Comenzamos con mal fario: el primer toro, que embiste con nobleza, se parte el pitón contra el burladero. Se corre el turno: El Capea mata
dos toros de Julio de la Puerta. El primero es manejable pero flojea.
Pedro conoce la técnica de torear (de casta le viene...), le da
distancia, se muestra correcto pero no logra conectar con
el público. No acierta en la suerte suprema. El cuarto echa las manos
por delante, rebrincado; no puede con su alma (si los toros tienen
alma); flaquea constantemente. Me apuntan: «Se llama Rezador: por eso se
arrodilla». El trasteo no tiene interés y tampoco mata bien. No ha habido sorpresas: el diestro posee buen oficio pero le falta expresión, estética, plasticidad...
Episodio dramático
Alberto Aguilar es
el torero que actuó más veces en Las Ventas, la pasada temporada, y con
éxito, cortó dos orejas. Ha sufrido un grave percance en América, lleva
ahora un aparato ortopédico. En el segundo, vivimos un episodio
dramático, en varas: derriba al regatillo al picador,
se encela con el caballo, no hay forma de sacarlo de allí, a pesar de
los valentísimos monosabios. Como ha transmitido emoción, brinda Alberto
Aguilar al público, comienza bien pero el toro enseguida se apaga por
completo: solo queda matarlo y lo hace de un buen espadazo.
Tiene la fortuna de que el quinto, aunque flaquea un poco, se mantiene en pie y se mueve. Logra Alberto una faena lucida, uniendo valor e inteligencia. Como el toro repite, tienen majeza los naturales y los remates, rodilla en tierra. Faena intensa, que remata volcándose al matar, aunque el toro es tan alto como él: merecida oreja.
Estatua de piedra
Sustituye al herido Paco Ureña el colombiano Sebastián Ritter.
En sus anteriores comparecencias demostró ya su valor estoico. Vuelve a
hacerlo esta tarde, en condiciones poco propicias, por su escaso bagaje
profesional. Sale descoordinado el tercero,
se devuelve y corre el turno. El toro es muy flojo, cae varias veces,
se apaga. No le valoran ni que se meta entre los pitones, con su
habitual arrimón. Es lógico: no se puede torear a una estatua de piedra.
Se justifica con una buena estocada.
El último es un sobrero del Ventorrillo (le había correspondido a David Mora, la tarde que fue herido). El toro es serio, con muchos pitones.
Ya de salida le arranca el capote, con la cara por las nubes; hace hilo
en banderillas; llega a la muleta con feo estilo y evidente peligro. El
joven Ritter no se amilana pero
no logra domeñarlo: los espectadores pasamos momentos de auténtico
miedo. Ya herido, el toro sigue embistiendo con peligro. Se suceden los
descabellos, con el diestro ya descentrado y sin suficiente ayuda de su
cuadrilla. Se libra de la vergüenza de que retiren el toro a los
corrales porque la res dobla, justo cuando suena el tercer aviso. Lo mejor: ha salido ileso.
Triunfo de Aguilar, riesgo grande de Ritter: demasiado poco para una tarde plúmbea, por la lamentable flojedad de los toros.
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