domingo, 22 de julio de 2012


EL CORDOBÉS, EL HOMBRE QUE SONRIÓ A LA MUERTE


Manuel Benítez ‘El Cordobés’ relata en Tirgo sus brutales inicios en el toreo y en la vida

Sin padres y viviendo en una casa con sus hermanos, pasó con 14 años tres meses y medio en la cárcel rodeado de delincuentes
 Pablo García Mancha

Olía a perro, a perro muerto. Aquella ropa que me dejaron en la cárcel de Córdoba no tenía color, estaba tiznada y desgarraba la piel. Pero lo que se me ha quedado grabado en el alma es su insoportable aroma a perro muerto, su repugnante olor». Así recuerda Manuel Benítez ‘El Cordobés’ el calvario que tuvo que sufrir con apenas catorce años cuando lo llevaron preso a la Penitenciaría Provincial de Córdoba por el terrible delito de torear en el campo bravo de Palma del Río unas vacas viejas a la luz de la luna.  Manuel Benítez, ‘El Pelos’, ha sido quizás el torero más popular de la historia, el hombre de luces -que sin apenas saber torear- conmovió a las masas ya de novillero por algo tan difícil de explicar que tuvo que ser un poeta insigne, Gerardo Diego, el que pusiera luz a su innato genio: ‘El Cordobés’ hereje / excomulgado sin concilio exprés / por su tejemaneje / y porque suma: dos y dos son tres».

Sin padre ni madre
El torero de Palma del Río vivía con sus hermanos en una mísera alcoba sin luz ni agua: «No conocí a ninguno de mis padres y mi hermana mayor hacía de madre. La casa se resumía en un cuarto con unos colchones por el suelo y no teníamos nada más. Yo no quería ser torero ni nada de eso. Me buscaba la vida por ahí como Dios me daba a entender pero un día, paseando por el campo, vi de lejos a un toro en la ganadería de Félix Moreno de la Cova. Se encampanó, estaba a más de treinta metros y yo me agarré a los alambres de un cerrado con una mano y con la otra a un árbol. El toro se me quedó mirando y cuando me bajé, se dio la vuelta y se fue. Si llega a venir a por mí no me hago torero. Pero se fue».

Con unos amigos del pueblo comenzó a torear por las noches de manera furtiva: «Llegaban los caballistas pero no podían conmigo. Hasta que un día me agarraron y me llevaron a la prisión de Córdoba. Estuve tres meses y medio y pasé un miedo infinito. Recuerdo la oscuridad, las caras de los que no pensaban nada más que en violarme porque yo era un niño muy tierno, muy rubio y aquellos hombres me daban pavor. Recuerdo el miedo que pasé. Fue horrible. Tanto es así que el día en el que me pusieron en libertad, al salir de la cárcel me llevé por delante a un guardia del ímpetu que tenía y estuvieron a punto de meterme para dentro otra vez. Cuando iba por las calles de Palma de Río no veía más que sombras. Me asustaba de todo y un cabo de la Guardía Civil no hacía otra cosa que amargarme constantemente. Me perseguía, me acechaba, así que decidí irme a Madrid, donde tenía a una hermana sirviendo en una casa».

A Madrid en un mercancías
Como Manuel no sabía leer ni escribir, le apuntaron las señas en un papelito que guardó en el bolsillo de la chaqueta como un tesoro. No tenía una peseta así que se encaramó como polizón en un vagón de uno de aquellos mercancías lentos y penosos a los que cruzar Despeñaperros les costaba un Potosí: «Paró el tren pero no sabía dónde estábamos. Me acerqué al maquinista y le dije que iba a Madrid. Aquel hombre se portó muy bien conmigo porque se llegó hasta la estación de Aranjuez, llamó a mi hermana y pude quedar con ella». Y Manuel Benítez fue a los albañiles, a buscar el pan como fuera: «Hice de todo. Vivíamos en el barrio de Legazpi y me compré una especie de traje oscuro a plazos. Con lo que ganaba comía y dormía, apenas podía hacer más cosas. Así que decidí tirarme de espontáneo en Las Ventas». Ocurrió en el año 1959, lo hizo entrando por el tendido siete y se tiró ante un toro de Escudero Calvo (hoy Victorino Martín).

 No murió de milagro. Al saltar el callejón se quedó colgando por las piernas bocabajo y el astado lo llevó prendido de un cuerno hasta el centro del ruedo: «Fue horroroso, me dio una cornada por toda la espalda que me la quemó entera, aunque sin más consecuencias». La Policía Armada lo detuvo en el callejón de la misma plaza, se pasó un día entero en la cárcel de Yeserías y tres semanas más en la de Carabanchel. «No vi ni un abogado», recuerda. Y además, «tomé la firme decisión de no ser torero». La ruina y las calamidades seguían apoderándose de una vida marcada hasta el momento por la fatalidad. Se apuntó para recoger remolacha en Francia y cuando estaba en la fila donde iban aquellos desgraciados para recoger los papeles, el cupo acabó diez personas antes que él. Así que no le quedó más remedio que intentar la aventura de la torería. Iba Manuel, ‘El Renco’, que era como se hacía llamar, por esas capeas durísimas de los pueblos de Madrid. Toros reviejos y campanudos, calor pegajoso de moscas tenaces, días polvorientos comiendo lo que se podía y cuando se podía. Hasta que en septiembre de 1959 fue corneado en la rodilla en un pueblo llamado Loeches. «Me metieron para adentro con toda la sangre por la pierna. Al momento, entró otro torerillo herido en la ingle, mucho más grave que yo. Nos llevaron a Madrid, al sanatorio de Toreros y de allí al hospital provincial. Yo no tenía gran cosa y me hurgaba en la herida haciéndome sangrar para que me dejaran ingresado y me dieran de comer. Pero el muchacho que estaba a mi lado estaba muy mal. Una noche entró un cura a la habitación, se murió y se lo llevaron en una camilla medio a oscuras y sin decírselo a nadie. Al día siguiente apareció su mujer y su hija y al no verlo en la cama se dieron cuenta de que se había muerto. Se llamaba Manuel Gómez y su mujer se desmayó y cayó al suelo como una piltrafa».

El torero de Palma del Río siguió con su empeño, viajando con su hatillo, aterido de frío y hambriento, a que le dieran sitio en alguna capea y alguien lo viera torear. En Madrid se juntaban los taurinos en dos bares llamados ‘La Campana’ y ‘La Tropical’: «Me habían hablado de un tal Manuel Becerra que tenía un espectáculo cómico taurino en el que salía un novillero en la parte seria. Apenas me hizo caso, pero a su lado estaba ‘El Pipo’, y me fui a hablar con él. Mi único salvoconducto era una fotografía en la que se me veía toreando una vaca con otra justamente detrás. ‘El Pipo’ me dijo que le diera la foto, que me la cambiaba por un bocadillo. Yo me negué, pero quedamos al día siguiente y me llevó a Salamanca a un tentadero. Me echaron dos becerras buenas y estuve fatal, me dieron mil volteretas, y desde el suelo volvía a quedarme quieto una y otra vez tras volar por los aires. Fue un absoluto desastre, e íntimamente comprendí que nunca iba a ser torero». Regresó hundido a Madrid, sin futuro, pero ‘El Pipo’ le volvió a dar otra oportunidad: «Algo había visto, pero yo volví a estar tan mal como la primera vez».

El primer vestido de torear
Otro amigo lo colocó a trabajar como albañil. «Yo ya tenía más experiencia y arreglaba suelos y techos. Pero además me consiguió una novillada en Talavera de la Reina. Alquilé un vestido, el primero que me puse en mi vida. No tenía color y estaba tan raído que no se notaban ni los alamares. El novillo me cogió más de cien veces, pero yo me volvía a levantar una y otra vez hasta que me volvía a mandar por los aires. La gente empezaba a aclamarme aunque no tuviera la más mínima idea de lo que era torear, yo era un mamarracho con aquel toro, me peleaba. Intentaba torear, pero no podía, sólo había batalla».

Se corrió la voz y ‘El Pipo’ lo hizo debutar en Córdoba. Aquel gran taurino sabía de márketing como nadie y le cambió lo de ‘El Renco’ por el universal apodo con el que pasaría a la historia. Además, lo decoró con mensajes que pronto calaron entre la gente como aquellos de ‘hoy tengo una cita con la muerte’, ‘el torero de los pobres’ o ‘el Rey del valor’: «Me pusieron el Córdoba con cuatro novillos y me hicieron una foto con cuatro cabezas de toro y un cartel en el que se leía: solo ante el peligro. Le brindé el toro a mi hermana y le dije: o te compro una casa o llevarás luto por mí. Con las 80.000 pesetas que gané fui a Palma del Río y le compré una casa a ella y al resto de mis hermanos. Lo que me deparó la historia después ya lo conoce todo el mundo».
Miedo y ternura
Manuel Benítez tiene ahora 76 años y explica que no guarda rencor a nada ni a nadie: «La verdad es que no me creo muy bien todo lo que me ha pasado en la vida, pero estoy muy feliz de haber convertido todas aquellas desgracias que me tocaron vivir en ternura y alegría. De qué sirve almacenar el dolor, de qué sirve desear males a nadie. Yo pasé de la nada al infinito por lo que sea y a lo único que aspiro es que la gente sea feliz. Me preocupa mucho todo lo que está pasando en España, la crisis, la ruina de la gente. A veces me pregunto que si todo lo que hemos logrado sirve para algo. Yo leo constantemente la Biblia y en ella me refugio al ver tantas calamidades, tantas desgracias en un mundo en el que hay tanto pan».

Las increíbles dotes de zahorí de Manuel Benítez
«El asunto consiste en sentir la electricidad del agua en el cuerpo». Así explica Manuel Benítez ‘El Cordobés’ sus dotes como zahorí. Empecé hace tiempo y es algo que puedes desarrollar con los años. Es algo que me encanta. Y pueden dar fe dos riojano. En priomer lugar, Antonio Briones, al que el torero retirado le encontró varios pozos en su finca de Vega de Hornillo, donde pastan sus toros de Carriquiri: «No sólo encontró los ríos subterráneos. Llegó a definir un punto donde se cruzaban varios manantiales. Era un espectáculo verle por el campo con las varillas determinando exactamente el lugar donde había que cavar el pozo». El otro afortunado riojano fue el fin de semana en el que estuvo en La Rioja: «Un amigo de Antonio.

Le encontré agua en su finca en muy poco rato. Creo que le han cambiado el apodo en el pueblo y ahora le llaman el millonario», bromeaba Benítez cenando frugalmente en ‘El Pimiento’, de Tirgo. ‘El Cordobés’ se quedó fascinado en la visita que realizó a bodegas Muga en Haro y a Dinastía Vivanco en Briones: «Nunca podía imaginar el cariño con el que se trata al vino. Es increíble». Y tuvo tiempo para recordar sus viajes en avión desde un hotel de Antonio Briones en Madrid hasta las plazas: «Si toreaba en Pontevedra, me levantaba a las diez, iba a barajas, cogía el avión para llegar dos horas antes de la corrida».

La gran amistad con el riojano Antonio Briones
Manuel Benítez ‘El Cordobés’ estuvo dos días en Tirgo el fin de semana pasado, invitado por el jarrero Antonio Briones, tras ofrecer una conferencia en Bilbao al celebrarse el cincuenta aniversario de la construcción de la actual plaza de toros. Antonio y Manuel Mantienen una sólida amistad desde hace muchos años: «Nos conocimos en el campo órdoba en uno de mis trabajos y a partir de ese momento hemos sido inseparables. Es una persona –relata el empresario riojano– con una belleza interior extraordinaria. Lo ha sido todo en la vida, pero me sigue fascinando por su enorme sencillez, por la frescura que demuestra en cuanto siente y hace». Manuel también siente algo especial por Briones: «Es uno de mis mejores amigos.

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