Del Álamo, entregadísimo y asentado de verdad,
enseñó la madurez de su juventud y esa inteligencia que se gana no sin
pocos sinsabores. Atornillado siempre y creyéndoselo, dio su sitio al
toro. La clave del éxito: dejar siempre la muleta puesta y conducirlo en redondo muy embebido, con mando y temple, mente y corazón. La ligazón surgió mientras barría la tierra con profundidad.
¡Bendita sea! A derechas se cimentó la obra, pues por la zurda se
rebrincaba más. Y por la mano de la escribanía dejó una pieza final de
gran altura. El espadazo coronó la victoria. El trofeo se cinceló con oro de ley.
La Puerta Grande, al fondo
El salmantino miraba de reojo a la Puerta Grande. Y a milímetros del cielo de Madrid se quedó. Solo la espada se interpuso en ese camino celestial. Porque no se podía estar más auténtico con el último, en el que Óscar Bernal dio espectáculo en varas en medio de una lujosa ovación. Soberbio sería luego el comienzo por bajo de su matador. Poderoso y torero. Abandonado en cuerpo y alma, en una trinchera el toro de Martín Lorca le propinó un volteretón de órdago mientras se obraba otro milagro en Las Ventas. Como un boxeador noqueado, se aplomó sobre la diestra tirando de «Quinto»,
que así se llamaba este sexto. Cada vez desarrollaba más genio y guasa
el rival. No le importó al de Ciudad Rodrigo, que siguió con la misma
disposición y con ese valor natural, de muchos quilates, epilogado con manoletinas de lexatín. Pero el acero falló, que ya está escrito... Aunque no salió a hombros, sí entró por la Puerta Grande del corazón capitalino y brilló a años luz de sus compañeros.
Porque Ángel Teruel,
con esa torería añeja que gusta a los viejos aficionados, no acabó de
dar el paso al frente. Verónica y media con aroma al primero, que
parecía portar calidades pese a sus justas fuerzas. Fernando Téllez le sopló un gran par antes de que el hijo del maestro de Embajadores se doblara con aires antiguos en el principio. Anduvo con su aquel, con empaque, pero demasiado al hilo. Y el toro se apalancó, tal vez porque el madrileño apenas cruzó la línea. Con el desfondado cuarto de la corrida de Martín Lorca, que lidió un conjunto noblote y de baja casta, anduvo con demasiadas precauciones. Quiso resarcirse con un quite del perdón, entre la división de opiniones...
Miguel Tendero, que sustituía al herido David Galván,
no pudo reeditar su reciente triunfo. Lo intentó con un lote muy
deslucido, contagiado del bochorno, algo mecánico y sin emoción. Toda la
había puesto Juan del Álamo, hecho un tío a carta cabal.
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