La música callada del toreo
"A veces nos sentimos privados de fundir
lo que realmente sentimos, la música, con nuestra pasión, el toreo. Y,
además, en la primera plaza del mundo. Sería brutal". Así expresa con
palabras Don Francisco García, maestro y director, lo que no puede
expresar musicalmente mientras el instinto sentimental del espectáculo
está en ebullición: "soy componente de la banda desde el año 1980.
Posteriormente, por antigüedad, desde el año 2010 soy director de la
misma".
En 1939 se decidió que no se tocara más
la música con el toro en la plaza "tan sólo con una excepción en el año
1966, cuando Antonio Bienvenida toreaba seis toros y solicitó permiso
al presidente para que tocase la música...y sonó", añade entre sonrisas
el culpable actual de que, en tardes como la abreferia, el sopor manso
de la corrida y la fatiga ambiental del verano primaveral no carcoma,
desde la piedra a la almohadilla y de ésta a los propios aficionados, la
poca esperanza de ver saciada su sed taurómaca. Es por ello que tardes
como la del pasado Viernes, con la corrida de Valdefresno, hacen que el
pasodoble sea un medio de escape a la monotonía tediosa del sopor.
En su repertorio, más de un centenar de
piezas que forman parte del silbo de la afición venteña: Plaza de Las
Ventas, Antoñete o el recién estrenado Toros en Las Ventas son algunas
de las composiciones más características de la plaza. Y, entre las
mismas, el ya clásico Florito, "que lo tocamos siempre que sale el
mayoral con sus bueyes", afirma García. No pudo estrenar aquel día, en
esplendor taurómaco, David Mora su pieza. De nueva creación, la Banda la
interpretó cuando el alma vacía del toledano era silenciada por la
también hueca recepción sentimental de los aficionados. Tan sólo la
música, interpretando David Mora, pudo saciar aquella angosta tarde.
España Cañí, insigne acompañante de la presión innata del que el paseíllo madrileño es fiel compañero en el paseo de los valientes: "Cuando entré de director se tocaba cualquier pasodoble, pero poco a poco veía la necesidad de introducir 'el pasodoble de Madrid´, como ocurre en plazas como Valencia, Sevilla o Albacete. Desde 2010 lo hemos interpretado en el paseíllo y ya ha calado en el público,...se está convirtiendo en una seña de identidad de la Plaza de Madrid". Fue la pieza el primer pasodoble que se escucharía al inaugurar el sueño irreal de Gallito el 17 de junio de 1931.
Se le entreabren los ojos cuando pronuncia el maestro la palabra 'seña´. Todos sabemos lo que conlleva una seña en la vida de cualquier persona: no la define pero puede ayudar a interpretarla. Seña no equivale a tradición hierática. Es justo cuando vuelvo a repetir el apelativo y lo adhiero al adjetivo venteño el momento en que el director rompe el instinto musical-taurómaco que lleva dentro: "En muchas ocasiones nos sentimos privados por no poder expresarnos: realmente hay faenas que piden música, pero no podemos atrevernos". Cuestión de instintos sentimentales prohibidos por parte del pueblo que forman tapadilla perfecta e irreal al conjunto democrático de la mayoría. 'Seña venteña´, que lo apelan.
La partitura de la afición fémina
Rosa María Cortés se trata de la única
mujer que, en la actualidad, forma parte de la corporación musical
venteña "y, además, soy aficionada", añade mientras el último sol
vespertino comienza a des-colarse de entre las rejillas que el palco 29
guarda para sí. "Es un auténtico placer poder disfrutar de tus dos
pasiones: la música y la tauromaquia, unidas en treinta días". Y un
placer, apostilla propia, poder contar entre las filas de la Fiesta con
personajes tan comprometidos como los que aquí confiere. "Es difícil
para alguien que no es aficionado aguantar treinta calurosas tardes
–entre risas- . Menos mal que la afición socorre las penas..." como la
de aquella tarde soporífera de la apertura isidril.
¡El pañuelo de la verdad no es el presidencial!
Y en esto que detiene el tiempo un hombre. Un anciano con alma de niño boyante que acudir por precepto tiene cada tarde al coso que un día le hizo sacar no sólo su afición sino su vida adelante. Antiguo acomodador de Las Ventas, "Picazo" no rehuyó de su instinto productivo en la calle Alcalá y desde el júbilo final de sus días de gloria participa en esa misma gloria a través de la música. "Picazo –añade Cortés- es nuestro guía: un músico, que está concentrado en lo que ama mientras toca, él es el encargado de decir el ¡basta! perfecto con su pañuelito cada tarde". Y ahí sigue Picazo, reventando notas cada tarde por presagiar lo que unos clarines, segundos después, anuncian a toda la plaza. Sale el toro y para la música, justo cuando, en ese momento, debía empezar a sonar la alegría que amenizara el fiel examen del que el albero venteño es testigo.
Cuestión de señas, de instintos temporales, de vanas tradiciones que se transforman en hieratismo que, por décadas, se convierte en el típico tópico del se hace porque se ha hecho siempre. Y entonces llega Joselito, pone Las Ventas en pie y el público pide la música. Y, como se ha hecho siempre, la música callada del toreo es obligada a prestar servicio al silencio del olvido, ese que nunca olvida que siempre se hizo así.
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