Enrique Martin.-.
Se podría afirmar que la evolución más sobresaliente que ha sufrido lo
que antes se llamaba con motivo la suerte suprema, es el haber pasado de
ser “el por qué” de la Fiesta, a que el público actual casi exclame
“¿por qué?”. De ser el motivo final, el eje en torno al cuál giraba toda
la lidia, a ser un trámite, un mal menor, pero al que algunos
nostálgicos aún le otorgan la importancia, que creen que nunca debió
perder.
El momento de la muerte se podría comparar a una escultura que había ido
tomando forma a lo largo de los tres tercios; era cuando se notaban los
golpes de cincel, los acertados y los fallidos, y si estos eran más que
los otros, la obra final no valía, se venía abajo, se desmoronaba la
obra creada, por muy excelsa que fuera. Algo que a los más jóvenes, los
más modernos y los más entregados a las figuras actuales les parecerá
una barbaridad, un crimen, la peor forma de robar un triunfo a un
torero, como si la espada fuera una moneda que se lanza al aire, de la
que solo es dueña la suerte. ¿La suerte? ¿Realmente lo que separa una
estocada de una infamia es la suerte? Pues sí que es simplificar las
cosas y quitarle valor a lo importante.
Pero esta excusa es muy utilizada por todo el mundo, profesionales,
revisteros, aficionados de pro, que parecen no reconocer los méritos
exigibles para ejecutar la suerte con entrega, verdad y con arte. Lo que
cuenta para ellos es que el toro caiga rápido, primero que entre la
espada, por donde sea, y después que el animal doble; casi no importa ni
que el bajonazo provoque vómitos de sangre. La cuestión es que se
despanzurre, para agitar uno, o dos, pañuelos de forma histérica,
pidiendo las orejas para el ídolo de las medias rosas. Teniendo en
cuenta estos valores, presididos por unop absoluto como es el fin y no
el proceso, ¿qué diferencia al matarife de un matadero, de un matador de
toros? Quizás solo sea el que uno luce las medias rosas y el otro, si
las lleva, procurará que no se le vean.
Quizá así leído esto, puede parecer un absurdo eso de pensar en que lo
único que vale es que la muerte sea rápida, pero si quedan dudas, solo
es necesario acudir una tarde a una plaza de toros y sentarse a
observar. No me voy a meter ahora en lo que es la lidia, ya se ha
hablado y se hablará de ello, baste con quedarse en lo que sucede en el
último tercio. Una sucesión desordenada y desestructurada de pases y
pases, con el único objetivo de enardecer a las masas. No es necesario
ya poder al toro y prepararlo para ese momento supremo, porque casi
viene preparado de fábrica. Cantidad por calidad y eficacia por
eficiencia. Y allá por el pase cien o ciento y pico, se empezaba a
pensar en la espada. Primero esa pausa antinatura de tener que darse un
paseito para cambiar la espada de mentira, que me niego a llamar ayuda,
por la de verdad. El público mientras aprovecha para hacer sus
vaticinios sobre la estocada. Es buen matador el que hunde la espada
allá donde le venga bien. Se habla en ocasiones de que fulanito tiene un
cañón. Hombre, con un cañón es fácil matar lo que sea, hasta la torería
sucumbe ante un obús directo al corazón. Y si algún ingenuo es capaz de
afirmar que el artillero mata mal, puede ver peligrar su integridad, no
vaya a ser que apunten a su tupé. Recuerdo una vez en Madrid en que El
Juli hizo una faena de esas de torero exprimelimones, el que le saca
todo lo que tiene; Ya se frotaban las manos las masas enfervorecidas y
preparaban los pañuelos, cuando se me ocurre comentarle a una compañera
de localidad que el madrileño mataba mal. ¡Señor! el joven de delante
casi me come, aunque todo se quedó en un “mata mal por los
coj…piiiiiiiiii”. Yo le expliqué como pude lo del saltito apartándose,
lo de meter la espada de lado allá donde pillara y lo de taparle la cara
al toro, y que eso no era matar bien. Lo que tuve que aguantar. Toda
una fila de jóvenes taurinos comentando con sorna mi primer comentario. Y
¡zas!, El Juli pinchó en hueso, lo que tampoco es muy habitual, y a
partir de ahí las ironías se convirtieron en ensaladas de exabruptos
dirigidos a… El Juli. Hay que ver como le censuraban su forma de entrar a
matar. Parece que vieron la luz al caerse del caballo. Pero esto
tampoco es lo normal, y seguro que en tardes posteriores seguirían
pensando que el de Velilla es un gran matador.
Si entramos en lo de la ejecución y la colocación del estoque, esa es la
historia de nunca acabar, y quizás en estos dos aspectos sea en los que
más se justifique eso de la suerte. Porque en la mayoría de los casos,
los matadores actuales toman todas las precauciones imaginables para
desterrar la buena suerte y atraer a la mala. Primero se ponen a citar
totalmente fuera de la suerte, con lo que como mucho cobrarán un
espadazo atravesado. Acto seguido, si no estaban suficientemente fuera,
echan a correr para apartarse todo lo más posible del viaje del toro,
sin preocuparse demasiado de meterle la mano izquierda, la que mata, en
las pezuñas. Así puede ser que pinche en hueso, que el toro le eche la
cara arriba, que se le venga al cuerpo, que la estocada quede trasera,
caída o en cualquier lugar indecoroso para el torero; y eso cuando no le
sueltan el trapo en la jeta del animal. Reconocerán conmigo que son
muchas las alertas para atraer a la mala suerte, aparte de otros muchos
defectos en los que no me voy a detener. Para tener suerte, pero de la
buena, basta con cuadrarse entre los pitones, quizás más hacia el
izquierdo que hacia el derecho; adelantar la muleta echándola abajo para
que el toro descubra la muerte; hacer la cruz con los brazos; empujar
la espada sacando la mano desde el corazón, no esa manera tan horrorosa
de mantenerlo como colgado del cielo, olvidarse de los pitones viendo
solo espada y morrillo, tirándose muy derecho hacia adelante y dándole
la salida a la embestida, como si se diera un pase de pecho. En este
caso, ¿qué se puede achacar a la mala suerte? Pues muchas cosas, que
toro o torero resbalen, que el toro no obedezca el engaño, que el acero
pegue en un arpón, que el animal se despiste en el último momento y haga
un extraño, pero no el que el matador se tire de mala manera a los
blandos, o que no haga la suerte, la suprema, con verdad y pureza.
Lo del volapié, la estocada al encuentro, recibiendo, en la suerte
natural o contraria, eso requiere otra reflexión en otro momento, porque
lo que no podemos pretender tampoco es que vamos a arreglar la suerte
suprema con cuatro letras mal juntadas. Pero yo solo digo una cosa, hace
años si alguien estaba viendo una corrida y le reclamaban su atención
en este momento, era común escuchar “espera que va a matar”, porque nada
de lo anterior tenía sentido sin la estocada. Ahora hay quien aprovecha
para adelantarse a los vecinos para llamar al vendedor de refrescos,
que luego se acumulan muchos a lo de la cerveza. Entonces, ¿cómo le
vamos a hacer entender a estos señores que la suerte suprema es cuestión
de arte, entrega y verdad? Y ahora me retiro, que tengo reunión
plenaria con el jurado de los segundos premios Toros Grada Seis, ¡Qué
Dios reparta suerte! Porque como reparta justicia…