Francisco Montes «Paquiro» hizo aportaciones imprescindibles a la Tauromaquia
El Napoleón de los toreros. Así bautizaron a Francisco de Paula José Joaquín Juan Montes Reinas, Paquiro a secas en los carteles. Nacido en 1805 en la localidad gaditana de Chiclana
en el seno de una familia acomodada, esa posición económica se truncó y
se vio obligado a trabajar de albañil y a abandonar la idea de su
entorno de que fuese cirujano.
La vida le tuvo otro destino preparado: después de ver con su mirada de niño cómo los franceses invadían su pueblo y perder cierto estatus por un problema laboral de su progenitor, su familia se vio obligada a cambiar de domicilio. Hete ahí que la nueva casa estaría junto al matadero, donde comenzó su contacto con el ganado.
Alumno de Pedro Romero
Auspiciado por Jerónimo José Cándido, ingresó en la Escuela de Pedro Romero, que se entusiasmó con el prometedor torero. Con estas palabras publicadas en el Correo Literario en 1932 se refirió a Paquiro: «Francisco Montes entró de alumno en la Real Escuela de Tauromaquia gozando la pensión de seis reales, concedida por Su Majestad a los de esta clase, y que como diestro primero puse en él todo mi conato por obligación, y por advertir en él que carecía de miedo y estaba dotado de mucho vigor en las piernas y en los brazos, lo que me hizo concebir sería singular en su ejercicio a pocas lecciones que le diese... Así, tras un breve paso por la Escuela de Tauromquia y con veinticinco años encima nos lo encontramos preparado para, en un par de años, conquistar como nadie, con su valentía sin límites y su vigor físico, la plaza».
Toreó hasta seis tardes en Madrid en 1831
Torero muy completo, se presentó en Madrid el 18 de abril de 1831. Pese a no andar acertado con el acero, gustó tanto que toreó hasta cinco tardes más (¡cinco, sí!) en la temporada madrileña: el 25 de abril, el 16 y el 23 de mayo, el 11 de junio y el 26 de septiembre. No bastaría con eso, un lustro después se apuntó a todas las corridas. En 1833, triunfó a lo grande y las dos temporadas siguientes se convirtió en un líder.
Predilecto de los públicos, el pueblo se inventó esta coplilla: «Para sabio, Salomón; Paquiro para torero; para gobernar España, don Baldomero Espartero».
Con la fortaleza física mermada, se retiró en 1847 y se dedicó al negocio vinícola. No fueron bien las cosas y, tal vez recordando la época en la que cobraba hasta dos mil reales por toro lidiado, decidió reaparecer en 1850. Nada fue igual y sufrió una durísima cornada de la que no logró recuperarse del todo. Moriría un año después por unas fiebres. Hubo «gran luto y sentimiento general», se recordaba en el catálogo de la exposición «Paquiro y su tiempo».
Grandes aportaciones
Inteligente, rodeado de las mejores cuadrillas y experto capotero, vivió la época del romanticismo español. Una de sus máximas aportaciones fue la publicación en 1836 de su Tauromaquia completa, en la que no solo figuraba la técnica lidiadora, sino que supuso la base de una reglamentación de cara al futuro.
Paquiro imprimió, además, lujo al terno: «Introdujo el uso de las borlas o machos,
alamares y lentejuelas para recargar un vestido de torear que cada vez
se va haciendo más complicado en su composición y adorno, olvidándose ya
definitivamente el uso de ropa corriente para intervenir en una función
de toros», cuenta Paco Delgado en «Los colores del toreo». Además, acortó la chaquetilla, con oberturas en la axila para moverse mejor, y ensalzó las hombreras. Usó el raso como fondo de chaquetilla y se enriquecieron los bordados, además de incorporarse los alamares. Y el elemento imprescindible: la montera, «toque de distinción que tuvo como origen el deseo de lidiadores plebeyos de emular a nobles y caballeros que alanceaban toros y que se cubrían y protegían con cascos».
Tocado con montera y moña y envuelto en un vestido poblado de oro y pedrería, es famoso su retrato de Antonio Cavanna. Francisco Montes, en torero. Así era Paquiro... y «la viveza de sus ojos en un rostro impasible» (Gautier).
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