Urdiales, puro, da una vuelta al ruedo con Ferrera sabio y Saldívar frío
MARCO A. HIERRO,
Madrid
Y faltó en Madrid, con Joselito presente en un burladero del callejón y en el vestido de Saldívar,
idéntico al que vistió aquella tarde de la que hoy hacía 18 años. Faltó
en el encierro al bruto primero, a la movilidad del geniudo segundo, al
vulgar y soso tercero, al áspero e informal cuarto, al buey quinto y
hasta al badanudo y amplio sexto, que sacaba brío en la paralela a las
líneas y se convertía en estatua en la perpendicular. Cosa de las
querencias, vaya, que casan mal con la entrega cuando estás necesitado
de altavoz.
Ese es el problema que sólo sintió Diego Urdiales
cuando se comportaba el quinto como el niño que ve a su mamá en actitud
amenazante: no acudo al cite, no vaya a ser que me arrepienta. Un
inicio de castigo, con la muleta a los riñones en doblones poderosos,
ganando el paso hasta los medios para rematar allí con torero
trincherazo lo que henchido estuvo de suprema torería. No hubo más en
ese quinto porque comprendió la prenda que era batalla perdida. Y Urdiales que se le escapada el tiro para el que venía entregado, como se le escapó la oreja del segundo entre las manos del presidente. ¡Ay, Trinidad, Trinidad!
A la mentada autoridad no debió de convencerle la forma en que Urdiales descifró
con valor y capacidad el código del manso. Había que leerle entre
líneas al colorao para construirle el trasteo; desentendido y sin afán
en los primeros tercios, topón y sin raza en el penco, vencido en las
chicuelinas que quiso ajustarle Saldívar en quite que exigió quita. A ese le encajó Diego
el mentón al pecho, que le ofreció franco y de frente y que arrancó los
olés en el primer tramo para querer en el último llevarse el corbatín
de recuerdo. Sólido el riojano en la propuesta y en la fe,
porque Diego no se cruza; se coloca con perfecta intuición, firme
apuesta y completa fidelidad a la pureza más pura. Hasta cuando le
visitan el pescuezo dos respetables pitones. Debió pasear, en la vuelta
al ruedo sin mácula, la oreja que se quedó bajo el faldón del
presidente. De criptografías de manso andan muy escasos en comisaría.
Bastante mejor que ellos anda un Ferrera
que ha convertido en arte la lectura del código. Del manso, del bravo y
del medio pensionista. Le vio al cuarto en el capote la virtud de
humillar y el defecto de negarse a hacerlo con fluidez. Anduvo brillante
en banderillas porque sabe cuándo clavar, cuándo exponer y cuando
sesgar para firmar tercio variado y completo. Fue de descifrar el código
del manso la construcción de un trasteo que entretuvo a Antonio
corrigiendo protestas en la altura, parones en los toques y arritmias en
el tiempo hasta que llegó la conjunción en cuanto le leyó dos letras.
Todas las demás llegaron detrás. Y supo elegir el momento de dejarla puesta para ligar un muletazo y dos de pecho que sonaron demoledores entre la búsqueda,
acompasados y armoniosos cuando viajaban hacia adentro, conquistando la
voluntad del bicho y perdiendo con la espada el trofeo a su labor.
También Saldívar fue
capaz de descifrar el código, aunque no siempre de entender lo que leía
en la vitela del manso. Tuvo firmeza el mexicano, valor por arrobas y
hasta decisión en las soluciones, pero entre el viento, una frialdad
atípica en él y la complejidad del mensaje bóvido se le fue la tarde en
blanco. Porque no era la misma la solución hacia tablas que junto a
ellas para el informal sexto, ni fue la tecla del tercero recorrer la
plaza al son que marcaba el bicho. A ese le tragó llegadas dormidas, le
clavó el talón y se sobrepuso al viento, pero no dijo nada.
Y no suma pasar en silencio cuando dice
tantas cosas el código del manso para quien conoce su misterio. La
lástima es que tampoco sirve entenderlo, aceptarlo y apostarle cuando el
que saca el moquero no entiende de criptografía. Para tardes más
evidentes habrá que esperar otro código.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Corrida goyesca del 2 de mayo. Cuatro Toros de Lozano Hermanos
(manso, bruto y malo el colorao primero; de genocida movilidad el
bronco segundo; de carretas el manso quinto; de manso gemío sin ritmo el
sexto) y El Cortijillo (anodino el desclasado tercero; sin ritmo el áspero cuarto).
Antonio Ferrera (blanco e hilo negro): silencio y ovación tras dos avisos.
Diego Urdiales (rioja e hilo blanco): vuelta al ruedo tras aviso y silencio.
Arturo Saldívar (verde botella y oro): silencio tras aviso y silencio.
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