Nelson Hernández
Ramírez
Presidente Fundador
FCG
Octubre y noviembre podrían ser declarados los meses del
gironismo peruano. Cuatro días domingueros del año de gloria de 1954 contienen
los hechos artísticos que justifican esa declaratoria. Todo ocurrió en un mismo
escenario. En la vieja plaza bisecular del Municipio limeño Rimac más conocida
como Acho.
En la misma sede circular donde homenajearon taurinamente al
caraqueño Simón José Antonio Bolívar Palacios, otro capitalino venezolano dejó
escrito en molde imperecedero una lección de arte, valor y pasión, con sello
venezolanista. César Girón, insignia de la tauromaquia criolla, hizo el
paseíllo cuatro veces y en todas se cubrió de gran triunfo. Era la Feria de
Nuestro Señor de Los Milagros, centro de la devoción de los hermanos peruanos.
Tarde del 17 de octubre de 1954. Debut ferial con astados
españoles y peruanos. César se recrea toreando. Dos orejas sirven para dejar
bien colocados su nombre y su nacionalidad. La prensa distribuye elogios entre
los alternantes. Crece la expectativa porque repite en una semana.
24 de octubre. La emoción crece con el gran César y éste
devuelve con gratitud la admiración mostrada en el paseo de las cuadrillas,
cuando aparece y escucha las palmas. Dos orejas y un rabo para la cuenta, con
la cual se incentiva la taquilla del siguiente festejo y aumenta el bullicio
durante los siete días de grata espera.
Viene lo cumbre. El primer día del penúltimo mes anual. Perú
rinde homenaje a los santos, como toda nación católica, y en la plaza de toros
se consagra un torero en toda su dimensión artística y humana. César se
complace a sí mismo y complace a los serios aficionados de la capital
virreinal. Una colección completa de trofeos recibe sus dos portentosas faenas.
Cuatro orejas, dos rabos y una pata. Todas las modalidades en premios. "La
escalera", diría un apasionado del béisbol.
La táurica extremidad es cortada por primera vez, con apego
a la norma y con el consentimiento pleno de la autoridad. De tal impacto es el
resultado que al terminar la corrida el público llena el ruedo, el venezolano
es llevado en hombros lentamente, porque no puede de otra manera, hasta la
puerta de cuadrillas, donde se baja. Miles de personas repletan los exteriores
y lo aclaman.
Otro voluntario lo monta en sus hombros y se inicia una
pública romería, la primera de modalidad taurina en Perú. Recorren dos mil
metros entre bullicioso regocijo y así entran al lobby del Hotel Bolívar en la
Plaza de San Martín. La hazaña es doble porque al balance artístico hay que
unir la inesperada procesión, no de uno de los santos, locales o universales,
sino de un torero venezolano que el feria de los Milagros hizo el milagro de
imponer la torería latinoamericana sobre la hispana.
Dos semanas más tarde, César culminó su contratación limeña
con la actuación del 14 de noviembre. Balance breve, pero no menos bueno, dos
orejas. Cerró con diez orejas de dieciséis posibles, tres rabos de ocho y una
pata de ocho. Claro, este último premio se estrenó y se clausuró en el albero
de la capital peruana.
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