Crónica de la dramática corrida en Las Ventas
David Mora herido muy grave, Jiménez Fortes y Antonio Nazaré acabaron en la enfermería. Sólo se lidiaron dos toros en la histórica y negra tarde
En la duodécima corrida de abono de San Isidro,
 una tarde con negros nubarrones y mucho viento, hemos vivido el drama y
 hemos rozado la tragedia: al morir el segundo toro, los tres espadas 
están en la enfermería y no pueden continuar la lidia. Resulta 
inevitable suspender la corrida (algo que la mayoría de los espectadores
 nunca habían vivido). 
Lo más preocupante es la cornada a David Mora,
 muy gravemente herido, en el muslo izquierdo y quizá en el abdomen, al 
recibir a porta gayola al primero de la tarde. Aún para los más 
expertos, la impresión es tremenda, le ha arrancado la femoral. ¡Menos 
mal que ha sucedido en esta Plaza, con tan buen equipo médico y 
enfermería!
Menos grave es lo de Antonio Nazaré: en el segundo toro, sufre un fuerte golpe en la rodilla, que afecta al ligamento . En ese mismo toro, Jiménez Fortes es
 cogido tres veces, la última al matar al toro: sufre dos cornadas, en 
el muslo derecho (con dos trayectorias) y en la pala ilíaca. Como 
ninguno de los tres diestros puede continuar toreando, la única 
posibilidad es suspender la corrida.
Una cogida grave
Entremos en detalles. David Mora, que había sido uno de los triunfadores de la Feria de Abril , viene a Madrid a por todas,
 se va a chiqueros a recibir al primero a porta gayola (una suerte no 
habitual en él). Como ahora es frecuente, se coloca algo lejos (no en la
 misma raya, como antes solía hacerse). Me pregunta una vecina si eso es
 tan peligroso como parece. Le respondo: «Más». Y le recuerdo ejemplos 
de toreros heridos en esa suerte: Padilla, Espartaco, Paquirri
 y un largo etcétera... Desgraciadamente, los hechos me dan la razón: el
 toro del Ventorrillo se cruza hacia la izquierda, hace un extraño, lo 
derriba y, en el suelo, hace por él, varias veces. Cuando lo llevan a la
 enfermería, se advierte la mancha de sangre. La impresión clara es de 
un percance muy grave.
Quedan solos, mano a mano, Nazaré y Jiménez Fortes.
 Se hace cargo del primero Antonio Nazaré, que se sobrepone a la 
impresión dramática que reina en el aire. El toro hace una pelea 
discreta en varas, mete bien la cara pero es andarín. El diestro logra 
naturales de calidad (su mejor virtud) y derechazos aseados, hasta que 
el toro se para. Mata con decisión pero la espada cae un poco 
desprendida.
El segundo toro es de Los Chospes,
 uno de los dos que han venido a remendar la anunciada corrida del 
Ventorrillo. Lógicamente, se ha alterado el orden de lidia: a Nazaré le 
tocan primero, tercero y quinto; a Jiménez Fortes,
 segundo, cuarto y sexto. Eso creíamos, en ese momento, pero no va a ser
 posible. El toro derriba a Jiménez Fortes, al recibirlo con el capote. 
No sabemos si lo ha herido. Sin amilanarse, entra al quite, por 
chicuelinas, Antonio Nazaré y, al rematarlas con una media, el toro le 
da un fuerte golpe en la rodilla: cojea claramente y tiene que pasar a 
la enfermería. 
Y más cornadas
Los espectadores no ganan para sustos. Pero el drama va a continuar. Brinda Jiménez Fortes a Manuel Benítez El Cordobés,
 que esta mañana ha recibido un homenaje. El diestro malagueño – hijo de
 torero y torera, un caso único, les comento a mis vecinos - afronta con
 gran firmeza al toro, encastado, que saca genio . Pero Saúl pierde pie 
(ya le había sucedido lo mismo en este coso, el Domingo de Ramos) y, en 
el suelo, el toro le busca. Parece herido pero continúa, sin mirarse. El
 toro pega arreones y, cuando se apaga, se le queda debajo: pasamos 
nuevos momentos de angustia. (Interviene con sabia veteranía José 
Antonio Carretero). Aunque está quebrantado, Jiménez Fortes entra a 
matar recto como una vela, dejando un espadazo en todo lo alto, a cambio
 de salir con la taleguilla deshecha y – se supone – otra herida. ¡Vaya 
estocada! ¡Para quitarse el sombrero! En otros tiempos, una estocada así
 valía ya una oreja, sin contar con toda la gallardía que, antes, había 
desplegado el diestro. El público lo ovaciona, mientras pasa a la enfermería.
Los espectadores están desconcertados, no han vivido nada 
semejante, con los tres diestros en la enfermería. No es difícil 
responder a sus preguntas: se espera un tiempo para ver si alguno de los
 matadores está en condiciones de reanudar la lidia; si no, se 
suspenderá el festejo. Por desgracia, ninguno puede continuar: no cabe 
hacer otra cosa que suspender la corrida. ¿Es la primera vez que sucede 
esto? ¡En absoluto!
De memoria, recuerdo la que debe de ser la última vez, en esta Plaza, por esta razón, en el San Isidro de 1979,
 cuando las reses de Victorino Martín hirieron a Paco Alcalde, Ortega 
Cano y el Niño de Aranjuez. Pero había habido otras, antes. (Por no 
hablar de las que se suspendieron por la tragedia de un torero muerto). Y
 otras anécdotas dramáticas: en la novillada del lunes, actuó aquí el 
banderillero David Oliva; me acuerdo de cuando su padre, Emilio Oliva, 
de Chiclana, fue herido tan gravemente, en esta Plaza, que contrajo 
matrimonio «in articulo mortis» (felizmente, salió del trance). Este 
verano pasado, en Gijón, Antonio Ferrera y Javier Castaño demostraron su coraje al salir al ruedo, gravemente heridos los dos, para no dejar solo al sobresaliente...
No somos crueles ni insensibles los aficionados. Aplaudo y,
 por supuesto, deseo la pronta mejoría de los tres diestros heridos esta
 tarde. Pero recuerdo la frase implacable que escribió, en una de sus 
crónicas periodísticas, Ignacio Sánchez Mejías,
 cuando recibió una cornada grave: «Como decía el Gallo padre, el que no
 quiera que le hieran los toros, que se meta a obispo». Ésa es la 
grandeza trágica de esta Fiesta, que algunas veces – esta tarde, en Las 
Ventas – se manifiesta con toda claridad. Por eso, el torero sigue 
siendo, para el pueblo español, un auténtico héroe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario