lunes, 28 de enero de 2013

Talavante o el dramatismo del pellizco


Juan Antonio de Labra | Foto: Sergio Hidalgo

Alejandro Talavante cuajó una gran faena y cortó dos orejas
           
Nadie puede negar que Alejandro Talavante es un torero diferente; un artista singular cuya tauromaquia se sustenta en el valor. Y a partir de esta premisa fundamental para ser torero, fluye, de manera natural, una expresión abigarrada, repleta de sentimiento y dramatismo, y unos chispazos de pellizco que en esta plaza calan muy hondo.

Por eso aquí, en México, Talavante se siente como en casa y transmite su emoción cuando está delante del toro, creando las suertes, recreándose en el instante, y gustándose mucho. Es así como consigue unificar a todos en un olé con sello, el que nace de lo más profundo del alma y conecta a los espectadores a través de un hilo expresivo que conmueve.

Eso sucedió desde el primer detallazo con el capote ante su primer toro, cuando soltó una punta y se lo cambió de mano para rematar por abajo, con gran temple, en un recorte que ahí queda. O aquellas chicuelinas despaciosas del quite, que terminó sacando su fondo de calidad gracias a que el extremeño lo acarició en una faena memorable.

Y si hay por ahí algunos taurinos que critican estas formas expresivas, quizá porque en muchas ocasiones se apartan del clasicismo, lo cierto es que el arte del toreo desnuda al artista y lo pone en un relieve de autenticidad contra la que no se puede simular.

Qué lejos quedaron aquellos años tiempos en que Talavante se empeñaba en imitar a José Tomás, porque lo más importante es que ya definió su estilo, y su toreo no se parece al de nadie, lo que se traduce en un proceso evolutivo que habla muy bien de su capacidad.

Sembrado en la arena, olvidándose de que tiene cuerpo, Talavante transforma las embestidas en lo que sus manos, su corazón y su inteligencia, le permiten hacer en cada momento, pues siendo un toreo muy dinámico, nunca se aparta de la melodía que marca la arquitectura de sus faenas, como la que le hizo a este toro de extraño nombre, bautizado como "Hachiko".

Los redondos, los naturales, el cambio de mano tras la dosantina, el desdén o la variante de la arrucina, tuvieron donaire, temple y calidad, así como una seguridad pasmosa, la que brinda el sitio del extremeño, al que le gusta abandonarse sin reserva e improvisando cuando siente que su discurso está llegándole a la gente. ¡Qué manera de conectar con el público! Asombrosa.

Llegado el momento decisivo, el de matar, en el que Alejandro aún no ha conseguido coger un tranquillo definitivo, colocó al toro en los medios, mirando hacia la puerta de toriles. Se trataba de una zona del ruedo infrecuente para realizar la suerte, pero ahí lo vio claro y se volcó detrás de la espada para colocar una estocada entera, un poquito trasera, a la que siguió una bella agonía del toro, que permaneció en el sitio, con el hocico cerrado, hasta que se desplomó sin puntilla en medio de la expectación del público.

La euforia de la gente no se hizo esperar, ni mucho menos la oleada de pañuelos en una petición mayoritaria que acabó en la merecida concesión de dos orejas, y también la posibilidad de que Talavante ocupe un puesto en la corrida estelar del 5 de febrero.

La otra faena interesante de la tarde la firmó José Mauricio con un toro de regalo, alto, cariavacado, que embistió con la cara por las nubes. A pesar de ello, el espada de Mixcoac estuvo centrado y torero, y logró pasajes de importancia toreando con ambas manos, sobre todo con la zurda.

Fue clave la paciencia de José Mauricio con este toro, al que nunca atacó sino que citó desde la media distancia y convenció a seguir la muleta en esos trazos de excelente factura que remató de una soberbia estocada, quizá la mejor de la temporada. Una oreja de ley fue a dar a sus manos, digno premio a una esforzada labor.

El Zapata sigue anteponiendo la pirotecnia al toreo, cuando debiera ser al revés. Es decir, edificar sus trasteos en el dominio de los toros y en la estructura de las faenas, con el objetivo de sacar mayor provecho a las embestidas. Claro, sin olvidarse de que a la plaza se viene a dar un espectáculo donde, definitivamente, no aplica aquella sabia frase de Jesús Reyes Heroles, el maestro del liberalismo mexicano, quien alguna vez dijo que "en política, la forma es fondo". En el toreo, en cambio, la forma sólo debe de ser el camino para llegar al fondo.

De esta manera, el primero de la tarde, un toro bravo, con mucho que torear, se fue, precisamente sin torear luego de que El Zapata estuvo muy animoso con capote y banderillas pero sin someterlo en la muleta. A su favor hay que apuntar que se tiró a matar como los toreros machos, dando el pecho, y cortó una oreja que fue protestada, quizá porque la gente esperaba más del trasteo del tlaxcalteca.

En el cuarto, un toro soso que no contribuyó al lucimiento, El Zapata volvió a hacerle sus cosas pero sin la repercusión suficiente para trascender y pasó inadvertido, a pesar de ese sano intento de buscar, a cualquier precio, el espectáculo.
Ficha
México, D.F.- Plaza México. Decimoquinta corrida de la Temporada Grande. Un tercio de entrada (unas 13 mil personas) en tarde agradable. Siete toros de Julián Hamdan (el 7o. como regalo), bien presentados en su conjunto, desiguales en juego, de los que sobresalieron el 1o. por su bravura y el 3o. por su calidad. Pesos: 485, 490, 508, 543, 502, 512 y 533 kilos. Uriel Moreno "El Zapata" (plomo y oro): Oreja con protestas y silencio. José Mauricio (verde botella y oro): Silencio en su lote y oreja en el de regalo. Alejandro Talavante (caña y oro): Dos orejas y silencio. Incidencias: Al final del festejo Talavante salió a hombros. Sobresalieron en banderillas Sergio González y Adolfo Sánchez, que saludaron.

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