Huberto Apaolaza
Publicado en el libro Tauromanías, año 1995
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Tendido de Sol (Silvia Ollo). |
Pamplona, durante siete días siete, será un puro estruendo, una locura compartida que nos desafiará a la vuelta de muchas esquinas, nos embaucaráy hasta haremos alarde de ella . Empapados de Riau, Riau, prescindiremos del maldito reloj y marcaremos el tiempo con corazón sanferminero arañador de taquicardias.
Participaremos de las heroicidades de los corredores en el encierro sobrecogedor y alucinante, por nadie descrito aún en su auténtica emoción, aunque quizá el que mejor se haya acercado fuese Manolete – calificado de “Monstruo” por su valor – que después de contemplarlo por primera vez desde un balcón de la calle Estafeta y respondiendo a la pregunta de un contertulio- ¿qué le ha parecido Maestro?- exclamó compendioso : “¡Ozú!”.
Ya lo dice la copla popular:
El que quiera ver valientes
Jugarse la vida en broma
Que venga por San Fermín
Al encierro de Pamplona
Jugarse la vida en broma
Que venga por San Fermín
Al encierro de Pamplona
Visitaremos ese reducto gastro-erótico-taurino-cultural que es el museo taurino de la Estafeta, donde su propietario, un “loco” sanferminero que atiende por Marcelo , rodeado de espléndido y apretado mujerío avivará nuestros jugos gástricos con chistorrica y rosadico de la tierra.
Después con la emoción sofocada por las desbordantes pochas , los pimientos rellenos como zeppelines y el brazo de gitano kilométrico finiquitado con fulgurante pacharán , surcaremos la bucólica sombra de los jardines de la media luna y tras atravesar el patio de caballos -muros encalados rezumando sol que encierran un rebujo de olores a arena húmeda, sangre coagulada, tilo y orines- nos aposentaremos en la plaza de toros. Allí seguiremos las evoluciones del “Toro de Pamplona” , que para buén número de taurinos tiene la misma rotundidad que para el lego espectador tiene la merluza de Bermeo o los langostinos de Sanlúcar.
Los esforzados diestros tratarán mal que bien de rebasar el listón del riesgo vivido e impuesto por muchos espectadores horas o años antes en “su” encierro. La Plaza de Pamplona a veces es verdad pasa bullangueramente de los afamados diestros cundo están allí y poco más. Sin embargo , no existe anfiteatro, ni plaza de toros ni Cristo que lo fundó que se entregue con tanto clamor a aquellos toros que en tardes afortunadas han sabido engrandecer , exaltar , sublimar , con esa maravillosa pirueta que es el toreo auténtico, el espíritu de un pueblo, que por pura broma se juega la vida ante las guadañas de un toro porque sí y además con gusto. ¡Ya falta menos ,ya!
N. de R.: Huberto Apaolaza falleció el, 6 de mayo 2013, en Sanlúcar de Barrameda. D.E.P.
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