Corta una oreja al único válido de Juan Pedro y Ventura sale a hombros en Albacete
Tampoco el sobrero de El Torreón
andaba sobrado de fortaleza pese a su buen aire. El doctor de Chiva le
aplicó la medicina de la media altura y metros de por medio. Pero aquel
remiendo no podía con su alma y hubo de abreviar. El botín se presintió
en el quinto, que no poseía las fuerzas de Hércules pero sí más que sus
hermanos de Juan Pedro, que lidió un serio conjunto. Toro idóneo para el
maestro, que supo administrar con inteligencia su fondo. Ponce concedió
distancias al potable «Engreído», oxigenándolo mucho entre serie y
serie y tratando de limar ese punteo por sus contadas vitaminas.
Tres rondas diestras sin bajar la mano contuvieron el sello poncista, pero cuando tomó la zurda el domecq hizo amagos de rajarse. Técnica templada y sapiencia para
mantenerlo y recrearse en algunos muletazos de desmayo hasta acabar en
las cercanías junto a las tablas. El abaniqueo, que en el valenciano es
toreo, despertó una ovación mayúscula de un público entregado. No
importó que la espada se cayera: los tendidos se vistieron de blanco y
cortó una oreja.
El tercero alimentó cierta esperanza, pero era un castillo de naipes que se desplomaba. Fandiño, que sustituía a Talavante,
trató de auparlo por ambos caminos. Un par de naturales brillaron en la
imposible obra, principiada con tres lances de estatua broncínea para
ganar terreno luego. Una preciosa media, que las borda, resplandeció
ante el sexto, que completó un lote sin opciones. Este reservón último
requería del toque preciso, y así lo hizo el de Orduña, que colocó las telas con decisión a pesar del nulo material.
El triunfador en la mixta fue el caballero. Diego Ventura desorejó al estupendo murube de Carmen Lorenzo.
Apunten su nombre: «Bolillero», al que dio la bienvenida a portagayola
garrocha en mano. En figura el jinete, que se adornó con las banderillas
sobre «Oro» y desató el clamor con un par al quiebro sobre «Milagro» y en las cortas al violín con «Remate».
Al colaborador que estrenó la tarde, de Los Espartales -cuatro hierros
desfilaron por la arena-, le enseñó los caminos en el primoroso toreo a
dos pistas y arrancó las palmas con los bocaditos de «Morante». Por el rejón final perdió el premio, aunque la puerta grande se la ganaría luego...
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