar entrega, salvan la vida de tantos toreros, como han demostrado de modo patente esta temporada, en la que se han producido tan graves percances», reza el acta.
«Ha habido temporadas de heridas muy graves, pero si las pongo en una balanza esta ha sido la más dura», asegura Val-Carreres. El 13 de octubre el coso maño era el museo de los horrores, con Mariano de la Viña «más muerto que vivo» y otro torero caído, Miguel Ángel Perera, que antes había recogido con un rastrillo la sangre del subalterno. Tremenda aquella imagen. «Fue una situación inusual, por no decir histórica», señala el cirujano de Zaragoza. «Además de la ciencia, tuvimos de aliada a la suerte, si bien es cierto que es necesario estar muy entrenado para sacar adelante esto», prosigue después de expresar su agradecimiento por este premio: «Es un orgullo que un periódico de tanta solera, el que se lee en casa, se acuerde de nosotros».
«Reconocimiento de tanta categoría»
A todos los médicos taurinos y a sus familias dedica el trofeo Máximo García-Padrós: «Estoy muy emocionado. Nunca habíamos recibido un reconocimiento de tanta categoría». Este galardón llega tras un 2019 de pedernal, con toreros cogidos hasta por partida doble. Fue el caso de Gonzalo Caballero: si en San Isidro un toro horadó su muslo izquierdo, en esa misma pierna sufrió un terrible navajazo en la corrida de la Hispanidad, con un mar de hemorragia por la sección de la femoral. Esa tarde del 12 de octubre, Caballero brindó «Clavelero» a su ángel salvador, y Padrós le dijo: «Hoy te quiero ver por la Puerta Grande, y no por esta, pero no me hizo caso». Caballero acabó otra vez en la enfermería. Aún acongoja la escena que recuerda el matador: «Pedí a don Máximo que dijera a mi madre que la quería». Gonzalo sintió un «grifo de sangre caliente», pensó que se moría. Pero vive para contarlo y volverá a los ruedos esta temporada. «Le brindé el toro por la admiración que le tengo, por las veces que me ha curado, lo que no sabía era que tras ese brindis me iba a salvar la vida. Gracias por existir. Todas las mañanas le doy las gracias a Dios por haber aparecido en mi camino», comenta el torero, que ya ha sentido de nuevo al bravo lamiendo la taleguilla en el campo.Hospital de guerra
«Gonzalo y todos los toreros son seres excepcionales, de otra pasta, con un pundonor extraordinario para jugarse la vida», afirma García Padrós, centinela también en 2019 de las vidas de Javier Cortés, Manuel Escribano, Juan Leal y otros tantos. Lleva desde 1985 como cirujano jefe en Las Ventas, donde comparte equipo con su hijo, del mismo nombre. Aun así, lamenta que en la rama de cirugía «muy pocos» se planteen dedicarse a la taurina: «Es una profesión dura, en días festivos y con la dificultad de trabajar sin analítica ni pruebas. Hay que actuar de manera rápida para salvar vidas. Y no todas las enfermerías son como las de Madrid o Zaragoza, pese a los avances tras las tragedias de Manolete, luego con Paquirri... Esto no son hospitales». Y recuerda un pueblo en el que pidió una camilla para operar y le dieron «una mesa camilla de brasero» o cuando pasaron siete heridos a la enfermería, «que parecía un hospital de campaña».Un auténtico parte de guerra figura en la temporada 2019, con las arenas de Madrid y Zaragoza como lienzos de los percances más pavorosos. Toreros derramando sangre que también es mortal y roja. Héroes de oro y plata aprendiendo a morir. Todos con el sello de la victoria gracias a los ángeles de bata blanca sanadores de los hombres de más verdad. Para ellos, el brindis de ABC.
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