sábado, 13 de abril de 2013

Manzanares salva in extremis su encerrona

Sevilla empuja a su torero

Manzanares con las dos orejas cortadas al toro de Juan Pedro Domecq en Sevilla. EFE
Manzanares con las dos orejas cortadas al toro de Juan Pedro Domecq en Sevilla. EFE
Paco Aguado / EFE
Un excelente ejemplar de Juan Pedro Domecq, lidiado en sexto lugar, y el ánimo del público de Sevilla ayudaron a José María Manzanares a remontar "in extremis" su gesto en solitario de este sábado en la Maestranza, que se le puso muy cuesta arriba con la lidia de un duro y exigente tercer toro de Victorino.
  
Sevilla, sábado 13 de abril de 2013. 4ª de Feria. Lleno de ‘No hay billetes’. Toros, por este orden, de Núñez del Cuvillo, Domingo Hernández, Victorino Martín y "El Pilar" y dos de Juan Pedro Domecq (5º y 6º), el primero de ellos como sobrero al ser devuelto por flojo un titular de Toros de Cortés. Todos ellos desiguales, lógicamente, de hechuras y presencia, destacaron, por noble, el de Cuvillo y, por bravo y enclasado, el último. El de Victorino fue manso en varas, y encastado y muy exigente en la muleta. José María Manzanares, que actuó como único espada, ovación, ovación tras aviso, silencio tras aviso, silencio, silencio y dos orejas.

La tarde transcurría tranquila hasta que salió al ruedo un cárdeno claro de Victorino Martín. El gesto de José María Manzanares de encerrarse en solitario con seis toros en la Maestranza había no sólo llenado los tendidos sino también rodeado de un excelente ambiente la cálida tarde abrileña.

Los dos primeros cuatreños, uno noble y a menos de Núñez del Cuvillo y otro hondo y exigente de Domingo Hernández, permitieron al alicantino expresarse con sosiego, aunque sin aflorar el entusiasmo latente en la mayoría de los aficionados que abarrotaban los tendidos.

Fácil, con oficio, sin apuros, Manzanares resolvió los primeros capítulos de su monólogo, hasta que ese terciado toro de Victorino, "Vengativo" de nombre, sacudió tanta complacencia. De cortas embestidas en el capote, el cárdeno se movió endiabladamente cuando salieron los picadores, acudiendo a galope a cada uno de los caballos y huyendo de los mismos en cuanto sentía en el lomo el hierro de las puyas.

Hubo un momento en banderillas en que los seis toreros que deambulaban por el ruedo parecían pocos para hacerse con el agigantado "victorino", al que, con valor de verdad y una tremenda gallardía, Juan José Trujillo clavó dos soberbios pares.

Convertido el de Victorino, de repente, en toro de cara y cruz, Manzanares cogió la muleta decidido a echar la moneda... para perder la apuesta. Encastado y con un brío incansable, el cárdeno demostró que estaba dispuesto a embestir con recorrido y entrega, siempre y cuando se le toreara con el mando y los exactos matices técnicos que requieren los machos de su encaste.

Inexperto con ellos, pues era el primero de este hierro que estoqueaba en su carrera, el torero de Alicante fue poco a poco perdiendo la batalla, pese a su pundonor. Y pareció rematar la faena sumido ya en un pozo anímico y físico.

También el desanimo cundió en los tendidos cuando el cuarto, de El Pilar, mostró su escasez de fuerzas y obligó a abreviar al protagonista de la tarde, igual que el quinto, un sobrero de Juan Pedro Domecq, tampoco le ayudó a la remontada por su escasa raza.

Desangelado hasta entonces, fallando incluso reiteradamente con la espada, que es uno de sus puntos fuertes, a Manzanares se le iba la tarde cuando, antes de salir el sexto, la plaza rompió en una ovación de ánimo que le decidió a irse a la puerta de chiqueros.

Allí y en los medios, saludó a ese otro toro de Juan Pedro con tres largas cambiadas de rodillas, en las que el astado ya demostró la gran calidad de sus largas y entregadas embestidas. Y sobre esa virtud del "enemigo" apoyó Manzanares la única faena estimable de la tarde, basada en los muletazos con la mano derecha y en series cortas de cantidad pero de mucha intensidad.

Algunos muletazos tuvieron hondura y compás, otros clase y buen gusto, y todos una redondez a la que el alicantino puso punto y final con una buena estocada en la suerte de recibir. Suficiente para un fin de fiesta con buen sabor de boca y la concesión de dos orejas que, al menos, no dejaron en blanco la estadística de una tarde tan decisiva en su carrera.

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