domingo, 10 de agosto de 2014

Iván Fandiño, la historia de un campeón

Figura imprescindible en todas las ferias, acepta el reto de torear de nuevo en la Feria de Otoño de Madrid

Es una historia verdaderamente singular (incluso dentro del mundo de los toros, ya bastante singular de por sí): un chiquillo que no tiene antecedentes taurinos en su familia, ni ha nacido ni vive en tierras donde haya ganaderías, descubre la Fiesta en la televisión y sueña con ser torero. Nadie le va a ayudar. Recorre solo el duro camino del aprendizaje: escuelas taurinas, capeas, novilladas sin picadores. Un joven empresario cree en él: juntos, se enfrentan a todas las estructuras del negocio taurino, que no le aceptan entre los suyos. Como si fuera una película de éxito, el final es feliz: ese joven es, ahora mismo, figura del toreo, uno de los triunfadores indudables de la temporada. Se llama Iván Fandiño. Este año, ha abierto la Puerta Grande en San Isidro y, desde entonces, ha encadenado los éxitos.

—Tu familia es gallega.
—Mi padre es de Oza dos Ríos; mi madre, de Abegondo. La mayor parte de mi familia vive en Galicia. Por eso, me agrada mucho torear en Pontevedra, en La Coruña. Hablo gallego; mejor dicho, lo chapurreo. Y mis raíces se notan en mi carácter: en la paciencia, en el sosiego.

—Pero naciste en Orduña, en Vizcaya.
—Mis padres emigraron al País Vasco. También hablo el euskera: lo aprendí en el colegio pero apenas lo uso.

—Cuentan que fuiste pelotari.
—Jugaba a la pelota a mano. Llegué a ser seleccionado para algún campeonato. Pero comprendí que quería ser torero.
—¿Cómo descubriste ese mundo?
—Como tantos chicos, entonces: en la televisión. Me fascinó. Mi tío tenía un vestido de torear y decía que iba a ser para mí. Luego, vi toros en las Ferias cercanas: en Llodio, en Amurrio...

—No tuviste muchas facilidades para realizar tu vocación.
—Ninguna. Todo lo que tengo me lo he ganado a pulso.

—¿Cómo aprendiste el oficio?
—Como cerraron las Escuelas de Bilbao y Vitoria, me fui para la de Valencia: con un amigo, alquilamos un apartamento en Puerto Sagunto pero no veía oportunidades. Marché luego a Sanlúcar de Barrameda, con Diego Robles: fui conociendo la verdadera dureza del toreo. De allí, a las capeas, en Guadalajara: esos pueblos con pilón y una Plaza de carros. Entre tres o cuatro «capas», alquilábamos un pisito. Yo no lo hacía por dinero sino para aprender. Logré no coger esas martingalas que valen solo para defenderse. Y, felizmente, no tuve graves percances.

Se produce, entonces, el encuentro decisivo. Aparece Néstor, un joven que ha llegado a torear 60 novilladas, sin gran éxito. Al dejarlo, estudia y decide abrir una empresa taurina en Guadalajara. Ve torear a Iván, en una novillada y advierte que hay en él un gran potencial, decide apoderarlo... Hasta hoy. Además de apoderado, Néstor es el amigo inseparable, el mentor y el complemento de Iván. Los dos emprenden su guerra particular.

Iván Fandiño, la historia de un campeón
j. r. ladra
 
Fandiño y su apoderado
—¿Por qué te ven todos como un guerrero?
—Personalmente, soy pacífico, pero en la Plaza siento la necesidad de afrontar los enfrentamientos con cualquiera.

—Te ha costado mucho entrar en los carteles de figuras.
—No soy de quejarme. Las estadísticas están ahí. Que los demas juzguen. 

—No te ha ido mal, al enfrentarte con El Juli, en Madrid y en Mont de Marsan: fue una de tus mejores tardes, con reses de La Quinta, que no son tan fáciles.
—Sí, cuajé un toro muy a gusto. Intento mantener siempre el concepto que yo busco.

—¿Qué te ha parecido esa unión de toreros en el llamado G-5?
—Lo respeto pero no lo comparto. Yo soy el único dueño de mi carrera, de mi libertad. Quiero gobernar mi vida.

—José Tomás te aceptó en el cartel de León y le brindaste un toro.
—Me propuso la empresa, días antes del éxito de Madrid, y él no puso inconvenientes. Creo que ha visto en mí algo de lo que él ha pasado.

—También has brindado a Talavante, hace poco.
—Sé muy bien lo que es sentirse en la soledad.

—Pero creo que te equivocaste al no brindar al Rey Don Juan Carlos.
—Yo no soy antinada. No se le debe dar a eso ningún significado político. Simplemente, no veía que fuera un toro para hacer faena; lo mismo pasó en el segundo, aunque llegué a cortarle la oreja. Si me hubiesen parecido toros de triunfo, le habría brindado uno al Rey. Luego, cuando subí a saludarlo al Palco, estuvo especialmente cariñoso conmigo. Recuerdo que me gastó una broma, viéndome junto al Juli: «Ya sé que sois muy rivales, en la Plaza, pero debéis ser más amigos, fuera de ella».
—Por fin, has abierto la Puerta Grande de Las Ventas. ¡No me digas que fue espontáneo el gesto de entrar a matar sin muleta, que tanto impresionó a la gente!
—Hasta cierto punto. Lo hice en Bilbao y no salió bien: además de arriesgada, es una suerte que depende mucho del azar. Me quedé con ese resquemor. Tenía que quitarme esa espina en una Plaza importante: fue en San Isidro y salió bien. Era el momento.

—Todavía no has logrado salir a hombros en Bilbao pero este año has apostado fuerte, dos tardes seguidas.
—No hay que obsesionarse con las puertas grandes: las cosas han de ir viniendo.

—Torear los toros de La Quinta, otra vez con El Juli, en Bilbao, es un trago.
—Quería hacer este año algo especial. Lo fácil nunca me ha gustado. Mientras tenga combustible, hay que acelerar.

—Llevas ahora una racha tremenda.
—Estoy llegando a conseguir un nivel alto; sobre todo, mantener la regularidad, en las Plazas fuertes. Llevo ya tres temporadas en primera línea y es lógico que esté más asentado.
—Lo vas a culminar con los seis toros de Guadalajara.
—Quiero demostrar mi cariño a esa provincia, donde vivo

—¿Vendrás a la Feria de Otoño?
—La empresa tiene gran interés y yo le debo mucho a Madrid, aunque aún no está cerrado. Siempre que, en Las Ventas, han querido ver a Fandiño, lo han visto. Por lo tanto, todo apunta a que torearé en Otoño.

—Y yo espero que vengas. ¿No te pesa el final de la temporada?
—Ninguna temporada me ha pesado, hasta ahora. La prueba: que he seguido en América.

—¿Qué Plaza importante te queda por conquistar?
—Sevilla.

—Francia sí que es muy tuya.
—Sí, tengo mucho cartel allí. Mi asignatura pendiente es Nimes.

—¿Y en América?
—He triunfado en Colombia, Ecuador y Perú. Me falta confirmar en México.

—¿Hay algún torero histórico que suponga, para ti, una referencia?
—No soy mucho de vídeos antiguos. Me ha gustado ver a Joselito el Gallo, claro está. Soy como una esponja: intento absorber, de todos, lo que encaja con mi estilo.

—Creo que has avanzado con el capote. En un anuncio, con la fotografía de una verónica, has puesto: «Puro Fandiño». ¿Qué quiere decir?
—Son dos cosas: busco hacer el toreo puro, claro está (aunque, en algunas Plazas, más festivas, añada otras cosas). Intento torear con cercanía, con pureza, aunque eso suponga que, alguna vez, se produzca algún enganche. Pero también me refiero al sentimiento, al alma que entrego, cada día.

—En tu faena de muleta, ahora, lo esencial son los naturales. Me gustan menos las bernadinas finales. (Néstor apostilla, con razón: «Son mondeñinas y muy arriesgadas»).

—Sí, le estoy cogiendo el punto a la mano izquierda. Ahora estoy entrenando más, otra vez, con la derecha. Si a muchos toros, ahora, les falta el final de faena, lo he de poner yo. 

—Para eso está tu espada, sacando el brazo desde el centro del pecho. ¿Con quién lo has aprendido?
—(Señala a Néstor, una vez más). El problema es que no sé aliviarme, aunque quisiera...

—Siempre se ha dicho que el torero conjuga técnica, valor y arte. ¿En qué proporción lo haces tú?
—En mi caso, hay que añadir una cosa más, un 80% de corazón. No es solo valor, no: es fe, pasión, querer de verdad ser torero... La técnica es necesaria pero no debe verse, ha de quedar subconsciente.

—¿Toreas siempre igual?
—No. Intento imponer mi concepto, pero adaptándolo al tipo de toro.
—¿Qué pasaría si te llamara, para apoderarte, una casa grande? ¿Dejarías a Néstor?
—Ya me han llamado varias casas grandes. Lo hicieron, sobre todo, cuando empecé a romper. Ahora parece que ya lo han dejado... Lo que él y yo hemos vivido es irrepetible: vamos a la guerra todos los días, estamos solos.

—No es frecuente escuchar algo que tú dices: que tienes pocos amigos, en el mundo del toro.
—Es lógico: todos los toreros queremos ser el número uno, no compartir el éxito. Pero tengo mis amigos de verdad, en Orduña y en Guadalajara.
—¿Qué vida haces, allí?
—Estoy en el campo, no me siento a gusto en la gran ciudad. Hago una vida espartana. Me levanto a las seis de la mañana, para entrenar. Antes de comer, descanso un poco. Después, sigo entrenando. Es algo parecido a lo que hace un boxeador, por la similitud de preparación y de mentalización. Me siento próximo a la historia de Rocky Balboa: a su lucha, cuando nadie creía en él. Me gustan los caballos, los perros; en música, el flamenco, el cante jondo (es lo que escucho, en los viajes). No soy de leer libros de toros (Néstor, sí, muchísimo); no llevo móvil; me acuesto temprano. Me paso el día pensando en el toro: es una forma de vida. Soy un enfermo de torear.

—Para alguien que sea tu pareja, no parece muy fácil...
—Si se enamora de mí, lo tendrá que entender.
—Y, ¿cuando te retires?
—No me veo en la ciudad, para nada. Seguiré en el campo, libre, sintiendo la naturaleza.

—¿De qué te sientes orgulloso?
—De los trofeos que he cortado, en Plazas de primera. De las Orejas de Oro que me han concedido. De que algunas Plazas importantes no comiencen a hacer sus carteles sin contar conmigo. De haberlo conseguido con mi independencia y libertad.

He recordado la preciosa canción de Frank Sinatra. Todo lo que ha conseguido Iván Fandiño lo ha hecho «a su manera».

Sus triunfales «combates» con el G-5

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