lunes, 26 de enero de 2015

Diferencias entre el toro que desea el torero y el toro que añora el aficionado

Los gustos sobre el trapío y el comportamiento entre el que torea y el que paga chocan muchas veces


El lenguaje taurino clásico usaba sinónimos pintorescos, distintos entre lo que demanda torero y aficionado. Por ejemplo, para la presentación del toro. Si es pequeño, le llamaba «escurrido, abecerrado, terciado, sacudido». Si es grande, «una catedral, un buen mozo, un tío con toda la barba, un gayumbo, un galafate, un zamacuco, un zambombo».
El aficionado quiere un animal «en tipo, bien presentado, serio, hondo, rematado, hecho, cuajado, con hechuras, con yerbas, con trapío, con respeto». El diestro prefiere el que es «bajo, armónico, recogido, cómodo, poco levantado, un zapato, un dije».

Comportamiento

Lo mismo sucede en cuando al comportamiento. Desea el matador un toro «colaborador, potable, obediente, franco, claro, dócil, manejable, pastueño, con son, con fijeza, de bandera, de escándalo, de carril»; incluso, «una monja de la caridad, un santo, una muñeca chochona».
El aficionado, en cambio, añora un toro «boyante, nervioso, con nervio, pegajoso, pujante, con picante». El riesgo está en que salga uno «incierto, con sentido, con guasa, topón, descompuesto, tobillero, avisado, maleado, picardeado»; avanzando a peor, «un barrabás, un aborto del infierno, un ladrón, un pregonao, un asesino, un terrorista».

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