Esta serie ha de morir donde nace el toreo moderno, el toreo eterno, en el manantial de todo, en Juan Belmonte
Juan Belmonte posa con el capote de paseo en el hombro en 1919.
EFE
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ZABALA DE LA SERNA
Esta serie ha de morir donde nace el toreo moderno, el toreo eterno, en el manantial de todo, en Juan Belmonte.
Las golondrinas asustadas levantaron el vuelo. El trueno de la detonación atravesó el aire, y Sevilla se vistió de luto. El 8 de abril de 1962 caía abatido por su propia mano Juan Belmonte en la soledad de su finca Gómez Cardeña. El capítulo que nunca escribió Chaves Nogales. La leyenda superaba a la novela que la construyó, Belmonte desbordaba a su personaje visionario. Juan por fin empataba a Joselito el Gallo 42 años después: "José me ganó la partida en Talavera".
La reveladora (auto)biografía de Chaves adelantaba ¡en 1935! las tempranas tendencias autodestructivas del Pasmo de Triana: "En 1915 estuve un poco chiflado. Llegué a estar tan sugestionado por las lucubraciones literarias, que terminé pensando en suicidarme. (...) Tenía en la mesilla de noche una pistola, y muchas veces la cogía, jugueteaba con ella y la acariciaba, dando por hecho que de un momento a otro iba a disparármela en la sien".
En el 62, Juan Belmonte se enfrenta a un toro que no quiere lidiar. Lo cuenta Santi Ortiz, que ha escrito lo más puro del trianero en este 2014, a cien temporadas de su alternativa (16 de septiembre de 1913): "Un horizonte de medicamentos, controles, revisiones, hospitales, cuidados, prohibiciones y renuncia de vida (...) le priva del placer de torear, de montar a caballo, de hacer el amor en conciciones..." Es la desnuda fotografía de Gyenés de la decrepitud frente al retrato de juventud de Juan, es la frase tremenda de Salcedo Ramos: "La mala noticia es que el placer también nos despedaza". Enriqueta Pérez Lora, su amante furtiva y otoñal, vestiría por última vez en Gómez Cardeña al genio desmedido que alumbró el toreo moderno.
Gregorio Corrochano bautizó como la Edad de Oro la época de José y Juan, a cuyo paso pregonaba El Guerra que lo viesen pronto, antes de que lo matase un toro. Ya ves. Un día antes de la tragedia de Talavera de 1920 compartieron cartel en Madrid por última vez, seis años después del primer paseíllo, un 2 de mayo de 1914 a la luz de Málaga.
'El Pasmo de Triana' y la Guerra del 14 suponen la ruptura drástica con el pretérito, 'dos abismos', dice Ortiz
La revolución belmontina dividió la España taurófila -"ni me quito
yo, ni me quita el toro"-, atrajo a los intelectuales más porosos al
toreo de una generación reacia como la del 98. Aquellos que encabezaron
un homenaje en la capital de España en 1913, con Ramón Pérez de Ayala al
frente de la organización y el discurso: "Ya que Juan Belmonte se
encuentra entre nosotros, hemos juzgado necesario obsequiarle con una
comida fraternal en los jardines del Retiro. Fraternal porque las artes todas son hermanas mellizas,
de tal manera que capotes, garapullos, muletas y estoques, cuando los
sustentan manos como las de Juan Belmonte y dan forma sensible y
depurada a un corazón heroico como el suyo, no son instrumentos de más
baja jerarquía estética que plumas, cinceles y buriles. Antes los
aventajan, porque el género de belleza que crean es sublime por
momentáneo, y si bien el artista de cualquier condición que sea se
supone que otorga por entero su vida en la propia obra, sólo el torero
hace plena abdicación y holocausto de ella".Los terrenos divididos entre los del toro y el torero los transgrede Belmonte. Caen las fronteras y la supresión del movimiento (de piernas) da paso al juego de brazos, que aún vuelan altas las telas, siempre por delante de la cara de la bestia. Nace el temple, la arquitectura del temple, el terremoto del temple: "Puedo decir, sin jactancia, que toreé despacio y limpio a toros fuertes y rápidos. Cuando el acierto y la inspiración fueron mis acompañantes, el lento andar del engaño que mis manos movían regulaba la velocidad del toro".
Después de Juan todo el mundo quiere torear como Juan. La deificación del concepto belmontista acarrea cifras dramáticas entre los apóstoles que pretenden seguir su camino con aquel toro de indómito carácter: entre 1920 y 1936 mueren 40 novilleros en los ruedos. Los supervivientes desarrollan, en una fabulosa Edad de Plata, los preceptos dictados en la de Oro y ahondan en la ruptura con el toreo del XIX: "El cataclismo de su tauromaquia derrumba y pulveriza el edificio del toreo decimonónico (....) Belmonte y la Guerra del 14 marcan una infranqueable línea dividisoria (...) Belmonte, para la Tauromaquia, y la Guerra, para la Historia, constituyen dos abismos que desconectan lo que acontece antes y después (...) suponen la ruptura drástica con todo lo pretérito" ('Juan Belmonte, a un siglo de su alternativa'. Santi Ortiz. Ed. Bellaterra).
Y la ruptura incluye a Joselito el Gallo, inseparable de la Edad de Oro incluso en este 2014 de los 100 años que Sevilla conmemoró con la soberbia exposición 'Joselito y Belmonte, una revolución complementaria'. Realmente la revolución -aunque a José ya le obsesiona la selección y el pulido de la bravura- es de uno: como toreaba el Pasmo no había toreado nadie.
Las facultades gallistas nada tenían que ver con las belmontistas. Cuando Joselito superó las cien corridas -su listón se fijó en 105- se festejó en Sevilla como la hazaña que significaba. Una marca que, se pensaba, ni el propio Gallito repetiría (lo haría por tres veces). "De Belmonte ni sospecharlo; se hubieran reído de quien apuntara la sospecha", escribe Corrochano. "¡Cómo iba a poder con tantas corridas un torero que no sabía saltar la barrera! Pero Belmonte, que es un humorista, dio la clave de su posición en el toreo contestando a una interrogación impertinente: '¿Cómo puede usted torear, si no puede correr?' Y replicó: 'Yo creí que el que tenía que correr era el toro'". En 1919, rompería el techo gallista con 109 paseíllos.
Hasta la publicación del libro de Ortiz esta temporada, la obra de Chaves Nogales ha sido la mayor referencia del genio adelantado a los tiempos: "Pongamos a lidiar toros viejos, resabiados, broncos, ilidiables. La fiesta quizá vuelva a encender así los antiguos apasionamientos; pero entonces ¡adiós a la torería actual!, ¡adiós la filigrana y la maravilla del toreo! (...) Yo no sé si el aficionado se divertiría hoy viendo torear como toreaba Pepe-Hillo". Mas la contradicción premonitoria también habitaba en el Pasmo: "El toro no tiene hoy ningún interés. Es una pobre bestia vencida. A este dominio se ha ido llegando por sucesivas etapas. Yo fui, acaso, una de ellas".
Y las golondrinas alzaron el vuelo asustadas por la detonación aquel 8 de abril de 1962.
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