jueves, 30 de octubre de 2014

ADIÓS A MANZANARES

Un dios mortal sigue viviendo

No se lo llevaban a hombros, no: se lo llevaban "a corazones" y de camino a la Rambla, que es la gloria de todo levantino

EMILIO TRIGO, Alicante

Lloraba un dios pueril alicantino entre los brazos maternales hace seis décadas para que hoy, sesenta y uno más tarde, prendiera aquel mismo niño de lágrimas los ojos de todos aquellos que rendían culto a su dios. Un dios de esos que no mueren, de los que, no dejando su impronta en vanas sensiblerías, comparten hasta el final su mortalidad porque saben que el arte material -que no espiritual- tiene un fin. Y ese fue hoy.

No llegó ese epílogo en la Sevilla baratillera que, cual palio en eterna Madrugá, lo mecieran sus compañeros de castañeta sobre su costal abrileño en una eterna chicotá por la del Príncipe: entonces encandiló Manzanares de sensibilidad a toda una ciudad errante de toreo levantino por sus callejas. Pero no fue allí, no, donde se elevara al cielo taurómaco de la historia.

Tampoco Madrid despidió, en cuerpo, el alma que Manzanares le entregó en sus tres volandas alcalaínas. Se fue con él la eternidad venteña al son que las mulillas cacereñas creyeron oportuno: un tiro de arrastre con mil pegasos por delante que elevaron a ese dios de figura erguida allá donde lo merecía.

No fue tampoco en la Vista Alegre que, con fría presencia pero estrecho calor de acogida, vio la justicia de Josemari aquella tarde santacolomeña. Le plantó cara el pundonor de Manzanares a los "Buendía" de la vida para decir que aquí, si se es torero de toreros, hay que poderle a todo. Lo hizo en Bilbao el corazón del Mediterráneo, pero no ha visto por vez última Vista Alegre al dios mortal que sigue viviendo.

Tampoco fue la Málaga de su media, ni la Monumental de su amargo recuerdo -por perdido-. No fue la Valencia que, entre triunfo y batalla paisana, se llevó lo mejor de una figura que no echó sino flores taurómacas a "la tierra" donde éstas crecían. Pero no fue ahí, como tampoco lo vio morir la Ronda de sus Goyescas: podio eterno guarda Manzanares junto al cielo del Ordóñez más singular.

Puso a la vida la gracia y el compás que necesitaba su generación. Supo describir perfectamente el concepto práctico de su tauromaquia porque supo explicar el toreo de palabra y de obra. Fue un dios-mesías en su tierra hasta el final, y no podían ser sino aquellas callejuelas que lo vieron capotear la vida las que escucharan los últimos "roneos" de su adiós a hombros. No podía sino ser en Alicante.

Elevaron sus últimas Hogueras otoñales la gloria de un dios eterno que, cual Santa Teresa escribiera la crónica de un torero místico, muere pero no muere. Amén, maestro.

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