El tratado de la victoria llevó la firma de El Juli,
todopoderoso en el cuarto, con un cuello para no humillar. Imposible
parecía que descolgara, pero el madrileño obró el milagro. Técnica y
magistral dominio para tirar de él con la mano de escribir hasta trazar
derechazos más largos que el viaje del enemigo. Un espejismo por el
izquierdo, al que dio el toque idóneo. Con valor, asiento y mando, abrió
el compás en dos rondas diestras para terminar a milímetros de los
pitones. Apabullante en su quietud,
cada vez más crecido, dijo adiós a la muleta en un desplante a cuerpo
limpio frente a «Tremendo». Para bestial Julián. Tampoco había
escatimado nada con el primero, un «Alcahuete» de tornillazos que se orientaba y con el que se la jugó.
«Lechón» se llamabael segundo.
Aquellas hechuras de novillote se olvidaron cuando Castella se plantó
en los medios con un variado quite pleno de autenticidad. Con un zigzag
de ochos fijó la atención del rival para recogerlo con una apertura por
alto sin pestañear la posición. Anclado se quedó hasta plantar la
derecha y conducir con temple la noble embestida de «Lechón», que bajaba
su fino cuello. También lo fue amoldando con precisa escuela por el
izquierdo, por donde se entretuvo en los toreros remates. Acabó en el feudo ojedista y se volcó en el estoconazo para ganarse una oreja. Con el deslucido y flojo quinto lo intentó por todos los medios en un largometraje.
Perera, dueño y señor de Albacete,
cortó una oreja del último, el de mayores calidades pese. Lástima que
no tuviese más fuerzas. Miguel Ángel, que lo saludó con un farol de
hinojos, echó también las dos rodillas por tierra, convertida ya en un
barrizal por el aguacero, en muletazos con vibrante son. Se hartó de
torear entre el entusiasmo de la afición. Inmenso y con una seguridad
aplastante había estado con el brusco y guasón tercero, al que metió en vereda por ambos pitones en una obra grande. La espada le cerró la salida a hombros.
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