martes, 27 de mayo de 2014

LA CRÓNICA DE MADRID

La teoría del toreo

Uceda Leal pasea una oreja y Tejela pierde otra con los aceros 

MARCO A. HIERRO  | Madrid

Llegaba esta tarde a Las Ventas después de una jornada de aprender mucho, de escuchar mucho, de asimilar mucho, y muchas de las cosas escuchadas vinieron a saludarme en la tarde como fotografías perfectas de diversas explicaciones. La teoría del toreo la explicaba magníficamente Raúl Galindo en la presentación de su libro y me la ponía en perspectiva Luis Milla en la comida comparándola con el deporte. Y ambos llegaban a una clave tan común como el sentido, que muchas veces es el menos común de todos; la economía de movimientos.

Economía para explicar la diferencia entre la ciencia del toreo y el arte del toreo, que ni son lo mismo ni vienen en lote, pero suelen ser definitivas cuando se presentan a la par. Lo sabe Uceda Leal, que fue cuando logró conjuntarlas con el buen primero cuando arrancó de las gargantas los olés más barrigueros. Domina Uceda la ciencia y compone muy bien el arte, y eso le aporta la clase. Clase para vestir de tono mayor la embestida sin pulir hasta que la tiene construida con la mano derecha. Y cuando llega la hora de la exigencia basta un leve toque con el vuelo, un embarque bien medido, un trazo de calculado pulso y una largura bien fundamentada para que lo que parece bueno rompa a superior. Y es superior sólo cuando llega el abandono de la muleta al morro, la embestida azuzada y vámonos palante. Es entonces cuando llega el arte, porque no se da cuenta el cuerpo del mecánico esfuerzo que supone el abandono, que cansa, que vacía, que hace romper a sudar casi sin que se muevan las piernas.

Ahí el arte en dos tandas de rotunda profundidad. Lo demás fue ciencia. Tiempos, pausas, milímetros de trapo bien elegidos y centímetros de pasión contenida en favor del toro para prolongar la sensación. Cierto que sobró una tanda con la embriagadora profundidad del natural hechizante que buscaba Ignacio, ya sin fortuna. Pero no lo es menos que voló la espada toricida y certera con tanta ciencia en las formas como arte en el conjunto. La perfección de la estocada para guardarse un nuevo trofeo en su colección venteña. Lo del cuarto fue otra cosa cuyo término tendremos que inventar para alcanzar con precisión el grado de mansedumbre.

Porque dice la teoría del toreo que se dice de arriba a abajo y de fuera a dentro templando el trazo. Temple. Lo dijo por la mañana con acierto Paco Aguado en la misma presentación, recordando que fue Belmonte quien acuñó el término, que no es centenario aún. Por la tarde lo enseñó por momentos un Matías Tejela más sólido y metido que en sus últimas comparecencias. Lo tuvo con el percal para soplarle una docena de lances y una media en los medios al buen tercero. Lo tuvo en dos tandas soberbias de mano diestra, una vez pasado el bache de naturales sin ritmo, cuando se olvidó de la ciencia protectora para abandonarse al arte embriagador. Siempre existirán los eruditos de la teoría que la evolución hace pretérita para silbarle la colocación. La teoría del toreo debe de permitir ligar cruzado; la de la física, no. Como no permite fulminar a un toro con medio sablazo ni, por tanto, pasear la oreja que tenía en la espuerta.

Son las cosas de la teoría las que maneja Curro Díaz para buscar con denuedo la ligazón impuesta y mal entendida. Cierto es que economiza el movimiento utilizar un sólo toque para cuatro muletazos, pero también lo es que resta pureza esa noria a la teoría del toreo. Porque hay que enganchar y soltar, según las leyes, el recorrido que tenga el toro, aunque no le hayan hecho ningún bien al segundo los recortes del inicio. Ahí chocaron de frente la ciencia y el arte, pues se quedó sin viaje el Fuente Ymbro sin ritmo. No se entendió con la ciencia a chotas para cogerle el pulso al animal, y entre intentos se le murió el tiempo. Y entre protestas pasó el del deslucido quinto para cumplir con silencios su segunda tarde del año en Madrid.
Fue de teoría y de arrestos la tarde de las cuadrillas, porque muchos saludaron ante el sanedrín la pureza de las suertes. Lo hizo Ángel Otero con el sexto después de jugarse las barbas entre pitón y pitón; lo ejecutó Montoliú en el segundo, con su brindis al cielo en memoria de padre y maestro; y lo hizo Jesús Romero después de clavar dos pares con el pecho en el balcón. Como dicen teoría, práctica y manos para la ovación.

Porque las hubo esta tarde para aplaudir la teoría del abandono cuando lo hubo, la práctica del toreo cuando se vio y dos toros de buena nota, primero y tercero, que redimieron a Gallardo con la exigente capital. Esa misma que debería -todos deberíamos hacerlo- echar un vistazo al texto de Galindo para quitarse tabúes. Y para que el toreo en la taberna se entienda mucho mejor.

FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, decimonovena de abono. Tres cuartos de entrada en tarde nublada, primaveral, agradable. Toros de Fuente Ymbro, bien presentados. De profunda embestida el buen primero, aplaudido; manejable sin ritmo el flojo segundo; entregado, enclasado y bueno el tercero, aplaudido; rajado y protestón el cuarto; deslucido el quinto; con disparo sin clase y a menos el sexto.

Uceda Leal (sangre de toro y oro): oreja y silencio.
Curro Díaz (palo de rosa y oro): silencio y silencio.
Matías Tejela (sangre de toro y oro): ovación tras aviso y silencio.
Saludó tras parear al segundo José Manuel Montoliú, tras parear al tercero Jesús Romero y tras parear al sexto Ángel Otero.

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