El arte de Víctor llega a buen puerto
Víctor Puerto cuajó una soberbia faena y cortó dos orejas |
Juan Antonio de Labra | Foto:
Landín-Miranda
Por razones a veces
incomprensibles, algunos toreros extranjeros no se promueven en otros mercados
taurinos, y las empresas poco visionarias suelen encasillarse en las figuras
del momento, aunque el nombre de algunas de ellas no retribuya en la taquilla
como debiera.
En cambio, hay tardes como la de hoy en Aguascalientes, donde la inspiración brota de forma natural y el triunfo adquiere una grata dimensión, inclusive de la mano de toreros veteranos, curtidos en muchas batallas, como es el caso de Víctor Puerto, que debutó con el pie derecho en la Monumental.
Y lo hizo a lo grande, tras cuajar una primera faena que dejará su huella entre los buenos aficionados hidrocálidos, pues el sentimiento del manchego fue una grata revelación, que quizá la gran mayoría de los presentes no se esperaba.
Mención aparte merece el encierro de Celia Barbabosa, que echó varios toros de nota alta, como ese segundo ejemplar que le tocó en suerte a Puerto y con el que delineó detalles de una gran torería, prácticamente desde que se abrió de capote y toreó cadenciosamente a la verónica.
Conforme transcurrió la lidia, la compenetración de Víctor con un toro que, sin humillar del todo, mantuvo un tono de calidad y recorrido que le permitieron cincelar una obra de magnífico acabado, donde la pulcritud de los toques, la colocación precisa, y el temple rítmico de cada uno de los muletazos, constituyeron una faena de una gran belleza.
A la par que el torero disfrutó cada momento, dando importancia a todo cuanto hizo, el público se deleitó en este trasteo de mucho empaque, ya que la sinceridad fue el camino más corto hacia el triunfo, que vino aparejado de una media estocada de aquellas que los viejos revisteros solían llamar “"agartijeras", misma que hizo rodar al toro sin puntilla en medio del clamor popular.
Y así dio la vuelta al ruedo Víctor, con su amplia y carismática sonrisa en los labios, y la confianza de que esta faena le abra otras plazas del país, pues su nombre, ahora mismo, representa un aire renovador y fresco en la oferta taurina internacional.
Si la clase de ese toro permitió un toreo de mucha calidad, delante del poderoso sexto, un berrendo en negro que se vino arriba en banderillas y llegó con genio a la muleta, Puerto demostró su bien aprendido oficio y resolvió la papeleta sin problema, mostrando así la otra faceta, la del diestro acostumbrado a otro tipo de embestidas.
El regusto que dejó Puerto en el ambiente tuvo su contrapeso: la vibrante y espectacular faena de El Chihuahua al séptimo, un toro noble y de suaves embestidas, con el que el explosivo torero norteño caldeó al ambinte a placer.
Porque la Fiesta da para eso y más, y como bien dice su apoderado, el entusiasta Kike Valles, "El Chihuahua es un torero que siempre sale a divertir al público y no a los cuatro taurinos que van a la plaza". Y claro que lleva razón: el toreo es un espectáculo de masas donde cada torero sale a ofrecer su mercancía. En este sentido, Antonio lo sabe de sobra y se entrega a rabiar haciendo sus cosas.
Así que con El Chihuahua nada pasa inadvertido, pues su peculiar tauromaquia amalgama el toreo bien hecho, pero también fluye en la cuerda del histrionismo que raya en detalles simpáticos –y hasta un tanto chuscos– que cautivan al público. Y cuando se acomoda y corre la mano, también sabe torear con temple y largueza, metiendo el pecho en la embestida, siguiendo con el trazo la inercia del toro, y entonces surge el olé profundo de la gente. Que provoca pasiones desde el tercio de banderillas, y eso tiene un valor muy especial.
De no haber estado errático con la espada, hubiese cortado dos orejas. Al margen de ello, cada vez más gente lo está conociendo, y así seguirá, picando piedra con paciencia, labrándose un porvenir a fuerza de emplearse a fondo sin reserva.
El que sí cortó la oreja del octavo fue el otro Antonio del cartel, el zacatecano de noble apellido taurino: Romero. Y le ayudó mucho la estocada eficaz que colocó tras una faena más dispuesta y variada que la primera, pues antes había estado un tanto frío y sin fibra.
Es verdad que a los toreros jóvenes como Antonio Romero no se les puede exigir como a las figuras consagradas, pero sí ambición entre la que sobresalga ese afán de querer colocarse, sobre todo ahora que hay tantos y tan bueno toreros de reciente alternativa que salen como perros en busca del triunfo.
El que tuvo una tarde aciaga fue Rafael Ortega, que no lo vio claro delante del primero, un toro noble que embestía despacio, con la cualidad de la fijeza. El quinto era andarín y venía mirando al torero con peligro sordo, ya cuando el viento y la apatía se habían apoderado del tlaxcalteca que, a diferencia de años anteriores, en la edición 2012 de la Feria de San Marcos, pasó de puntilla.
El cerrojazo del ciclo nos dejó muchas enseñanzas. La más valiosa: que en el toreo nada está escrito; nunca se sabe en qué instante surgirá la magia del arte del toreo, como el que firmó hoy un torero manchego cuyo arte navegó desde la otra orilla del Atlántico hasta llegar a buen puerto.
En cambio, hay tardes como la de hoy en Aguascalientes, donde la inspiración brota de forma natural y el triunfo adquiere una grata dimensión, inclusive de la mano de toreros veteranos, curtidos en muchas batallas, como es el caso de Víctor Puerto, que debutó con el pie derecho en la Monumental.
Y lo hizo a lo grande, tras cuajar una primera faena que dejará su huella entre los buenos aficionados hidrocálidos, pues el sentimiento del manchego fue una grata revelación, que quizá la gran mayoría de los presentes no se esperaba.
Mención aparte merece el encierro de Celia Barbabosa, que echó varios toros de nota alta, como ese segundo ejemplar que le tocó en suerte a Puerto y con el que delineó detalles de una gran torería, prácticamente desde que se abrió de capote y toreó cadenciosamente a la verónica.
Conforme transcurrió la lidia, la compenetración de Víctor con un toro que, sin humillar del todo, mantuvo un tono de calidad y recorrido que le permitieron cincelar una obra de magnífico acabado, donde la pulcritud de los toques, la colocación precisa, y el temple rítmico de cada uno de los muletazos, constituyeron una faena de una gran belleza.
A la par que el torero disfrutó cada momento, dando importancia a todo cuanto hizo, el público se deleitó en este trasteo de mucho empaque, ya que la sinceridad fue el camino más corto hacia el triunfo, que vino aparejado de una media estocada de aquellas que los viejos revisteros solían llamar “"agartijeras", misma que hizo rodar al toro sin puntilla en medio del clamor popular.
Y así dio la vuelta al ruedo Víctor, con su amplia y carismática sonrisa en los labios, y la confianza de que esta faena le abra otras plazas del país, pues su nombre, ahora mismo, representa un aire renovador y fresco en la oferta taurina internacional.
Si la clase de ese toro permitió un toreo de mucha calidad, delante del poderoso sexto, un berrendo en negro que se vino arriba en banderillas y llegó con genio a la muleta, Puerto demostró su bien aprendido oficio y resolvió la papeleta sin problema, mostrando así la otra faceta, la del diestro acostumbrado a otro tipo de embestidas.
El regusto que dejó Puerto en el ambiente tuvo su contrapeso: la vibrante y espectacular faena de El Chihuahua al séptimo, un toro noble y de suaves embestidas, con el que el explosivo torero norteño caldeó al ambinte a placer.
Porque la Fiesta da para eso y más, y como bien dice su apoderado, el entusiasta Kike Valles, "El Chihuahua es un torero que siempre sale a divertir al público y no a los cuatro taurinos que van a la plaza". Y claro que lleva razón: el toreo es un espectáculo de masas donde cada torero sale a ofrecer su mercancía. En este sentido, Antonio lo sabe de sobra y se entrega a rabiar haciendo sus cosas.
Así que con El Chihuahua nada pasa inadvertido, pues su peculiar tauromaquia amalgama el toreo bien hecho, pero también fluye en la cuerda del histrionismo que raya en detalles simpáticos –y hasta un tanto chuscos– que cautivan al público. Y cuando se acomoda y corre la mano, también sabe torear con temple y largueza, metiendo el pecho en la embestida, siguiendo con el trazo la inercia del toro, y entonces surge el olé profundo de la gente. Que provoca pasiones desde el tercio de banderillas, y eso tiene un valor muy especial.
De no haber estado errático con la espada, hubiese cortado dos orejas. Al margen de ello, cada vez más gente lo está conociendo, y así seguirá, picando piedra con paciencia, labrándose un porvenir a fuerza de emplearse a fondo sin reserva.
El que sí cortó la oreja del octavo fue el otro Antonio del cartel, el zacatecano de noble apellido taurino: Romero. Y le ayudó mucho la estocada eficaz que colocó tras una faena más dispuesta y variada que la primera, pues antes había estado un tanto frío y sin fibra.
Es verdad que a los toreros jóvenes como Antonio Romero no se les puede exigir como a las figuras consagradas, pero sí ambición entre la que sobresalga ese afán de querer colocarse, sobre todo ahora que hay tantos y tan bueno toreros de reciente alternativa que salen como perros en busca del triunfo.
El que tuvo una tarde aciaga fue Rafael Ortega, que no lo vio claro delante del primero, un toro noble que embestía despacio, con la cualidad de la fijeza. El quinto era andarín y venía mirando al torero con peligro sordo, ya cuando el viento y la apatía se habían apoderado del tlaxcalteca que, a diferencia de años anteriores, en la edición 2012 de la Feria de San Marcos, pasó de puntilla.
El cerrojazo del ciclo nos dejó muchas enseñanzas. La más valiosa: que en el toreo nada está escrito; nunca se sabe en qué instante surgirá la magia del arte del toreo, como el que firmó hoy un torero manchego cuyo arte navegó desde la otra orilla del Atlántico hasta llegar a buen puerto.
Ficha
Aguascalientes, Ags.- Plaza Monumental. Decimoquinta corrida y último festejo de feria. Un tercio de entrada (unas 5 mil personas) en tarde menos calurosa y con algunas ráfagas de viento. Ocho toros de Celia Barbabosa, parejos de hechuras y de buen juego en su conjunto, salvo 5o. y 6o., que fueron complicados. Destacó el 2o., que recibió arrastre lento, así como 7o. y 8o., por su nobleza.
Pesos: 463, 494, 476, 481, 458, 466, 467 y 493 kgs. Rafael Ortega (azul rey y oro): Silencio y pitos. Víctor Puerto (salmón y azabache): Dos orejas y palmas. Antonio García "El Chihuahua" (rosa y oro): Silencio tras aviso y vuelta tras petición. Antonio Romero (vainilla y oro): Silencio y oreja. Gustavo Campos destacó con las banderillas y saludó desde el tercio.
Aguascalientes, Ags.- Plaza Monumental. Decimoquinta corrida y último festejo de feria. Un tercio de entrada (unas 5 mil personas) en tarde menos calurosa y con algunas ráfagas de viento. Ocho toros de Celia Barbabosa, parejos de hechuras y de buen juego en su conjunto, salvo 5o. y 6o., que fueron complicados. Destacó el 2o., que recibió arrastre lento, así como 7o. y 8o., por su nobleza.
Pesos: 463, 494, 476, 481, 458, 466, 467 y 493 kgs. Rafael Ortega (azul rey y oro): Silencio y pitos. Víctor Puerto (salmón y azabache): Dos orejas y palmas. Antonio García "El Chihuahua" (rosa y oro): Silencio tras aviso y vuelta tras petición. Antonio Romero (vainilla y oro): Silencio y oreja. Gustavo Campos destacó con las banderillas y saludó desde el tercio.
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