sábado, 26 de julio de 2014

LA CRÓNICA DE SANTANDER

La boca cerrada

Robleño corta una oreja, Castaño casi y Bolívar la pincha

MARCO A. HIERRO, Santander
Una oreja se paseó en Santander en el cierre de la feria y pudieron ser más. Hasta cuatro toros de Victorino lo posibilitaron. Todos con matices distintos, con argumentos distintos, con distinta oferta pero con la exigencia propia. Dieron opciones esos cuatro de la A coronada, pero ninguno fue para abrir la boca ni para sacar pecho. De hecho le valoraba el tendido a alguno de los otros, lo que no valieron, que no hubiese abierto la boca. Y el cuento sigue valiendo a estas alturas del siglo XXI.

Es un cuento que el toro bravo no abra la boca, como lo es que la montera traiga la suerte si cae boca abajo, pero mira que les gusta la boca a los del cliché en la taberna. Un toro que tiene entrega debe hacer un esfuerzo superlativo en la faena de exigencia, donde le duele, además, el escorzo a que lo obligan, el continuo humillar de cuello y dorso, la repetición del empuje de riñones adelante y la adrenalina obligando a seguir cuando el cuerpo dice basta. Si cuando llega la hora no tiene el toro medio metro de lengua fuera es que de todo eso no ha habido cuarto ni mitad. Y si no lo ha habido, olvídense de la palabra bravo. Los matices son otros.

Los matices del bravo se ponen de manifiesto en la cara colocada del primero, que empujaba con las puntas la muleta de Robleño para que le dibujara el madrileño los larguísimos derechazos. Importante en la arrancada, en la llegada al embroque y en la constante intención de seguir el trapo con el que imponía Fernando despacio, sin prisa. Más arisco al natural el cárdeno de extremadura, que sí arrastraba la lengua cuando se perfiló Robleño y lo fulminó de una estocada para enseñar en las escuelas. Ese fue el de la entrega, uno de los que valió. El cuarto, por contra, fue el de la boca cerrada por embestir con el pecho, con las manos, en bloque. Lo fue por no emplearse, por gazapear, reponer y arrollar en ocasiones. A ese lo aplaudieron porque no abrió la boca. Menos mal que al torero también, porque suele ser ese ejemplar, y los que son como ese, el que deja a los de luces con la boca partida por taparle los defectos. Precisamente porque termina con la boca cerrada.

Valió el sexto para la apuesta, para quererse morir en el trazo viendo pasar despacio los dos pitones del gris y esperando la mosqueante revuelta humillada que buscaba el tobillo. Lo hizo Bolívar en Santander, intentando el enganche adelante para llevar sometido a Mitaya, cárdeno de lomo recto que tiraba la piedra y escondía la mano. Conectó al ataque el colombiano, que no se confió nunca pero llegó a no importarle, y que tenía en la mano un trofeo cuando le falló la espada. Y a callar la boca cuando más falta le hacía. Porque había enlotado primero al otro de la boca cerrada, el que probó, se frenó, protestó violento y se vino cruzado para hacer imposibles colocación y ritmo. Tampoco ayudaron nada los dos bajonazos infames que dejó Luis en la muerte. Por eso fueron los pitos.

Los otros dos con opciones, alguno hasta para hacer el toreo, cayeron en las telas de Castaño, que se fue sin abrir la boca. Porque le sacó por fuera al segundo la embestida profunda, humillada y seria antes de vender las miradas del animal y hacerlo pasar por una alimaña. Porque le costó un mundo en el quinto ir a buscarle el enganche al bovino cuando no venía. Tuvo ese encendida codicia en el capote para ponerse a la grada a favor, pero vino despacio en la muleta cuando se acabaron las inercias, y hay que tener dos pelotas para aguantarle el ralentí con temple a uno de Victorino. Ligó un par de series de escaso ajuste y se le entregó el tendido, donde estaban los aplaudían la boca cerrada. Y hubiera tocado el pelo sin no falla la cruceta en día de salir la cruz.

Porque para abrir la boca no basta con tomar dos vinos y pegar cuatro voces cuando el ignorante escucha. Hay que entregarse a la tarea, tener codicia en el aprendizaje y cerrar la boca a tiempo. Que luego no somos capaces de ver que el toreo es al revés de como nos lo han contado. Pero como basta con sentarse en el tendido...

FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Cuatro Caminos, Santander. Séptima y última de la Feria de Santiago. Casi lleno en tarde soleada, agradable. Seis toros de Victorino Martín, bien presentados pero de juego desigual. entregado el primero, con clase e importancia; de profundo y exigente pitón derecho el segundo; manso, incierto y probón el complicado tercero; sin entrega ni calidad el cuarto; pasador y obediente, de corta humillación el quinto; de suave llegada y medidor final el sexto.

Fernando Robleño (tabaco y oro): oreja y ovación.
Javier Castaño (marino y oro): ovación y silencio tras aviso.
Luis Bolívar (sangre de toro y oro): leves pitos tras aviso y silencio.
Saludó Ángel Otero tras parear al primero y David Adalid y Fernando Sánchez tras parear al quinto.

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