Vicente Casañ/ mediaveronica.com
Hace
unos días pudimos ver por primera vez la promoción de un disco muy
especial, como especial es quien lo protagoniza. Estrella Morente
obsequiaba a los aficionados al flamenco y a los toros, que para el caso
son los mismos, con un vídeo en el que la cantante/cantaora torea a una
vaca mientras nos deleita con su flamenco. Se cambiaron los “¡eh!” y
los “¡ah!” del torero por la dulce voz de Morente, todavía quejío por la
muerte de su padre. Y se destapó el tarro de las esencias. De entre
ellas rescatamos un breve artículo del periodista Juan Carlos Antón
Rosales, un paralelismo entre flamenco y el toreo. Es “Autorretrato de
un sentimiento”.
Estrella
Morente, heredera de una forma de sentir, voz principesca de la Granada
de Enrique, se encuentra inmersa y emergente en la promoción de su
última obra: Autorretrato. No es el autorretrato de una cantaora, sino
el de una mujer. Una mujer que canta su vida: sus gozos y sus tristezas,
sus glorias y sus angustias. Y, también, por supuesto, su orgullo de
ser quien es y de cómo fueron quienes siempre son y serán los suyos.
Arraigada
en la misma Alhambra, Estrella es a Granada lo que Curro Romero a
Sevilla. Lo que Javier Conde a Málaga. Lleva en su mirada y en la rosa
blanca y pura de su voz el reflejo embrujado de la ciudad morisca. Sin
embargo, como antaño hizo su padre, dibuja en cada verso, en cada tono,
profecías de nuevas formas y estilos que aún están por llegar.
Morente, por ser gitana; Estrella, por ser torera, se rodea de la mejor “cuadrilla” de
locos maravillosos que se empeñan en sentirse y hacernos sentir a
través de su talento y el talante exquisito de su voz o su habilidad
instrumental. Me refiero a los hermanos Carmona, me refiero a Michel
Nyman, me refiero a Paco de Lucía y a Vicente Amigo, me refiero a
Tomatito y Montoyita, a Isidro Muñoz, Alfredo Lagos y Alain Pérez. La
voz de Enrique, siendo siempre especial y mística, no supone sino la
parte más pequeña de una inmensa herencia espiritual y sentimental que
el maestro ha dejado en su heredera. Y eso es lo que ahora se
autorretrata: un sentimento.
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