EL PINTOR Y SU HISTORIA
MÉRIDA DE AYER
Álvaro Sandia Briceño
Y Germán D'Jesús Cerrada
Y Germán D'Jesús Cerrada
A Juan Viscarret lo llamó acertadamente el político y escritor merideño Jesús Rondón Nucete “El pintor vasco-navarro de Mérida”, porque desde que vio la luz primera en la Calle de la Zapatería de su Pamplona natal el 24 de julio de 1910, hasta que falleció en Caracas el 9 de julio de 1990, hizo de nuestra Mérida la ciudad de sus encantos y el motivo de su inspiración.
Pamplona es llamada también Iruña y es la capital de la provincia de Navarra. Está enclavada en una terraza del río Arga y en la ciudad se distinguen dos partes bien distintas, la zona antigua que comprende los burgos medievales de Navarrería, San Cernin y San Nicolás, y la parte moderna con hermosas avenidas, plazas y jardines, entre los cuales destacan la Plaza del Príncipe de Viana y los jardines de La Taconera.
En Pamplona tienen lugar, en el mes de Julio, las célebres Ferias de San Fermín, en esos días en que, después del “Chupinazo” y con gran espectacularidad, se corren los toros de los encierros que van a salir al ruedo en la corrida de la tarde en un recorrido por las calles de la ciudad, seguidos y precedidos por centenares de arriesgados mozos, con camisas blancas y pañuelos rojos al cuello, en un auténtico revoltijo de mozos y toros, que
pasada la recta de La Estafeta alcanzan la puerta de la plaza, quienes al final y pasados los sustos, festejan la hazaña con un baile que disfrutan todos, saltando y moviendo los pies acompasándolos a las charangas, festejos populares que se celebran desde fechas muy antiguas, relatados magistralmente por Ernest Hemingway en su laureada novela “Fiesta”.
La ciudad, agradecida a quien amó el espectáculo y sobre todo las festividades pamplonesas con sus encierros, le erigió en 1968 a Hemingway un busto de mármol negro sobre un monolito de rústica piedra, en las afueras del coso taurino de hormigón armado y de estilo renacimiento español, con la siguiente inscripción: “A Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura, amigo de este pueblo y admirador de sus fiestas”.
La fiesta de los toros en Pamplona tiene una larga historia porque según refiere Francisco López Izquierdo en el libro “Plazas de Toros” (Edimat Libros, Madrid, 1998): “Consta en cierto documento depositado en el Archivo de Cámara de Comptos Reales que en agosto de 1385 Carlos II de Navarra manda se abonen cincuenta libras “a dos homes, uno moro y otro cristiano, que Nos habemos hecho venir de Zaragoza para matar dos toros en nuestra presencia en la nuestra ciudad de Pamplona”.
En Pamplona tienen lugar, en el mes de Julio, las célebres Ferias de San Fermín, en esos días en que, después del “Chupinazo” y con gran espectacularidad, se corren los toros de los encierros que van a salir al ruedo en la corrida de la tarde en un recorrido por las calles de la ciudad, seguidos y precedidos por centenares de arriesgados mozos, con camisas blancas y pañuelos rojos al cuello, en un auténtico revoltijo de mozos y toros, que
pasada la recta de La Estafeta alcanzan la puerta de la plaza, quienes al final y pasados los sustos, festejan la hazaña con un baile que disfrutan todos, saltando y moviendo los pies acompasándolos a las charangas, festejos populares que se celebran desde fechas muy antiguas, relatados magistralmente por Ernest Hemingway en su laureada novela “Fiesta”.
La ciudad, agradecida a quien amó el espectáculo y sobre todo las festividades pamplonesas con sus encierros, le erigió en 1968 a Hemingway un busto de mármol negro sobre un monolito de rústica piedra, en las afueras del coso taurino de hormigón armado y de estilo renacimiento español, con la siguiente inscripción: “A Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura, amigo de este pueblo y admirador de sus fiestas”.
La fiesta de los toros en Pamplona tiene una larga historia porque según refiere Francisco López Izquierdo en el libro “Plazas de Toros” (Edimat Libros, Madrid, 1998): “Consta en cierto documento depositado en el Archivo de Cámara de Comptos Reales que en agosto de 1385 Carlos II de Navarra manda se abonen cincuenta libras “a dos homes, uno moro y otro cristiano, que Nos habemos hecho venir de Zaragoza para matar dos toros en nuestra presencia en la nuestra ciudad de Pamplona”.
Algunos investigadores estiman que el toreo a pie tuvo su origen en el triángulo en que se hallan comprendidos el país vasco-navarro, Aragón y La Rioja. Por eso nada tiene que extrañar que Juan Viscarret, nacido en ese espacio geográfico, también prestara sus pinceles para retratar a figuras como Manolete y El Cordobés, dos de los cinco Califas del Toreo, los otros fueron Lagartijo, Guerrita y Machaquito.
Califa del Toreo es un título honorífico que se les ha concedido históricamente a los grandes matadores de la provincia de Córdoba. Este título fue creado por el escritor Mariano de Cavia quien nombró al primero de ellos al llamar Califa del Toreo a Rafael Molina “Lagartijo”. Para Andrés Amorós, “Cinco maestros de leyenda poseen este título en una ciudad taurina por excelencia”.
Juan Viscarret recorrió mucho trecho desde que hizo sus primeros estudios en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona, donde recibió lecciones de los experimentados pintores Enrique Zubiri y Gortari y Javier Ciga Echandi, relevantes artistas de finales del siglo XIX y comienzos del XX.
Califa del Toreo es un título honorífico que se les ha concedido históricamente a los grandes matadores de la provincia de Córdoba. Este título fue creado por el escritor Mariano de Cavia quien nombró al primero de ellos al llamar Califa del Toreo a Rafael Molina “Lagartijo”. Para Andrés Amorós, “Cinco maestros de leyenda poseen este título en una ciudad taurina por excelencia”.
Juan Viscarret recorrió mucho trecho desde que hizo sus primeros estudios en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona, donde recibió lecciones de los experimentados pintores Enrique Zubiri y Gortari y Javier Ciga Echandi, relevantes artistas de finales del siglo XIX y comienzos del XX.
No fue ajeno a las convulsiones políticas que afectaron a la España del primer tercio del siglo anterior, problemas que no le impidieron que asistiera a la Exposición de Jóvenes Pintores que se celebró en la Diputación Foral de Navarra, en Pamplona, en abril de 1933, donde obtiene su primer éxito y el Premio de la Exposición. Expuso en Pamplona en 1934 y en Bayona (Francia) en 1935.
Viscarret dejó su tierra natal a los 28 años. Su espíritu nacionalista y vasco, no se avenía con la difícil situación por la que pasaban sus amigos y familiares, quienes le instaron a que saliera del país. Decidido a alejarse de la turbulenta escena y provisto de pasaporte, pasó de Pamplona al País Vasco y de allí a la cercana Francia en 1937.
Con otros españoles de diferentes procedencias, muchos también vascos, se embarcó en el puerto de Le Havre en el buque Flandre el 28 de julio 1939. El barco tocó la Isla de Guadalupe antes de arribar a La Guaira el 12 de agosto. Atrás quedaban España y los suyos, delante tenía una quimera llamada Venezuela.
Viscarret dejó su tierra natal a los 28 años. Su espíritu nacionalista y vasco, no se avenía con la difícil situación por la que pasaban sus amigos y familiares, quienes le instaron a que saliera del país. Decidido a alejarse de la turbulenta escena y provisto de pasaporte, pasó de Pamplona al País Vasco y de allí a la cercana Francia en 1937.
Con otros españoles de diferentes procedencias, muchos también vascos, se embarcó en el puerto de Le Havre en el buque Flandre el 28 de julio 1939. El barco tocó la Isla de Guadalupe antes de arribar a La Guaira el 12 de agosto. Atrás quedaban España y los suyos, delante tenía una quimera llamada Venezuela.
Caracas fue su primer destino. Su vocación de pintor, que no lo había abandonado, aflora nuevamente. Lo impresionan la luz y las tonalidades del trópico. Pinta retratos, escenas de la ciudad, paisajes del majestuoso Ávila y los campos vecinos, todavía no marcados por urbanizaciones, calles, avenidas y vehículos. Se desplazaba de un sitio a otro en los tranvías que le daban a la capital ese sabor de antaño que fue perdiendo paulatinamente. Sus cuadros los vende a amigos y compatriotas, un círculo pequeño.
Juan Viscarret vivió en Caracas dos años y luego decide buscar montañas, tranquilidad y sosiego. Se monta en un autobús y después de varios días de carreteras polvorientas, puentes angostos y tal cual quebrada crecida que demoró al destartalado vehículo, por fin arriba a Mérida, a la que se apegaría firmemente con el correr de los años.
Viscarret fue un pintor del color, de trazos gruesos en que destacan las figuras de una evidente plasticidad. Trasladó a los lienzos el paisaje andino, las procesiones de San Benito en los adormecidos pueblos con sus iglesias y sus plazas, las vendimias, las flores de los jardines, los frutos de los campos, los oficios de los lugareños, los rostros mayesteticos de nuestros campesinos y sus almas sencillas, con sus coloridas ruanas, sus sombreros negros y al fondo, esas montañas verdes, rojas, azules, marrones y violetas, que no las percibía con los ojos sino que las pintaba con los pinceles de su corazón.
Juan Viscarret vivió en Caracas dos años y luego decide buscar montañas, tranquilidad y sosiego. Se monta en un autobús y después de varios días de carreteras polvorientas, puentes angostos y tal cual quebrada crecida que demoró al destartalado vehículo, por fin arriba a Mérida, a la que se apegaría firmemente con el correr de los años.
Viscarret fue un pintor del color, de trazos gruesos en que destacan las figuras de una evidente plasticidad. Trasladó a los lienzos el paisaje andino, las procesiones de San Benito en los adormecidos pueblos con sus iglesias y sus plazas, las vendimias, las flores de los jardines, los frutos de los campos, los oficios de los lugareños, los rostros mayesteticos de nuestros campesinos y sus almas sencillas, con sus coloridas ruanas, sus sombreros negros y al fondo, esas montañas verdes, rojas, azules, marrones y violetas, que no las percibía con los ojos sino que las pintaba con los pinceles de su corazón.
Hizo la primera exposición en el año 1942 en el Hotel Cordillera, en la esquina norte de la Plaza Bolívar, en cuyo Salón Azul, con el bar al fondo, se reunían profesores, comerciantes, amigos del gobierno y otros no tanto, quienes adquirieron sus cuadros y sirvieron de portavoces para que otros también engalanaran sus casas con obras del artista.
Ya asentado en nuestra ciudad, tomó carta de ciudadanía merideña total al casarse en 1945 con Isabel Teresa Valero Rivas, una joven ejidense, con la cual tuvo cuatro hijos: Miren Iruña, Txomin, Patxi y Javier José. Todos nacieron aquí, en la ciudad escondida entre montañas, se educaron en nuestros colegios y liceos y estudiaron en la Universidad de los
Andes.
Siguió pintando y vendiendo a precios muy modestos sus cuadros los cuales apenas le daban para vivir, pero se sentía pleno en esta ciudad que le había dado el reflejo de su sol sobre las nieves eternas, el colorido del Cerro de las Flores, el rumor de los ríos que circundan la meseta y el cariño y calor de su gente.
Ya asentado en nuestra ciudad, tomó carta de ciudadanía merideña total al casarse en 1945 con Isabel Teresa Valero Rivas, una joven ejidense, con la cual tuvo cuatro hijos: Miren Iruña, Txomin, Patxi y Javier José. Todos nacieron aquí, en la ciudad escondida entre montañas, se educaron en nuestros colegios y liceos y estudiaron en la Universidad de los
Andes.
Siguió pintando y vendiendo a precios muy modestos sus cuadros los cuales apenas le daban para vivir, pero se sentía pleno en esta ciudad que le había dado el reflejo de su sol sobre las nieves eternas, el colorido del Cerro de las Flores, el rumor de los ríos que circundan la meseta y el cariño y calor de su gente.
Asistió en 1951 el Concurso Libre de Pintura organizado por la Dirección de Cultura de la Universidad de los Andes y obtuvo el Premio Único entre 80 expositores. El empresario Valeriano Diez y Riega lo contrató para que decorara el techo de acceso del desaparecido Cine Cinelandia y fue requerido para que diseñara la cara de la mulata que identifica una conocida marca de café, para lo cual se inspiró en la actriz y cantante brasileña Carmen Miranda.
En 1954 concurrió al Primer Salón Anual de Pintura D’Empaire en Maracaibo.
Obtuvo el Primer Premio en la Exposición organizada por el Ateneo de Valera en el año 1955.
Participó en el Tercer Salón Anual de Pintura D’Empaire en 1956 en la ciudad marabina y en el año 1957 expuso con otros artistas en el Centro Vasco de Caracas
Aquí en Mérida, cuadros suyos, de gran formato, adornaron las paredes del Restaurant del Hotel La Sierra, ubicado donde hoy está la sede del Decanato de la Facultad de Odontología.
En 1954 concurrió al Primer Salón Anual de Pintura D’Empaire en Maracaibo.
Obtuvo el Primer Premio en la Exposición organizada por el Ateneo de Valera en el año 1955.
Participó en el Tercer Salón Anual de Pintura D’Empaire en 1956 en la ciudad marabina y en el año 1957 expuso con otros artistas en el Centro Vasco de Caracas
Aquí en Mérida, cuadros suyos, de gran formato, adornaron las paredes del Restaurant del Hotel La Sierra, ubicado donde hoy está la sede del Decanato de la Facultad de Odontología.
En 1963 la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de los Andes organizó una Exposición Individual de las obras de Viscarret y otra se hizo en el año 1965 en el Palacio de Gobierno de Mérida. En su proyección nacional también expuso en el Centro Vasco de Puerto La Cruz en 1966 y en 1967 vuelve a mostrar sus cuadros en el Ateneo de Valera.
Con motivo de las Ferias de la Inmaculada que se celebraron en la Ciudad de Mérida en diciembre de 1967 y con otros connotados venezolanos, le fue conferida la Medalla y el Diploma al Mérito Turístico en acto celebrado en el Palacio de Gobierno del Estado Mérida. En el discurso de orden en ese acto, el Presidente de la Asamblea Legislativa del Estado Mérida, Dr. Germán Briceño Ferrigni, destacó los meritos que acrecentaban la trayectoria en la ciudad de Juan Viscarret para hacerse merecedor de la distinción.
Con motivo de las Ferias de la Inmaculada que se celebraron en la Ciudad de Mérida en diciembre de 1967 y con otros connotados venezolanos, le fue conferida la Medalla y el Diploma al Mérito Turístico en acto celebrado en el Palacio de Gobierno del Estado Mérida. En el discurso de orden en ese acto, el Presidente de la Asamblea Legislativa del Estado Mérida, Dr. Germán Briceño Ferrigni, destacó los meritos que acrecentaban la trayectoria en la ciudad de Juan Viscarret para hacerse merecedor de la distinción.
El 1º de septiembre de 1968 se inauguró el Hotel Toquisay de la ciudad de Bailadores, obra realizada por el Concejo Municipal del Distrito Rivas Dávila que presidía Don Efraín Moret con el asesoramiento del Instituto de Coordinación de Ayuda Técnica de los Concejos Municipales del Estado Mérida (NCOATE), con proyecto del Arquitecto Iván
Cova Rey y bajo la inspección del Ingeniero Jorge Luzardo Ramírez. La recepción, la gerencia, el restaurant, el salón de usos múltiples, los pasillos y todas las habitaciones estaban adornados con cuadros de Juan Viscarret de diferentes formatos. La cleptomanía de los huéspedes y la rapiña de quienes operaron y gerenciaron el Hotel hicieron desaparecer la mayoría de estas obras de arte. Me pregunto si quienes se llevaron estos cuadros y si acaso los conservan, saben el valor artístico y en el mercado de los lienzos de Juan Viscarret en estos tiempos y también la trascendencia de su obra.
Nuevamente expuso en el año 1970 en el Palacio de Gobierno de Mérida y en 1975 en una Exposición Colectiva en el Centro Vasco de Caracas.
Recibió en 1979, en Mérida, el Premio Municipal de Bellas Artes que por primera vez se otorgaba y el Instituto Municipal de Cultura, que dirigía el escultor Manuel de la Fuente, realizó una Exposición Retrospectiva en la Galería de Arte que fue bautizada con su nombre.
En 1984, en Caracas, ganó el Primer Premio de Pintura en el Segundo Salón de Artes Plásticas convocado por la Compañía Anónima Venezolana de Industrias Minerales (CAVIM).
Las condecoraciones y premios recibidos no perturbaron el sereno ánimo del pintor. Con la modestia que siempre lo caracterizó, con su tranquilo caminar continuaba deambulando por los pasillos de las facultades y escuelas universitarias, por los comercios y demás sitios del centro de la ciudad, con la sencillez de siempre, porque era un hombre solitario que dialogaba con los pinceles y plasmaba en las telas de sus cuadros su permanente conversación con la Mérida serrana, la ciudad de sus amores, cuyo colorido siempre mantuvo en sus cansadas pupilas que poco tiempo después se cerrarían para siempre.
En Octubre de 1990, ya fallecido el pintor, fue develado su busto en el Parque de los Artistas de la ciudad.
El legado del pintor vasco-merideño se mantuvo a través de las diversas exposiciones realizadas en instituciones relacionadas con el quehacer cultural de la ciudad.
Así, cuando ocupé la Presidencia del Mérida Country Club, se hizo en 1997 una retrospectiva de su obra para lo cual obtuve la colaboración de los socios de este centro social quienes prestaron gentilmente los cuadros de sus colecciones particulares. Allí se pudo observar la cantidad de casas de merideños que orgullosamente tienen en sus paredes obras de Juan Viscarret.
En Octubre de 1990, ya fallecido el pintor, fue develado su busto en el Parque de los Artistas de la ciudad.
El legado del pintor vasco-merideño se mantuvo a través de las diversas exposiciones realizadas en instituciones relacionadas con el quehacer cultural de la ciudad.
Así, cuando ocupé la Presidencia del Mérida Country Club, se hizo en 1997 una retrospectiva de su obra para lo cual obtuve la colaboración de los socios de este centro social quienes prestaron gentilmente los cuadros de sus colecciones particulares. Allí se pudo observar la cantidad de casas de merideños que orgullosamente tienen en sus paredes obras de Juan Viscarret.
En el año 2005 se hizo una muestra de la colección que perteneció a la Galería de su nombre en el Centro Cultural Tulio Febres Cordero y en el 2006 una selección de sus obras fueron presentadas en el “Exposición de Artistas de la Década de los 60”, en la Casa Juan Félix Sánchez de Mérida.
Esta es una escueta semblanza del Juan Viscarret artista, ahora quiero hacer algunas anotaciones sobre el Juan Viscarret amigo.
Mi relación de amistad con Juan Viscarret data de la época de mis estudios universitarios. Lo recuerdo plenamente. Lo veía pasearse por las aceras cercanas a la Facultad de Derecho, en aquel entonces al lado del Edificio Central de la Universidad.
Conversamos con alguna frecuencia, algunas veces en el célebre Bar de Pierre Belmonte
frente a la Plaza Bolívar, él con un vino de jerez, yo con una bien servida cubalibre estudiantil.
Recién graduado instalé mi Bufete en el Edifico Sábado en el centro de la ciudad. Eran los días en que Manuel Benítez “El Cordobés”, el mechudo de los saltos de rana y del toreo heterodoxo en el ruedo pero también de las faenas serias cuando el público lo exigía, causaba furor en los medios taurinos de España y de América. Le encargué un cuadro del torero y a los días me lo trajo, con una delgada madera a modo de bastidor. No me acuerdo cuanto le pagué, pero estoy seguro de que no fue mucho dinero.
Confieso que fue el primer cuadro que adquirí en mi ya larga vida de coleccionista.
Poco tiempo después le compré dos cuadros de formato grande, una procesión y otro que el pintor me dijo que era una vendimia campesina. En Mérida no había una marquetería que tuviera cañuelas de calidad y que enmarcaran las obras de arte con las llamadas “mariasluisas”, por lo que opté por llevarme los cuadros a Caracas y aconsejado por amigos les hice poner unos marcos clásicos en un establecimiento especializado.
Esta es una escueta semblanza del Juan Viscarret artista, ahora quiero hacer algunas anotaciones sobre el Juan Viscarret amigo.
Mi relación de amistad con Juan Viscarret data de la época de mis estudios universitarios. Lo recuerdo plenamente. Lo veía pasearse por las aceras cercanas a la Facultad de Derecho, en aquel entonces al lado del Edificio Central de la Universidad.
Conversamos con alguna frecuencia, algunas veces en el célebre Bar de Pierre Belmonte
frente a la Plaza Bolívar, él con un vino de jerez, yo con una bien servida cubalibre estudiantil.
Recién graduado instalé mi Bufete en el Edifico Sábado en el centro de la ciudad. Eran los días en que Manuel Benítez “El Cordobés”, el mechudo de los saltos de rana y del toreo heterodoxo en el ruedo pero también de las faenas serias cuando el público lo exigía, causaba furor en los medios taurinos de España y de América. Le encargué un cuadro del torero y a los días me lo trajo, con una delgada madera a modo de bastidor. No me acuerdo cuanto le pagué, pero estoy seguro de que no fue mucho dinero.
Confieso que fue el primer cuadro que adquirí en mi ya larga vida de coleccionista.
Poco tiempo después le compré dos cuadros de formato grande, una procesión y otro que el pintor me dijo que era una vendimia campesina. En Mérida no había una marquetería que tuviera cañuelas de calidad y que enmarcaran las obras de arte con las llamadas “mariasluisas”, por lo que opté por llevarme los cuadros a Caracas y aconsejado por amigos les hice poner unos marcos clásicos en un establecimiento especializado.
A los días me llegaron los cuadros hermosamente enmarcados. Los coloqué en las paredes de mi casa e invité al pintor para que fuera a verlos. Se quedó contemplándolos y al rato vi que se llevó un pañuelo a los ojos, me preocupé y le pregunté qué le pasaba y me respondió: “Doctor, gracias, nunca había visto un cuadro pintado por mí tan bien enmarcado, usted ha honrado mis pinturas”.
Le encargué un cuadro de Manolete, el torero que dejó su vida en las astas de Islero en la Plaza de Toros de Linares. Le dije que lo pintara tal y como quería que recordaran al diestro y así lo hizo: Manolete lestá enfundado en su traje de luces con su capote de paseo, y Viscarret, fiel a sus raíces pamplonesas, lo pintó con su sereno rostro y la cabeza cubierta con una montera que más bien parece una boina vasca que nos hace evocar el verso de Miguel Hernández: “un corazón vestido de difunto”.
Ese fue el Juan Viscarret que yo conocí. Le compré los llamados “guaches”, pinturas en pequeños formatos sobre fondo negro y con gran colorido, que obsequié en fiestas navideñas. Adquirí obras más grandes para regalar a familiares y amigos. Me visitó más de una vez en mi Bufete del Centro Comercial Las Tapias, donde compartimos algún café.
Una mañana se acercó a mi Despacho de Abogados y me dijo: “Doctor, me voy esta noche para Caracas en un autobús de Expresos Alianza. Estos tres cuadros son los últimos que pintaré en Mérida, quiero que usted me los compre”. De inmediato se los compré. Les coloqué los marcos apropiados. Hoy comparten las paredes con otras obras, premios nacionales de pintura, y los cuadros de Juan Viscarret allí están, de igual a igual.
No requirió de otros premios porque su obra, pintada con los pinceles y la paleta del afecto merideño, vivirá por siempre en la memoria de quienes le conocimos y admiramos.
Ese fue mi amigo Juan Viscarret, un gran pintor.
Composición fotográfica, fotografías y archivo de Germán D'Jesús Cerrada
Le encargué un cuadro de Manolete, el torero que dejó su vida en las astas de Islero en la Plaza de Toros de Linares. Le dije que lo pintara tal y como quería que recordaran al diestro y así lo hizo: Manolete lestá enfundado en su traje de luces con su capote de paseo, y Viscarret, fiel a sus raíces pamplonesas, lo pintó con su sereno rostro y la cabeza cubierta con una montera que más bien parece una boina vasca que nos hace evocar el verso de Miguel Hernández: “un corazón vestido de difunto”.
Ese fue el Juan Viscarret que yo conocí. Le compré los llamados “guaches”, pinturas en pequeños formatos sobre fondo negro y con gran colorido, que obsequié en fiestas navideñas. Adquirí obras más grandes para regalar a familiares y amigos. Me visitó más de una vez en mi Bufete del Centro Comercial Las Tapias, donde compartimos algún café.
Una mañana se acercó a mi Despacho de Abogados y me dijo: “Doctor, me voy esta noche para Caracas en un autobús de Expresos Alianza. Estos tres cuadros son los últimos que pintaré en Mérida, quiero que usted me los compre”. De inmediato se los compré. Les coloqué los marcos apropiados. Hoy comparten las paredes con otras obras, premios nacionales de pintura, y los cuadros de Juan Viscarret allí están, de igual a igual.
No requirió de otros premios porque su obra, pintada con los pinceles y la paleta del afecto merideño, vivirá por siempre en la memoria de quienes le conocimos y admiramos.
Ese fue mi amigo Juan Viscarret, un gran pintor.
Composición fotográfica, fotografías y archivo de Germán D'Jesús Cerrada
Hola¡ Buenas noches, mi nombre Javier Peña y como referancia soy hijo de Andres peña dueño del antiguo hotel TOKY EDER ( Lugar agradable en idioma Vasco ) lugas donde vivia ese gran pintor y persona JUAN VISCARRET...
ResponderEliminarla presente es para hacer de su conocimiento q poseo una obra de VISCARRET ( la muerte de Garcia Lorca ).
Mi correo penacjavier@gmail.com
Buen día. Saludos. Poseo un cuadro de Viscarret el cual ha tenido mucho tiempo en la familia pero ya como casi todos han fallecido quisiera evaluar dicha pintura de la cual desconozco totalmente. mi correo es guzmandagc@gmail.com
ResponderEliminarMi nombre Diego Guzmán. Puedo enviar foto y quisiera saber su valor o donde llevarlo para ser evaluado y así venderlo a alguien que lo sepa apreciar. Muchas gracias.