«Conoce a tu enemigo, conócete a ti mismo, y saldrás triunfador en mil batallas». La sentencia de Sun Tzu bien valdría para la guerra que se avecina en esta temporada taurina 2015. Porque también en el ruedo del arte se fraguan combates. Dentro y fuera de la arena.
La frase que tanta tinta ha hecho
correr se extiende como la sombra de un ciprés y va más allá: «Si
conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla».
El conocimiento, clave para triunfar en cualquier terreno. Así queda patente en «El arte de la guerra»,
uno de los libros más influyentes de la historia, obra de hace más de
dos mil años de un guerrero y filófoso chino. Este libro, como apunta Thomas Clarey, es un instrumento para comprender las verdaderas raíces del conflicto y su resolución. La invencibilidad y la victoria sin batalla son posibles. La paz también lo es. Pero para alcanzar todo eso se necesita una estrategia militar, fundamental en este arte.
Sin temor al peligro
Como en el mundo de las finanzas, el empresarial o la vida misma,
el plan es imprescindible también en el mundo del toro. Las espadas
comienzan a estar en alto en la calle, en la toma de contacto en los despachos, mientras las figuras tratan de posicionarse en la mejor trinchera. Y los modestos esperan su hueco mientras los misiles rugen incluso antes del pistoletazo de salida. El toro es la materia prima, la base del arte más hercúleo,
pero es el torero quien debe trazar su vereda, planificar estrategias
junto a su apoderado, el general que dirija el ejército. Ahí aparece el camino.
«Significa inducir al pueblo a que tenga el mismo objetivo que sus
dirigentes para que puedan compartir la vida y la muerte sin temor al
peligro». En esa senda, hay un terreno «que debe ser valorado en términos de distancia, facilidad o dificultad de desplazamiento, dimensiones y seguridad».
Las siete preguntas
«El arte de la guerra» inspiró a gentes como Napoleón y Maquiavelo, conocedores de las preguntas y las respuestas que Sun Tzu lanzaba. Cuestiones para meditar en cualquier ámbito y que diestros, mentores y cuadrillas deberían conocer, aplicándolo a su propio terreno:
1. ¿Qué dirigente es más sabio y capaz?
2. ¿Qué comandante posee el mayor talento?
3. ¿Qué ejército obtiene ventajas de la naturaleza y el terreno?
4. ¿En qué ejército se observan mejor las regulaciones y las instrucciones?
5. ¿Qué tropas son más fuertes?
6. ¿Qué ejército tiene oficiales y tropas mejor entrenadas?
7. ¿Qué ejército administra recompensas y castigos de forma más justa?
La reflexión, tan importante para no cometer errores en las decisiones antes de cualquier batalla. «Es el dominio de la vida o de la muerte, el camino hacia la supervivencia o la pérdida del imperio: es forzoso manejarla bien», según este filósofo chino.
En las tácticas, hay de todo, incluso en un mundo tan de verdad como el toro cabe el ENGAÑO
fuera de la arena. «El arte de la guerra se basa en el engaño. Por
tanto, cuando se es capaz de atacar, ha de aparentar incapacidad; cuando
las tropas se mueven, aparentar inactividad. Si está cerca del enemigo, ha de creer que está lejos; si estás lejos, aparentar que se está cerca».
¿Defensa o ataque?
Para ganar, no todo vale, aunque sí haya cosas que no casen con la pureza que se ensalza en la Fiesta. Según este influyente tratado,
hay que aprovechar cuando el enemigo se halla «desordenado». «Si tu
oponente tiene un temperamento colérico, trata de irritarle. Si es arrogante,
trata de fomentar su egoísmo. Si las tropas enemigas se hallan bien
preparadas tras una reorganización, intenta desordenarlas. Si están
unidas, siembra la disensión
entre sus filas. Ataca al enemigo cuando no está preparado y aparece
cuando no te espera». Esas son las CLAVES de la victoria en el buen
estratega, para el que «la defensa es para tiempos de escasez, el ataque para tiempos de abundancia».
«En situaciones de defensa -añade-, acalláis las voces y borráis las huellas, escondidos como fantasmas y espíritus bajo tierra, invisibles para todo el mundo. En situaciones de ataque, vuestro movimiento es rápido y vuestro grito fulgurante, veloz como el trueno y el relámpago, para los que no se puede uno preparar, aunque vengan del cielo».
Los buenos guerreros
Los buenos guerreros hacen que los adversarios vengan a ellos, y de ningún modo se dejan atraer fuera de su fortaleza.
Y un torero conoce cuál es su feudo, su casa, dónde está su público,
debe saber dónde medirse con un rival fuerte...Hay que moverse a la velocidad del relámpago pese a ser el sitio del temple. La victoria en la guerra no es repetida, se adapta a las circunstancias.
Y si se ignoran los planes de los rivales -que hay que «guardar y no
anticipar hasta saber cómo dar el golpe y el efecto adecuados»- no
pueden hacerse las alianzas precisas,
alianzas de las que hemos visto ya más de una muestra y de dos en el
mundo del toro, de toreros y empresarios... Cada una con su resultado.
¿No se ataron todos los machos de las estrategias? Las reglas más
antiguas y frías dicen que hay que ser «capaz de mantenerte firme en tu propio corazón;
solo entonces puedes desmoralizar a los generales enemigos». Se
recomienda no presionar a un soldado desesperado y tener en cuenta que
algunos pelearán hasta morir cuando se ven cerca de su destino...
Regla general de
las operaciones militares: «No enfrentarse a una gran montaña ni
oponerse al enemigo de espaldas a esta. Esto significa que si los
adversarios están en un terreno elevado, no debes atacarles cuesta arriba,
y que cuando efectúan una carga cuesta abajo, no debes hacerles frente.
No persigas a los enemigos cuando finjan una retirada, ni ataques
tropas expertas».
Contra la deslealtad
En esta estrategia militar, el representante juega un papel
fundamental. Él planifica y el torero actúa. Ambos interactúan. Todo buen apoderado,
como un buen general, debe explorar cada ruta. «Cuando los generales
son débiles y carecen de autoridad, cuando las órdenes no son claras,
cuando oficiales y soldados no tienen solidez
y las formaciones son anárquicas, se produce la revuelta. Los generales
que son derrotados son aquellos que son incapaces de calibrar a los
adversarios, entran en combate con fuerzas superiores en número o mejor equipadas,
y no seleccionan a sus tropas según los niveles de preparación de las
mismas. Si empleas soldados sin seleccionar a los preparados de los no
preparados, a los arrojados y a los timoratos, te estás buscando tu propia derrota».
Cualquier traición, «por mínima que sea», dentro de la
propia tropa puede provocar también la revuelta y desembocar en el
fracaso. «El soldado que es desleal
una vez repetirá otra vez su deslealtad». La ambición mal administrada y
el poder no conocido propician una derrota más fácil. «El principal engaño
que se valora en las operaciones militares no se dirige sólo a los
enemigos -dice Tzu-, sino que empieza por las propias tropas». Y se
recomienda también en este arte de la guerra, inspiración de tantos
ganadores y creadores de distintas obras, «valorar» a quien se dirige de
frente: «No tendrás mejor aliado que quien te habla con sinceridad,
buscando tu victoria, aun a costa de arriesgarse a sí mismo. Mantén cerca al fiel y evita al infiel».
Son múltiples las sentencias y axiomas de «El arte de la guerra». Para ganar en cualquier campo de batalla se insiste sobremanera en la discrección: «Sé extremadamente sutil, discreto, hasta el punto de no tener forma. Sé completamente misterioso y confidencial, hasta el punto de ser silencioso.
De esta manera podrás dirigir el destino de tus adversarios...» Y el
propio destino, el del guerrero o el artista vencedor. Cada cual que
juegue sus cartas, que maneje sus armas y
mueva fichas en función de sus condiciones, del enemigo a batir, de los
distintos gustos de la afición, solo o con aliados. Con rivalidad
siempre, cada cuadrilla dibuja un ejército. De toro en toro, hasta la victoria final... Sin olvidar la teoría de Tzu que envuelve todo el arte de la guerra: «La mejor victoria es vencer sin combatir». Muchos son los llamados y no todos son elegidos para entenderlo... Y hacerlo.
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