sábado, 11 de octubre de 2014

Alejandro Talavante, por la puerta grande de Zaragoza

La Feria del Pilar significaba, siempre, el final de la temporada taurina (con permiso de Jaén). Una figura del toreo comenzaba siempre su temporada en Castellón o en Fallas y la cerraba en el Pilar. Desde la instalación de la cubierta (un recuerdo para Arturo Beltrán), el viento del Moncayo ya no es excusa para no acudir a Zaragoza. Los toreros están para torear, en todas las Ferias importantes. Antes de José Tomás, a ninguno se le hubiera ocurrido una temporada cerrada de antemano, como un músico de rock. Si así creen ganar prestigio, se equivocan.

Los toros de Juan Pedro, bien presentados y nobles, han pecado de falta de fuerzas (así te hemos contado la corrida en directo). Cada uno de los diestros ha tenido un toro que le ha permitido lucirse: Talavante ha cortado dos orejas; Ponce y Urdiales, una. El público ha disfrutado con los distintos estilos de los espadas. 

Comienza la tarde fatal: un toro devuelto por inválido y el sobrero, de la misma ganadería, también flojea. Ponce ejerce de enfermero honorario: con sabiduría, lo mantiene en pie. Ha tenido suerte el toro de que le tocara este torero; con otro, se hubiera derrumbado. No hemos tenido suerte los espectadores. El trasteo, fácil y elegante, no puede tener emoción. El cuarto también lo devuelven por flojo. El sobrero, de Torrealta, no se entrega, va y viene, flaquea, pero es su último toro de la temporada y el valenciano no quiere irse con las manos vacías: lo conduce a media altura; lo alivia, cambiándole los terrenos; lo lleva prendido admirablemente a la muleta, liga, lo exprime por completo. Todo lo ha hecho él. Suena un aviso antes de entrar a matar. Estocada: oreja. Una faena de auténtico maestro, que se ha inventado al toro.

Naturalidad

Sustituye Urdiales al lesionado Finito y aprovecha su oportunidad, con mucha disposición. El segundo es noble y flojo, embiste bonancible, con sosería. Diego, que ha brindado a sus compañeros, dibuja muletazos con naturalidad y buen gusto, mata con decisión: oreja. Acostumbrado a trances más duros, también a él le gusta saborear los bombones de Juan Pedro... El quinto, bien picado por Óscar Bernal, flaquea y protesta, vuelve rápido, va a peor. El riojano no logra lucirse pero se justifica con valor a costa de recibir un palotazo.
No tuvo fortuna el día anterior Alejandro Talavante pero hoy lo compensa sobradamente con un tercer toro de extraordinaria nobleza, al que puede torear a placer, con capote y muleta. Los antiguos revisteros dirían que es un santo varón. Prácticamente toda la faena la realiza con la mano izquierda, sin una duda, dibujando naturales de trazo largo, con buen juego de muñeca. Al final, improvisa una arrucina que sorprende y entusiasma. Estocada perdiendo la muleta: por aclamación, dos orejas, que le abren la puerta grande. En el último, un bonito burraco, se luce Trujillo, con los palos. El toro se mueve pero protesta, al final de la embestida, y Alejandro no le coge la tecla, no llega a estar a gusto: ¡bastante lo había estado en el otro! Todavía toreará en Jaén.

Los otros dos han acabado su temporada: Diego Urdiales, con el buen sabor de su toreo clásico; Enrique Ponce, con la responsabilidad de una gran figura. A los 25 años de alternativa, ha toreado en Valencia (donde sufrió una grave cornada), Sevilla, Madrid y Bilbao: como debe ser. La cierra en Zaragoza con una nueva lección magistral. Las seguirá dando hasta que él quiera.

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