lunes, 16 de septiembre de 2013

El toro indultado que comía a la carta


Rafaelillo pedona la vida a un fuenteymbro y Fandiño receta cocina vasca contra el mal del pienso

El toro indultado que comía a la carta
abc
Rafaelillo, en un pase mirando al tendido con Operario 
 
Seis toros de Fuente Ymbro alrededor de la mesa: «Oloroso», «Comisario», «Organillero», «Volante», «Operario I» y «Operario II». Menú del día para todos menos para el primer «Operario», que debió de comer a la carta y no ese pienso común que el ganadero ha señalado como culpable de la actual desbravura de la divisa. Por seguir con el cuento del pienso maldito, contaban ayer que a este ejemplar con nombre de obrero, indultado por Rafaelillo, le habían preparado en chiqueros un compuesto murcianico a base de arroz de Calasparra, salmonetes del Mar Menor y un postre de paparajotes. Oiga usted, pues el banquete de La CONDOMINA funcionó. Porque menuda calidad que desarrolló en la muleta.

Rafael Rubio, lucido a la verónica, lo había saludado con las dos rodillas por tierra. No falló el refrán y este musculoso quinto resultó fantástico. Sin ser nada del otro jueves en varas, en la faena desarrolló una clase extraordinaria. Y eso que su lidiador pegó unos cuantos latigazos, con bastante toreo hacia fuera, pero el fuenteymbro fue agradecido y se entregó con calidad, movilidad, nobleza y fijeza. El aguerrido torero de la tierra aplicó por momentos la receta de la huerta murcianica, con más frescura y sabor, mientras «Operario» humillaba con excelente son al natural, tanto que a veces hasta atemperó al eléctrico Rafaelillo en un par de tandas de buena nota. Por la mano de la cuchara también se movió con rítmico son, como se apreció en valerosos muletazos de hinojos y erguido. No cesaba la fiesta a este colorado chorreado, que hizo amagos de rajarse mientras el espada pedía con descaro el indulto y animaba con aspavientos al personal. También se metió en harina el criador, con gestos al presidente. Entre la algarabía general, asomó el pañuelo naranja. Perdón de la vida para el toro que se zampó un manjar y que devolvió la sonrisa a su criador.
Antes del éxtasis (y después), el chef más profesional se apellidó Fandiño, que amasó las embestidas de «Organillero» para extraer jugosas porciones. Ni pienso ni maíz en vinagre, cocina vasca para crear el plato estrella. No prometía nada la materia prima, pero el de Orduña debió de paladear esperanzas porque brindó y en el mismo platillo encendió el fuego con la vibración del pase del péndulo. No tardó en claudicar entre los cabezazos de Ricardo Gallardo, que cada vez que un burel se desplomaba apoyaba la testa sobre las tablas. Cabeza más alta cuando vio que Iván reposaba el plato con el perfecto molde de sus telas. Oxígeno, distancias y vaso rebosante de temple. La presentación de la muleta recién salida de la plancha, poder hasta donde dejaba el toro, aplomo y ligazón. Cada vez más a rastras, entre el tornillazo de un «Organillo» de vuelta y vuelta. Las protestas del rival se agudizaron cuando se colocó entre los pitones, revolviéndose con mala educación contra el que le daba de comer. Se ganó a ley una oreja Michelin. Anduvo por encima del agrio sexto, que jamás se empleó. Dio la cara con firmeza y solvencia elogiables pero, como dicen por México, no hubo modo y apenas lo valoró el público tras el delirio en el quinto.
 
Nula opción brindó el flojo y parado lote de un deseoso Padilla. No lo resucitaba ni un saco de multicentrum. Ni pienso ni memeces, falta total de casta, refrendada en la coz que pegó el cuarto ya con la espada encima. «¡Madre del verbo!», se oyó.

El otro toro del triunfador se pegó dos volatines de tomo y lomo, se desplomó y soltó la cara en la muleta. Aunque acudió potable en varios pasajes, «Comisario» acabó mandando un pistoletazo de malas intenciones; claro que el murciano se dejaba ver al completo con esos ventanales... La pasión se desataría luego con el «Operario» que almorzó a la carta y con un pletórico Rafaelillo por la puerta grande de Murcia.

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