Corta una oreja a un manso del Cortijillo; también lograron premio Morenito y Aguilar
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paloma aguilar
Antonio Ferrera, en un sentido natural en terrenos de chiqueros con el manso y de buen fondo cuarto
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El pacense se asomó a los misterios de su propia alma y
descubrió muletazos para enmarcar, por mérito y guapeza. Torera fue la
genuflexa apertura para llevarlo a su terreno, toriles. Allí se marchó a
la guerra, como siguiendo los pasos heroicos de Daoíz y Velarde en el levantamiento del Dos de Mayo.
El mismo lema: «Es preciso batirnos, es preciso morir». Pero la labor
no fue de muerte, sino de vida. Rodó un tráiler emocional; por los poros
de cada muletazo se rezumaba el sentimiento, consintiendo todo a
«Arquero». Desde los naturales del prólogo hasta esos derechazos sin la ayuda,
a lo Joselito, en los que sencillamente tragó y, roto, toreó a placer
con un cortijillo en el que sólo su matador creyó. Y nos devolvió la fe.
Muleta a rastras para conducir el importante interior que escondía el
manso; temple, entrega y detalles barrocos, como en el cambio de mano o
en esa trincherilla aflamencada
con sones de Camarón. Porque ayer Antonio Ferrera, en una dimensión
desconocida, sí tuvo quien le cantara en su mejor faena en Las Ventas.
Tras volcarse en la estocada, sólo le pidieron una oreja, paseada entre lágrimas; para quien esto firma era de dos.
La mejor estampa

El que abrió plaza lució la estampa más bonita de la dispar corrida de El Cortijillo. Total, ya que la anunciaba un cartel del sin par Mikel Urmeneta, pues toros con trapío desigual, acorde a los de Kukuxumusu.
Eso sí, al César lo que es del César, tres ejemplares de los Lozano
resultaron aptos para el triunfo. Hablábamos del primero, «Avellanita»
de nombre, que tenía de diminutivo el color del fruto, porque lucía dos
pitones de pavor. Menos asentamiento hubo con este toro, aunque
casualmente la mejor serie de Ferrera brotó en tierras del túnel negro.

El pobre trofeo que inauguró el marcador de la Goyesca –la primera de Ignacio González como presidente, que ocupó el palco de la Comunidad– fue a parar a manos de Morenito de Aranda.
Se lo cortó a «Gaitera», con una gaita poco acorde a Madrid, pero con
una nobleza que permitió al burgalés gustarse en pasajes, aunque sin
acabar de profundizar. Destellos de luz y
belleza entre la oscuridad de esas medias negras del indumento. Las
cosas claras: los atuendos goyescos provocaron más gracietas irónicas
que alabanzas. Con el soso quinto, ni chicha ni limoná.
Alberto Aguilar
anduvo hecho un tío desde el quite por chicuelinas al segundo. Aplomo y
firmeza, sin arredrarse cuando el sexto le colocaba los pitones en la
hombrera. Crecido, bien de verdad, hasta ganarse a ley una oreja de este
encastadito último, brindado a la Infanta Doña Elena, que presidió el interesante festejo desde el Palco Real.Fotos: Javier Arroyo
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