miércoles, 27 de junio de 2012


El Che Guevara en la Plaza de toros de Las Ventas de Madrid


El Che en una barrera en Las Ventas, el 3 de septiembre de 1959  


Leonardo Páez
El año de 1959 fue menos malo que otros para Ernesto Guevara de la Serna. A principios de enero, la lucha revolucionaria del Ejército Rebelde encabezado por Fidel Castro, a quien conoció en la ciudad de México tres y medio años antes, había triunfado; a finales de ese mes recibe al entonces senador chileno Salvador Allende; en febrero es declarado ciudadano cubano por nacimiento en reconocimiento a los servicios prestados a Cuba; el 2 de junio se casa con la combatiente cubana Aleida March, y sólo 10 días más tarde inicia, sin ella, un importante viaje que se prolongará hasta septiembre por Egipto, India, Birmania, Tailandia, Japón, Yugoslavia, Sudán, Roma, Marruecos y Madrid. A su regreso a la isla, a principios de octubre, es nombrado jefe del Departamento de Industrialización del Instituto Nacional de la Reforma Agraria.





“Cuando le pedí que me llevara como su secretaria me dio un ‘no’ rotundo. Ahí empecé a conocerlo de verdad. Me dijo que además de ser su secretaria era su mujer, y que mi presencia a su lado habría sido vista como un intolerable privilegio por parte de aquellos que no podían viajar con los suyos”, comentaría Aleida.
Precisamente durante esa breve estancia en la capital española, el Che fue invitado a una corrida en el coso de Las Ventas, pues por su condición de argentino de origen, rebelde por naturaleza y revolucionario por convicción es difícil pensar que motu proprio haya querido asistir al “reaccionario” espectáculo.


Guevara vivió en la capital mexicana de septiembre de 1954 a noviembre de 1956, años en que si bien Los Tres Mosqueteros habían disminuido el tono de su esgrima, permanecían vigentes Fermín Rivera y El Calesero, mientras otros empezaban a hacer ruido, como Jorge El Ranchero Aguilar, Juan Silveti, Jaime Bolaños, Humberto Moro, El Güero; Miguel Ángel y la sensacional dupla de El Loco Amado Ramírez y Joselito Huerta.
“... aquí pagan macanudo –le dice a su madre en una carta enviada desde México en noviembre de 1954–, pues todo el mundo es fiaca [indolente, desganado] pero no se opone a que otros hagan, de modo que tengo el campo libre...”


En Madrid, los Fernando Botán, padre e hijo, tenían desde 1957 una bien montada agencia fotográfica taurina cuyo archivo ha sido parte esencial de la historia de la tauromaquia española contemporánea, proveedora de diarios y revistas, anuarios, agencias informativas y editoriales, y ganadora de numerosos premios y reconocimientos.


El jueves 3 de septiembre de 1959 el comandante Ernesto Che Guevara, representante internacional de la triunfante Revolución Cubana, en gira oficial por algunos países de Africa, Asia y Europa, no por la España franquista, desde luego, enfundado en el uniforme verde olivo del Ejército Rebelde y con su emblemática boina negra en la cabeza, asiste a la monumental Plaza de Las Ventas, no a una localidad cualquiera sino a una barrera de primera fila.


El Che, con aquella su mirada inquisitiva y desconfiada a la vez, percibe descreído una atmósfera que por muchas razones no lo atrapará. A saber si la foto fue tomada por Botán padre o hijo, si fue minutos antes de que comenzara el festejo, durante la lidia de un toro o al término de ésta, pero todo parece indicar que es la única imagen obtenida en esa ocasión. Por lo demás, la mundialmente conocida fotografía de Alberto Díaz Gutiérrez, Alberto Korda, será tomada seis meses después en La Habana.


Para los buenos fotógrafos, la mejor pose es la que logra captar su inspiración óptica. Botán tuvo el acierto de no pedirle al famoso personaje que posara, sino que en su oportuno disparo congeló un gesto tan sosegado como un bello lance y tan elocuente como un perturbador natural.


El Che ha colocado su chaqueta en el borde de la barrera, la mano diestra descansa sobre el cable de contención. Entre incrédulo y asombrado, intuye que aquello tiene más de teatro y menos de tragedia, que los bordados en oro y las taleguillas no son de este tiempo y que la auténtica bravura demanda otros escenarios.

Fotos: archivo de arte taurino


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