Heredero de la afición de Doña María, Don Juan Carlos siempre ha defendido la Fiesta
EFE
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andrés amorós
Cada uno de nuestros Monarcas ha tenido, lógicamente, sus
aficiones y preferencias personales. En conjunto, sin embargo, es
evidente que prevaleció en ellos el respeto hacia esa pasión de tantos
españoles. (Lo ha estudiado Juan Manuel Albendea en su libro «Desde la Maestranza»).
Es fácil recordar algunos hitos históricos. Los motivos de alegría de la Familia Real se
han celebrado muchas veces con corridas de toros, para hacer partícipe
al pueblo de ese regocijo: ya en el año 1080 tuvo lugar, en Ávila, un
festejo taurino real. Es bien sabido que Carlos V, por afición o por legítima defensa, alanceó un toro en Valladolid.
Últimamente, Gonzalo Santonja ha defendido,
en contra de la opinión de otros historiadores, que Felipe II sí era
partidario de las corridas de toros. Lo indiscutible es que se negó a
sancionar la Bula «De Salute Gregis», del Papa Pío V,
que prohibía las corridas de toros, aduciendo que el correr toros, en
España, «era una antigua y muy general costumbre de estos nuestros
reinos». Una vez más, se comportaba como «Rey Prudente». Felipe III
mandó construir la Plaza Mayor de Madrid, entre otros motivos, para que
fuera escenario de las fiestas de cañas y toros. En un romance del Duque de Rivas
se evoca el espectáculo de una corrida real en ese lugar: «Está en la
Plaza Mayor / todo Madrid celebrando / con un festejo los días / de su
Rey Felipe IV».
Menos afición por la Fiesta mostraron los Borbones del
XVIII, la época de las grandes polémicas de los ilustrados: en contra,
Jovellanos; a favor, Nicolás Moratín y Goya.
Pese a las discusiones, esta es la época en la que nace la Tauromaquia,
entendida en el sentido moderno de la palabra, y se construyen los
cosos de las Reales Maestranzas de Caballería de Sevilla y de Ronda.
Curiosamente, José Bonaparte, para ganarse la simpatía del pueblo, levanta la prohibición de las corridas de toros que había decretado Carlos IV.
Durante la guerra de la Independencia, se celebran festejos tanto en
honor del «rey intruso» francés como de los patriotas españoles. Y en el
reinado de Fernando VII nace la escuela de Tauromaquia de Sevilla.
En el XIX, la Fiesta alcanza gran esplendor durante los reinados de Isabel II, Alfonso XII y Alfonso XIII. Mención especial merece la popularísima Infanta Isabel, «la Chata», gran aficionada.
El breve repaso debe cerrarse con los padres de Don Juan
Carlos. El 7 de septiembre de 1985, al conmemorarse el bicentenario de
la Plaza de Ronda, Don Juan de Borbón inauguró, como Hermano Mayor, el Palco Real de esa Plaza. Todos conocemos la profunda afición de Doña María
a la Fiesta y su predilección por Curro Romero. Delante de la sevillana
Plaza de los Toros, un monumento la recuerda: es un símbolo claro de la
profunda unión que siempre ha existido entre la Corona y la
Tauromaquia.
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