Magistral y majestuosa tarde del valenciano, aunque solo se marchó a hombros Manzanares
Pero al maestro de Chiva no había bochorno que lo paralizara. Vestido de rojo fuego,
pondría de ídem los tendidos mientras se hartaba de torear a placer.
Por ambos lados, cada vez más pausado, con la tela adelantada, la muñeca
rota y entonando un vals con el domecq, un portento de clase pese a su
justa fortaleza. «Espía»
se llamaba. Pero fue Enrique Ponce el agente encargado de extraerle
toda la información hasta desembocar en ese tres en uno que levantó
atronadoras ovaciones. Aún quedaba un circular invertido y un torero
remate. Y el espadazo, que desató la pañolada. La obra era de dos orejas sí o sí, pero el señor presidente se empeñó en darle solo una. Con su pan se la coma.
Ponce, una bestia del toreo con 25 años en el frente,
no se conformó con eso. Si aquella faena inicial fue de una belleza
extraordinaria, la que cuajó al cuarto contuvo aún más méritos. El quite mixto por verónicas
y chicuelinas prendió la chispa, pero la hoguera tomó cuerpo en las
torerísimas dobladas, tantas que perdimos la cuenta. El manso quería
tablas, y allá le planteó una soberana faena diestra. Era de doble
trofeo, pero pinchó y todo quedó en vuelta al ruedo. Los gritos de «¡torero, torero!» se oyeron en su tierra de Valencia.
El segundo, con el hierro de Parladé, no poseía grandes calidades. Había que llevarlo tapadito, y así lo hizo Morante,
que lució toda su técnica, por si alguien dudaba de ella... Los
ayudados iniciales a media altura desembocaron en unos por bajo de
superior hondura. Turno de la mano de escribir para ligar en redondo, con colocación sincera. Cabal por el zurdo, de uno en uno y con los pasitos adecuados. Faena medida, en la que el pinchazo enfrió los ánimos.
Tras el éxtasis del director de lidia, la gente estaba loca por ver el capote de Morante
El tercero desarrolló un turbio viaje dentro de su mansedumbre y propinó un seco golpe a Curro Javier
durante la lidia. Manzanares tuvo la virtud de llevarlo embebido en las
telas, tanto a derechas como a izquierdas, recreándose en un invertido.
Con el toro más rajado ya, acabó en las tablas con una estocada recibiendo made in José Mari.
Se le coló en los inicios el sexto, que cabeceaba pero obedecía con su
anovillada carita. El alicantino, con pases más entonados y otros más
mediocres, lo cazó de otro espadazo. Le obsequiaron con otra oreja y se
marchó a hombros, aunque nadie recordaría un solo muletazo a la salida.
A pie se iría el que de verdad era merecedor de la puerta grande: Enrique Ponce. Magistral y majestuosa su tarde.
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