martes, 26 de junio de 2012


LAS TERRIBLES CORNADAS  DE BELMONTE

Cicatrices del Pasmo de Triana

Hoy como antaño, las cornadas que sufren en el ruedo los toreros valientes -unos más artistas que otros- pero igual de arrojados y corajudos, son un riesgo constante. No pasan de “moda”.

Algunas resultan mortales y otras son traumáticas pero ahí está la tragedia rondando siempre el redondel.


Nos ha dolido mucho la severa cogida que ha postrado una vez más al matador mexicano Arturo Macías. Esta vez ha sido en El Puerto de Santa María, España.

La dolorosa noticia curiosamente nos sorprendió releyendo a un excelso periodista y poeta peruano de los finales de la década del 30 del siglo pasado: César Ferreyros.

Reproducimos aquí su sabrosa entrevista al Pasmo de Triana, Juan Belmonte, cuando tuvo una triunfal faena en Lima, la Ciudad de los Reyes.
Pocos aficionados saben que el de Triana estuvo muy vinculado al Perú, tanto que contrajo matrimonio con una dama limeña:


El lunes, en las oficinas de esta revista, comentábamos bulliciosamente la histórica corrida de toros del domingo 19. De pronto el director, quien es entre nosotros algo así como el Belmonte del periodismo, me espeta la siguiente interrogación:

-Poeta, ¿sería usted capaz de entrevistar al Trianero sobre las cornadas que ha recibido hasta hoy?
-Depende…
-¿De qué?
-De que aún se atreva usted a dudar de mi capacidad.
-Bueno. Lo comisiono para que le busque usted en el acto. Salúdele cordialmente en mi nombre, exprésele mi felicitación por el éxito de la última tarde y luego, el propósito de MUNDIAL de ofrecer a su público una información sobre las cornadas que él recuerde.
-¿Qué recuerde? ¡Vaya que si no!
-Bien. Le advierto que es necesario fotografiar las cicatrices y que el reportaje es para este año…¿Y sabe dónde vive Belmonte?
-¡En Lima!, exclamé.

¡Abur! Me puse en marcha en pos del coloso. No me fue preciso vagar mucho para saber que vivía en la calle de Monopinta. Me lo dijo cualquiera.


Las 11:30 del día. La ciudad hervía de calor y una multitud abigarrada invadía todos los caminos.

Al fin llegue. ¿Dónde vivirá el Trianero? Porque la verdad es que la tal calleja se las trae... A lo mejor se tira uno cada verónica y cada afarolado que nada les digo.
Por fin me resuelvo. Abordo a una chola más fea que cualquier cosa:

-¿Sabes tú en cuál de estas casas vive Juan Belmonte?
-Sí, niñito, al frente.
-Gracias nena.

Toco el timbre y un momento después sabía que Terremoto vivía en los altos.

Cabezas, el mozo de estoques, me abre la puerta y atentamente me conduce hasta un saloncito sobriamente arreglado.

Derrepente el primer torero del mundo se presenta ante mí tartamudeando un saludo desde la puerta. Un apretón de manos elocuente y muy pocas palabras iniciales.

-Un admirador de su arte.
-Y yo del suyo.
-Gracias ¿Me ha leído usted?
-Desde luego -respondió don Juan, quien es, como tantos lo han dicho, verdaderamente simpático e inteligente.
-Queremos regalar a nuestros lectores un información, acaso original, sobre el número de cornadas sufridas durante su carrera artística.
-Vea usted, sin contar algunos rasguños de poca importancia, como el que puede ver en la oreja izquierda y otro en la barba, he recibido quince cornadas. No recuerdo bien las fechas, pero puede usted enumerarlas así:

No tenía papel en blanco y tuve que aprovechar una hoja en la que había copiado unos versos recientes de Chocano.



-Bueno diga usted que la primera fue en pueblo de Arahe, me hirió el bicho en las cejas en forma tal que estuve a punto de perder un ojo. Fue el primer toro que maté.
La segunda fue en Huerana, Badajoz, en el muslo; la tercera en Valencia, también el muslo; la cuarta en Sevilla, en el muslo izquierdo; la quinta la sufrí en la ingle y de una profundidad de quince centímetros; la sexta en México; la séptima en Madrid y la octava en Burgos, fue en el muslo.

Poco tiempo después sufrí una cornada debajo del brazo, de seis centímetros. En la Línea de la Concepción, en Gibraltar, fue la décima en el muslo y de 23 centímetros de profundidad. La décima primera en Jerez, en el brazo derecho. La décima segunda la sufrí nuevamente en el muslo y fue la obra de una vaca, en la finca de un ganadero amigo. En Madrid la décima tercera, en la mano, sacándome un tendón. En Barcelona la décima cuarta, dolorosa cornada en el antebrazo y que me impidió trabajar por más de un mes y, por fin, la décima quinta en Murcia, con la muñeca de la mano derecha fracturada.

-¡Quince cornadas don Juan!
-Y olvido tantas a las que no concedo importancia.
¿Le fotografiamos las cicatrices don Juan?
-Imposible, por mucho que sean cicatrices nobles...

Luego de unos minutos más de charla amena, Belmonte, gran torero y gran gentleman, me acompaña hasta afuera, recomendándome sus agradecimientos y un abrazo para el director. Con quien he cumplido como ustedes ven.



TAUROMAQUIAS

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